viernes, 30 de abril de 2021

 PENSAMIENTO

Milite, milite usted, pero no moleste

Manuel Peña Díaz
4 min

Bronca, mucha bronca. El simplismo de los mensajes elaborados en los laboratorios electorales de Iván Redondo o Miguel Ángel Rodríguez puede acarrear nefastas consecuencias a este país a muy corto plazo. Es alarmante la frivolidad con la que los políticos utilizan los binomios fascismo--democracia o libertad--comunismo. En lugar de construir, sus propuestas buscan el enfrentamiento y, en el mejor de los casos, se definen por oposición a, nunca por composición de.

Las esquemáticas dos Españas engullen con gula esas groseras dicotomías y disfrutan relamiéndose, mientras contemplan como se mueve de manera enloquecida el convoy de los dos bandos irreconciliables, al que también se han subido los cráneos privilegiados de Vox y Podemos. Esta ha sido la última y decisiva aportación de estos nuevos partidos a la regeneración de la democracia.

El vaciado semántico de conceptos políticos concretos, en función de unas determinadas estrategias, no es nuevo en España. En el independentismo español (vasco--catalán) está el origen del manoseo estulto de un término histórico tan preciso como fascismo, y a la respuesta de los críticos a estos destructivos “movimientos de liberación nacional” le debemos el calificativo anacrónico de nazi o el más gráfico de “nazi-onanista”.  

Joan Maria Thomàs, en una edición ampliada de su magnífico estudio Los fascismos españoles (2019), ha advertido que la nueva ultraderecha de Vox no es propiamente fascismo, es algo nuevo e inquietante que no pretende destruir la democracia representativa ni implantar un Estado autoritario o fascista, sino desarrollar un programa que combina nacionalismo centralista, catolicismo, antifeminismo, antiinmigración y neoliberalismo.

En el otro extremo, la nueva ultraizquierda de Podemos tampoco es propiamente comunismo, es algo nuevo e inquietante que no pretende destruir la democracia ni implantar una dictadura del proletariado, castrista o bolivariana, sino aplicar un programa que combina identitarismo plurinacional, laicismo, feminismo, multiculturalidad e intervencionismo estatal.

Ahora, para asombro del común de la ciudadanía, cuando se pone en marcha una campaña electoral se reproduce un ambiente que evoca una escena de la Europa de hace cinco siglos: una barca cargada de tarados (stultiferia navis) navegando por los canales de una ciudad a otra. Al llegar a la orilla les esperaba la multitud que aplaudía las tonterías de los “locos” o los repelía piedra en mano. Durante las dos últimas semanas, en el enloquecido convoy de los dos bandos irreconciliables se han subido a trompicones militantes de casi todas las opciones políticas que, en la España actual y desde hace años, se reducen a oposiciones binarias que se retroalimentan: azules y rojoslazis y fachas, fascistas y antifascistas, abertzales y españolistas…

Ahora, el problema no es únicamente la estulticia política sino la aborregada militancia que, según le ordenen, jalea o abronca declaraciones de propios o contrarios en los parlamentos, en los mítines, en las calles o en las redes sociales. Todo se sobredimensiona con estos hooligans de la política, que destruyen cualquier atisbo de diálogo, de empatía o de tolerancia. Nada ni nadie les puede impedir que militen, pero, si lo hacen, al menos que no molesten.

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