jueves, 28 de abril de 2011

Una cara nueva

JORDI GRACIA 28/04/2011:Publicado en el País

Entre los misterios que resolverán las elecciones del 22 de mayo hay al menos dos con efectos políticos de larga duración: qué hará Carme Chacón y qué sitio encuentra la izquierda a la izquierda del PSOE. Pero hay un tercer misterio menos explícito. Tiene que ver con el papel que el federalismo puede jugar en el futuro como descongestionador de la relación bloqueada entre Catalunya y España.
¿Podrá liderar el PSOE una amplia izquierda con bandera federal y socialdemócrata?
Pueden parecer asuntos heterogéneos, pero vistos desde la periferia profesional y geopolítica no lo son. Periferia geopolítica quiere decir lejos de la greña mediática y patógena madrileña y periferia profesional significa lejos de la politología estricta. Pero añado una tercera periferia: la de una izquierda que no es votante de los socialistas (pero prefiere que gobiernen los socialistas), y es votante de IU o de Iniciativa per Catalunya, pero no está dispuesta a ser voto testimonial, voto suicida o voto alineado con la lucha obrera del siglo XIX.

Los tres misterios se pueden reformular de una sola tacada: ¿podrá liderar el PSOE una izquierda con bandera federal y ánimo tonificador de la socialdemocracia, con capacidad para impulsar la confianza en una izquierda útil a su izquierda? Es falsa la apariencia de cuadratura del círculo que tiene el interrogante porque formula más bien la defensa de una opción ideológica coherente con la izquierda a la altura de 2011. La tensión reaccionaria que el PP puso en marcha tras la denuncia en el Constitucional del Estatut ha reactivado dos milagrerías: el independentismo en Catalunya y el neoespañolismo soez en España. La población no ha redescubierto de golpe las virtudes ocultas de semejantes posiciones, sino que han sido las salidas instintivas de sectores socialmente minoritarios pero muy ruidosos: la ducha político-mediática a un lado y otro ha facilitado la fuga hacia los extremos.

En Catalunya empieza a ser doctrina común que el federalismo está muerto porque no hay federalistas en España y tampoco en Catalunya. Es el diagnóstico que conviene al discurso nacionalista e independentista, y su objetivo es la descalificación del proyecto federal como imposible metafísico. El independentismo, aunque sea retórico, arrastra un goteo de personalidades desengañadas del proyecto autonómico (lo más parecido a la práctica federal) y dispuestos a romper la baraja (dada la ceguera centralista de los poderes del Estado). El resultado es que la solución federal queda desactivada pese a ser la más lógica, la de voltaje político más controlado y en todos los casos la más sensata. Al independentismo le hará muy poca gracia que los movimientos revitalizadores de la evidencia federal (posautonómica) cobren fuerza como solución renovada, con cara y ojos.

De ahí el enfado de tantos en Catalunya (y paradójicamente en España) ante un artículo sustancialmente sensato como fue el que Carme Chacón suscribió con Felipe González para minimizar los efectos correctivos de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Porque lo que sobre todo recordaba el artículo era la ampliación sustancial, incluso en términos fiscales, de las competencias autonómicas de Catalunya con respecto al anterior Estatuto. Pero este éxito objetivo del socialismo en el poder ha sido desactivado tanto por la lectura pesimista del independentismo como por la inversamente explosiva e irresponsable de la derecha.

Es otra pinza, y por eso a veces conviene repetir lo obvio: la batalla socialista podría ser la batalla del federalismo como postulado ideológico capaz de neutralizar el reaccionarismo españolista y la fuga hacia el independentismo de los desencantados con el Estado.

Hoy la bola de nieve del independentismo en Cataluña empieza a arrastrar a federalistas naturales, que a menudo lo son sin conciencia de serlo, pero que se saben descolocados o anticuados o desfasados en el nuevo marco autista España-Catalunya. Cada día es mayor el goteo de fugas a la bandera juvenil de la independencia y cada día es más difícil de frenar esa salida maximalista que garantiza, al menos para muchos años, un conflicto crónico no distinto del que se ha vivido en la última década.

En tiempos de pocas bromas económicas y de terror activo al despilfarro de esfuerzos, la defensa de una posición pragmáticamente federalista, convivencial y cohesionadora debe ser programática. Su argumento político es de fondo y convincente: resuelve más problemas de los que crea y su coste (para Catalunya y también para España) es inequívocamente menor en términos económicos pero también sociales, de relación con Europa y hasta simbólicos. Desde su nueva posición política, Ferran Mascarell lo apuntó hace unos días: España también pierde si pierde a Catalunya.

Que el federalismo adopte una cara nueva y deje de sonar a monserga rancia debería formar parte del horizonte ideológico de la izquierda en su conjunto y no sólo del PSOE. Y desde esa convicción, su fuerza está en denunciar sin tapujos la responsabilidad temeraria e incendiaria de la derecha en el actual atolladero y defender el horizonte federal como expresión madura de la construcción autonómica. Esa es la posición socialmente mayoritaria en la izquierda y darle un aire nuevo es cosa de la misma izquierda: más que nada para que no nos hagan una cara nova, que es como en catalán anunciamos las grandes bofetadas.

Jordi Gracia es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona.

Israel y las revueltas árabes

La existencia del Estado palestino contribuiría a desactivar al actual Hamás. Este movimiento tendría que reconvertirse en un islamismo moderado a lo turco o egipcio, en sintonía con la ola democratizadora árabe
ADOLFO GARCÍA ORTEGA 28/04/2011.Publicado en el País.

A la luz del siempre impredecible tablero de Oriente Próximo, parece lógico pensar que lo verdaderamente positivo para Israel es la creación de un Estado palestino. Hay voces allí que creen que, ante los problemas de otra índole que están en el horizonte de Israel (economía, ansiedad por el futuro, creciente inmigración ilegal, ceguera de los grupos religiosos, asentamientos), la creación de ese Estado supondría una vía para las soluciones
El actual Gobierno de Israel no parece ni clarividente ni capaz, y la oposición es nula
Las revueltas árabes han debilitado la posición de Irán y reforzado la de Turquía
Pero la creación del Estado palestino supone fundamentalmente modificar la relación clave en el eterno proceso de paz: el pulso con Hamás. Parece que ambos, Hamás e Israel, se necesitan mutuamente en todo, pero para lo malo, para mantener ese statu quo de cada uno en su inamovible papel, ya que los dos se justifican bien en una situación de parálisis. Prueba de ello es que ante las revueltas árabes y el desvío del foco hacia ellas, Hamás ha incrementado el lanzamiento de cohetes, con vistas a conseguir volver al primer nivel de actualidad mediante la provocación, e Israel ha respondido como suele, también para incidir en que Hamás es la principal amenaza, y de paso también la mayor excusa. Parece evidente que el cambio en esta ecuación perversa es la base de la construcción del futuro. Hamás e Israel se necesitan incluso para acabar con su mutuo enfrentamiento.

Las revueltas árabes, todas diferentes, huelen un poco a precipitación y a prisa. Pero de pronto la Historia le brinda a Hamás una oportunidad valiosísima de demostrar su papel real en la política de su futuro Estado. Podría ahora demostrar no solo una voluntad de solucionar el conflicto con Israel desde una posición política, sino una voluntad de resolución de los problemas internos entre las facciones palestinas, con la mirada puesta en la convivencia. ¿Está preparado Hamás para hacer esa política de Estado? ¿Es algo más que un movimiento títere o una banda de terroristas que oprime a su pueblo, como insiste en proclamar ante la opinión mundial? Tendrá que demostrarlo. La fundación del Estado ayudaría mucho a ello, qué duda cabe.

Por otro lado, cada vez son más los que en el propio Israel están dispuestos a esas "concesiones dolorosas" que desde hace años se vienen anunciando. Hay un alto porcentaje de israelíes que revisaría las fronteras del 67, que compartiría la capitalidad de Jerusalén y que dejaría la parte Este totalmente para los palestinos. Ya crearán ellos una gran y próspera ciudad más al oeste. Estarían dispuestos a una negociación por fases, sin tener que negociarlo todo a la vez, con el consiguiente bloqueo. Un Estado palestino, como sucedió con Israel en su día, abriría una agenda de prioridades y de acciones paulatinas y verificables totalmente distintas. Y en ese contexto, la visión política permitiría posponer sin traumas cuestiones como la cocapitalidad y los asentamientos. No son prioridades, sino elementos de negociación sobre la base de dos Estados. Los israelíes y los palestinos lo saben, el problema es que también saben que el primer paso es una cuestión de fe.

La existencia del Estado palestino contribuiría a desactivar al actual Hamás y ponerlo frente a su responsabilidad histórica. Esto sería lo verdaderamente prioritario. Luego se fijarían, escalonadamente, otros objetos. La realidad misma de las revueltas parece que está marcando este nuevo orden de prioridades. Si Siria se democratiza, esto es bueno para Israel. Como será buena para Israel la democracia en Egipto. Siempre y cuando sea una auténtica democracia. Y el garante de que puede serlo es precisamente Turquía, que ha encontrado una vía para hacer cohabitable el islamismo con la democracia real. Una Siria sin Irán, que no apoye como ahora a Hezbolá ni a Hamás, obligará a rebajar la radicalidad de ambos movimientos terroristas. Ni Egipto ni Turquía, a medio plazo, permitirían que Hamás, en circunstancias democráticas, sea una amenaza para Israel.

Pero ¿de qué manera Turquía o Egipto pueden influir, directa o indirectamente, en Hamás? Ya se ha hablado hasta la saciedad de que el papel de Turquía ha crecido hasta ser ejemplar para la región, a la hora garantizar futuro y bienestar dentro de un marco de respeto al islam. Es lo que las poblaciones desean y por lo que han ido a la revuelta.

En Egipto está aún por ver qué deparará su nueva Constitución y qué mapa crearán las elecciones. Unas elecciones que seguramente no ganarán todavía los Hermanos Musulmanes, porque no les convendrá tanta significación en una primera época, pero es obvio que se reservan un papel estelar para el futuro cercano. En cuanto a Siria, este tiene con Israel el conflicto, desactivado, de los Altos del Golán, algo que hasta Israel estaría dispuesto a conceder. Si Siria logra salir con bien de lo que todo parece anunciar como un durísimo tránsito a la democracia, dejaría de ser una correa de transmisión de Irán. A su vez, Irán, después de las revueltas árabes, se ha ido debilitando a corto plazo porque ha delatado la fragilidad de su estabilidad interna, su trazo grueso en política exterior, y, encima, su gran baza atómica se ha descafeinado después de Fukushima. Ha perdido predicamento y sus coartadas se han esfumado. Veremos la última revuelta en Irán, donde fue la primera.

Hamás, por tanto, ha de asumir su responsabilidad de futuro, que no es otra que acercarse al modelo egipcio, a su vez reflejo inevitable del modelo turco. Pero está muy lejos aún, porque eso pasa antes por la disputa, vía elecciones o vía acuerdo de concentración, con Fatah. Un Estado palestino lo facilitaría. Porque incluso contaría con el respaldo explícito de quienes ahora lo tratan como grupo terrorista. Kosovo es un ejemplo y hay otros. Más que nunca, Hamás tiene la llave. ¿Tiene para ello alguna estrategia compatible con una política palestina de Estado y democrática?

Hamás podría tener la tentación de seguir demostrando la fortaleza de la intransigencia, pero eso va en contra de la corriente democratizadora de la calle árabe. Véanse las manifestaciones en Gaza, no muy difundidas, o en Cisjordania, donde, no nos olvidemos, Hamás también se presentará a las elecciones cuando toque. Pero Hamás sabe que su supervivencia en un Estado palestino requiere una apuesta por la moderación. Los partidos islamistas con futuro en Turquía, en Egipto, en Túnez, se encargarán de llevarlo a ese terreno. No les conviene la mala imagen que Hamás pueda dar a sus promesas de pluralidad democrática. ¿Cómo podrían, si no, aducir los Hermanos Musulmanes que se puede contar con ellos sin que sean una amenaza contra las esperanzas de la población que, con sus revueltas, ha permitido lavar su cara política y propiciar su redención incluso para Occidente? Por tanto, no es la vía radical la que le conviene a Hamás. Además, la sociedad palestina sabe que no todos sus problemas provienen del "yugo" de Israel. La miseria y la economía estrangulada en los territorios palestinos también tienen algo que ver con Hamás, ya por corrupción, ya por impericia, ya por obcecación.

¿Y Israel? Se moverá cuando perciba indicios claros de cambio en Hamás. El primero, reconocer la existencia de Israel; el segundo, ser una opción política nacional en un Estado palestino. Los problemas internos de Israel pasarían a un primer plano y eso posibilitaría cambios en su devenir político, ya sin excusas paranoicas por la seguridad. Pero lo cierto es que el actual Gobierno no parece muy clarividente ni muy capaz, la oposición es poco activa y nula, ya que es consciente de que si gana necesitará el apoyo de muchos de quienes están ya gobernando. Y hay que añadir la inmigración ilegal y los problemas de asunción de la diversidad en un contexto de identidad judía frente a las minorías ultraconservadoras, que tienen demasiado peso político y ninguna visión de futuro. La oportunidad histórica de Hamás es, entonces, evidente: podría cambiarlo todo si cambia lo suficiente de sí.

Adolfo García Ortega es escritor y editor.

Elogio de la inconsecuencia

PATXO UNZUETA 28/04/2011.Publicado en el País

Tras la consulta soberanista del día 10 en Barcelona, el presidente de la Generalidad, Artur Mas, que había votado a favor, fue acusado de no ser consecuente con ese voto al abstenerse, tres días después, de respaldar en el Parlamento catalán una proposición que planteaba un itinerario hacia la proclamación de la independencia. Lo asombroso fue que el reproche procediera de sectores muy críticos con el nacionalismo, que le acusaban de cobardía por no llevar hasta el final sus convicciones personales.
Cataluña desafía al Gobierno y pone en riesgo el recorte del déficit de 2011
Es la pluralidad catalana lo que aconseja a Artur Mas no llevar hasta el final su voto independentista
Enzensberger es autor de un breve ensayo, "El fin de la consecuencia", incluido en Migajas políticas (Anagrama. 1984), cuya tesis central es que gracias a que algunas personas no fueron consecuentes hasta el final con sus ideas el mundo se había librado de unas cuantas catástrofes. Pone el ejemplo de Kruschov en la crisis de los misiles de Cuba. Tenía argumentos poderosos para no retirarlos, pero de no haberlo hecho es probable que se hubiera desencadenado la tercera guerra mundial. En el extremo opuesto sitúa Enzensberger a Pol Pot. Ese sí que fue consecuente con las ideas sobre la revolución que había aprendido en las universidades europeas: su aplicación por los jemeres rojos entre 1975 y 1979 provocó la muerte de unos tres millones de camboyanos.

Decía Adorno que la separación entre teoría y práctica es uno de los grandes progresos de la civilización. Una cosa es votar a favor de la independencia en una consulta sin valor legal organizada por una asociación privada (Catalunya Decideix), y otra poner en marcha un proceso de separación de España.

Hace unos 20 años se produjo en el País Vasco una oleada de soberanismo sobrevenido, especialmente juvenil, similar a la que ahora afecta a la clase política catalana; con la diferencia, sin embargo, de que entonces hubo en Euskadi una considerable resistencia intelectual (y senior) a dejarse arrastrar por la corriente que no se ha observado en Cataluña. Al revés: se ha asistido a conversiones sorprendentes con el argumento de que ya no es necesario ser nacionalista para defender la independencia por motivos de interés económico.

En el libro de conversaciones entre Felipe González y Miquel Roca, con arbitraje de Lluís Bassets, publicado recientemente por Planeta, dice el expresidente haber escuchado a Pujol invocar las grandes renuncias que tuvieron que hacer los nacionalistas en aras del pacto constitucional; y su respuesta: "Si no hubieras renunciado a nada, ¿cuantas elecciones habrías ganado? ¿Y [cuántas habría ganado] yo?". El paso de la ideología a la política (y de la política testimonial a la de gobierno) implica renunciar a imponer convicciones quizás muy profundas pero que no comparte la mayoría. Y en la Cataluña democrática de hoy existen respuestas a las demandas de autogobierno (autonomía, federalismo) capaces de satisfacer a muchos más ciudadanos que la separación.

Pujol también ha votado en la consulta independentista, con el argumento de que, tras haberse pasado la vida tratando de persuadir a los que optaban por esa vía, se encuentra ahora con que "no tengo argumentos para rebatirles"; y que ya no cree posible que Cataluña pueda "conservar su identidad y desarrollar su proyecto dentro de España".

Es sorprendente que Pujol haya dejado de creer coincidiendo con el periodo de máximo nivel de autogobierno de Cataluña. A no ser que se trate de una variante de lo que observó Tocqueville a propósito de la Revolución Francesa: que la radicalización política no es tanto consecuencia de la ausencia de reformas como de la frustración que resulta de la imposibilidad de satisfacer las expectativas (o ilusiones) despertadas por promesas de cambio de difícil cumplimiento.

El Pujol pragmático que gobernó durante 23 años ha reconocido muchas veces que (como sigue sosteniendo Duran Lleida), la vía independentista es de difícil viabilidad porque, entre otras cosas, no cuenta con el apoyo mayoritario de la sociedad catalana. Se dijo que la sentencia sobre el Estatuto era una máquina de crear independentistas, pero en las autonómicas de noviembre los partidos que lo son perdieron 9 de sus 23 escaños; se sostuvo entonces que a cambio había aumentado el número de independentistas entre los electores de CiU. Si así fuera tendría que haberse manifestado en las consultas. Pero los resultados, con un voto favorable en torno al 18% del censo, no lo confirman, y en cambio sí refuerzan la idea de que en Cataluña existe una persistente distancia entre las preocupaciones de los representantes y las de sus representados.

Es lógico, por ello, que Artur Mas se haya abstenido de trasladar la consulta virtual al Parlamento real. Y los que le reprochan no ser consecuente con sus ideas recuerdan, diría Enzensberger, a la multitud que le grita al suicida que duda en lo alto del tejado: "Vamos, salta de una vez".

miércoles, 27 de abril de 2011

LA RUEDA ¿Está a tiempo Hereu de ganar las elecciones?

Miércoles, 27 de abril del 2011 Publicado en el Periódico de Catalunya

Joaquim Coll
Historiador
Esta es la pregunta clave a poco más de una semana de que empiece la campaña electoral, pues si Xavier Trias saca más votos es seguro que gobernará apoyándose o, directamente, en coalición con el popular Alberto Fernández. El escenario de una cómoda victoria de CiU en Barcelona parece hoy poco probable. El resultado de las autonómicas empieza a quedar lejos. Junto al efecto de las primarias socialistas, más psicológico que sociológico, lo fundamental en este giro a favor de Jordi Hereu está siendo la decepción de muchos con el Govern de Artur Mas, que prometía devolver la ilusión pero que, por ahora, solo ha traído duros recortes sociales, rebajas de impuestos para las rentas más altas y declaraciones erráticas. Es cierto que esto pocos votos va a dar directamente al PSC, pero puede desmovilizar a una parte del electorado convergente; aquel que se sumó a una victoria largamente anunciada pero que se mueve por impulsos más inmediatos: votantes moderados, electores indecisos, parejas jóvenes. En resumidas cuentas, en Barcelona ganará quien ronde los 200.000 votos. De entrada parece que Trias lo tiene más fácil, pero Hereu puede acabar dando la sorpresa.

Edición Impresa Versión en .PDF Información publicada en la página 7 de la sección de Opinión de la edición impresa del día 27 de abril de 2011 VER ARCHIVO (.PDF)
En la conocida obra Los idus de marzo, su autor, Thornton Wilder, hace decir a César algo muy revelador de la política moderna: «El apoyo del pueblo no se gana sencillamente gobernando según sus intereses sino dedicando una gran parte del tiempo a seducir su imaginación». Hoy son malos tiempos para la lírica. Aun así, Hereu está intentando levantar la bandera de «la ciudad justa» para poner en valor las políticas urbanas progresistas frente a un hábil Trias que va a jugar a camuflarse lo máximo posible. Que el alcalde lo consiga depende tanto de él como de su partido. Por eso resulta sorprendente el balón de oxígeno que Joaquim Nadal ha regalado estas semanas a CiU a cuenta del discutido fondo de competitividad. Se ha metido en un lío innecesario y de dudoso éxito. La ventaja de Hereu es que hace tiempo que se ha convertido en un discreto outsider frente a la desmayada dirección del PSC. ¿Está a tiempo Hereu? Si hace una buena campaña, tal vez sí.

sábado, 23 de abril de 2011

EDITORIAL .EL PAIS

Reinar y no gobernar
La protesta popular marroquí exige al soberano que renuncie a sus poderes extraordinarios
22/04/2011

Es un lugar común que el reino de Marruecos es el país árabe mejor preparado para culminar una transición relativamente cómoda a la democracia. Hay partidos, elecciones y una cierta libertad de expresión. Pero eso no lo resguarda de la agitación popular democrática que ha derrocado ya a los dictadores Mubarak de Egipto y Ben Ali de Túnez. Muy al contrario, como escribía Tocqueville de la Revolución Francesa, el progreso que no culmina, las expectativas de éxito que se resisten cuando ya creemos tenerlas en la mano pueden ser pura dinamita política.

Así, un poderoso movimiento popular, sin duda con su cuota de islamistas, salió a la calle el pasado 20 de febrero, para repetir suerte el 20 de marzo en las principales ciudades del país. La protesta, que ha generado alguna brutalidad policial, pero nada comparable a la represión en Yemen, Bahréin, Siria y no digamos en Libia, pide la transformación de la dictablanda real en una auténtica monarquía constitucional. Y Mohamed VI, cuyos iniciales ímpetus reformistas parecían un tanto apagados, ha sabido reaccionar el 9 de marzo anunciando una reforma de la Constitución con objeto de reafirmar el papel político del Gobierno, la celebración de elecciones "libres y sinceras", el reconocimiento pleno de los derechos humanos y la independencia de la justicia, entre otras bienandanzas. Pero la piedra de toque de la reforma es la supresión del artículo 19 de la Carta, que otorga al soberano poderes supralegales, con los que se convierte a su antojo en un dictador. Y el rey no dijo ni palabra de ese artículo, mientras la opinión espera -y otra protesta está convocada para el día 24- que se concrete el cambio.

El indulto de casi 150 presos políticos puede interpretarse a la vez como signo positivo o tentativa de soltar lastre para ganar tiempo. España está interesadísima en el proceso, y el lunes pasado Exteriores hizo una oferta de asesoría para la transición, dirigida específicamente a las monarquías árabes, lo que para España significa Marruecos y Jordania, pero sobre todo la primera. Rabat no debe perder esta oportunidad y al monarca incumbe la responsabilidad por ello. En caso contrario, la historia y hasta la dinastía podrían echárselo en cara. Cuando ocurre, como en Marruecos, que se tiene algo ganado en el camino hacia la democracia, la situación puede tornarse mucho más grave que cuando no se tiene nada.

El mercado, un invento de la izquierda

DANIEL INNERARITY 22/04/2011.Publicado en el Pais.


Ahora que tan de moda está mezclar la realidad con la ficción, yo propongo un relato del que la mayoría dirá que es puro realismo y yo sostengo que se trata de una ficción: el Gobierno socialista se enfrentó de entrada a la crisis con el heroísmo que cabía esperar de la izquierda y ha terminado por rendirse a los mercados con un servilismo propio de la derecha. ¿A que suena bien y podría arrancar bastantes aplausos en un foro adecuado? ¿Y si la verdad fuera lo contrario?
La nueva agenda socialdemócrata debe combinar liberalismo, socialismo y ecologismo
No cualquier incremento de las obligaciones sociales conduce a eliminar las desigualdades
Esta sería mi versión del asunto: el Gobierno, que venía de una cómoda etapa de expansión de gasto y extensión de compromisos asistenciales, aplicó inicialmente las medidas keynesianas que recomendaban casi todos y ahora, con mejor conocimiento de la naturaleza de la crisis, consigue realizar unas reformas cuyo objetivo último es salvar el Estado de bienestar en medio de una crisis global sin precedentes.

En el debate en torno a la gestión de la crisis hay varios lugares comunes que indican que no se ha entendido casi nada. Los mismos que creyeron que volvía el keynesianismo piensan ahora que estamos ante una nueva traición neoliberal. Y si no era cierto aquello, tampoco lo es esto. ¿De qué se trata, entonces?

Convendría que no nos equivocáramos de batalla. El principal problema al que nos enfrentamos es garantizar la sostenibilidad de los compromisos que están en el origen del Estado de bienestar, en un contexto inédito (por la crisis, pero también por las interdependencias que nos vinculan con otros, especialmente con el resto de la Unión Europea). Mientras no se enfoquen así las cosas, las reformas económicas se harán con mala conciencia y la izquierda carecerá del discurso que necesita para convencer de que no está en juego una modificación de los valores que le son propios, sino de las circunstancias en las que tiene que defenderlos.

El hecho de que cuando un Gobierno socialista actúa para favorecer la lógica del mercado sea visto como una traición a los principios esenciales se debe a que hay una vieja percepción equivocada del mercado, al que se considera una realidad antisocial, un promotor de la desigualdad. Según este prejuicio, razonar económicamente es conspirar socialmente; lo social no puede ser preservado más que contra lo económico.

Mi propuesta para elaborar una nueva agenda socialdemócrata parte de revisar la relación que ha tenido la socialdemocracia con la izquierda liberal. Parto del principio de que el mercado es una conquista de la izquierda y la competencia es un auténtico valor de la izquierda, frente a las lógicas de monopolio y los privilegios. Desde este punto de vista, las reformaspara favorecer el mercado (para que funcione mejor, con más capacidad para crear puestos de trabajo, proporcionando oportunidades a más personas, mejorando las condiciones de acceso al mercado de trabajo...) no implican necesariamente más eficacia y menos justicia social. Todo lo contrario: pueden ser de izquierdas en la medida en que reduzcan los privilegios.

Solo una socialdemocracia que tenga el valor de aumentar las oportunidades para todos y contribuir a un sistema fundado sobre una verdadera meritocracia puede decir con razón que lucha por los miembros menos favorecidos de nuestras sociedades. Son los objetivos que han caracterizado a la izquierda europea -como la protección de los más débiles o el combate de las desigualdades y los privilegios- los que deben llevarle a adoptar medidas a favor del mercado. La regulación de los mercados -ese objetivo tan propio de la tradición socialdemócrata- no es una estrategia para anularlos, sino para hacerlos reales y efectivos, es decir, para ponerlos al servicio del bien público y la lucha contra las desigualdades.

Hoy día la gobernanza justa de los mercados tiene muy poco que ver con el clásico compromiso socialdemócrata que exigía una fuerte intervención estatal. Insistir en esa estrategia equivaldría a olvidar que muchas veces la regulación excesiva, la protección de ciertos privilegios, un sector público que no beneficia a los más pobres, sino a los mejor situados, todo esto no es solamente ineficaz, sino socialmente injusto. Porque no cualquier incremento de las obligaciones sociales conduce a eliminar las desigualdades; con demasiada frecuencia, el Estado benevolente ha producido nuevas injusticias, en la medida en que ha favorecido a quienes no lo necesitaban y ha excluido sistemáticamente a otros.

En ocasiones, garantizar a toda costa el empleo es un valor que debe ser contrapesado con los costes que esta protección representa respecto de aquellos a los que esa protección impide entrar en el mercado de trabajo, creando así una nueva desigualdad. Enmascarada tras la defensa de las conquistas sociales, la crítica social puede ser conservadora y desigualitaria, lo que explica que la izquierda está actualmente muy identificada con la conservación de un estatus.

¿Cómo se traduce todo esto en la crisis económica actual? El principal fallo de la política hasta ahora ha sido olvidar su responsabilidad en materia de riesgos sistémicos. El sistema político, absorbido por los riesgos sociales más inmediatos, ha incumplido sus responsabilidades en materia de supervisión y prevención de riesgos sistémicos. Probablemente estemos saliendo de la era del Estado de bienestar entendido como aquel Estado cuya única fuente de legitimidad era la redistribución y entramos en otra nueva en la que tan importante al menos es la prevención de riesgos sistémicos. La crisis nos está haciendo descubrir que la protección contra los riesgos sistémicos es tan decisiva como la lucha contra las desigualdades sociales y que esto solo es posible si se cumplen aquellos deberes.

Este sería el primer desafío de la nueva agenda socialdemócrata: los contratos sociales que tenemos que renovar no nos vinculan solamente a nosotros (a los de aquí, a nuestra generación, a los funcionarios, a los asalariados en general), sino a otros que están medio ausentes (a los de cualquier país de la zona euro, a los jóvenes que todavía no han podido trabajar, a nuestros hijos, a las generaciones futuras).

El problema es cómo pensar la redistribución cuando, por decirlo gráficamente, lo que chocan son los derechos de los que están dentro con los derechos de los que están fuera. Lo que debería importarnos sobre todo es que no vivamos a costa de los pensionistas futuros y de los futuros trabajadores, es decir, que nuestros acuerdos de redistribución no se llevan a cabo contra los intereses de los ausentes.

La principal consecuencia social de la crisis económica, la exigencia colectiva que más imperiosamente se nos plantea apunta en la dirección de una profunda revisión de nuestro modelo de crecimiento económico, cuya fijación en la inmediatez del corto plazo se ha revelado como la causa de su insostenibilidad. En este sentido, es muy lógico que la salida de la crisis esté vinculada con los imperativos ecológicos, con la necesidad de pensar de otra manera el progreso y el crecimiento, es decir, la economía en su conjunto. La confluencia entre economía y ecología no es casual; nos indica que tendríamos que abordar la economía con una serie de criterios que hemos aprendido en la gestión de las crisis ecológicas. Si hemos conseguido pensar sistémicamente tratándose de cuestiones que tienen que ver con el medio ambiente, ese es el aprendizaje que tenemos que realizar las sociedades en el manejo de los asuntos económicos.

Lo que propongo es que la renovación de la agenda socialdemócrata surja de esa combinación entre liberalismo (eliminación de las dominaciones en el mercado), socialismo (preocupación por la igualdad) y ecologismo (perspectiva sistémica y de sostenibilidad).

La confrontación entre la izquierda y la derecha no enfrenta ahora a los partidarios del Estado contra los del mercado, sino a quienes tienen más que perder con el fracaso del mercado frente a quienes pueden sobrevivir mejor cuando los mercados no aseguran la igualdad (porque tienen más recursos o porque se saben beneficiarios de una estructura política de privilegios). El mercado es, se mire por donde se mire, un invento de la izquierda.

Daniel Inerarity es catedrático de Filosofía Política y Social, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática (www.globernance.com).

3 de 11 en Opinión

ENTREVISTA CON EL NÚMERO TRES DE LOS SOCIALISTAS CATALANES | SECRETARIO DE ORGANIZACIÓN DEL PSC

Nació en Molins de Rei en 1961. Regidor de esa localidad de 1983 a 1991 y primer secretario de la Federación del Baix Llobregat del PSC de 1988 al 2004. Coordinador de numerosas campañas de los socialistas catalanes (municipales 2007; autonómicas 2006; generales 2004 y 2008; europeas 2004; referendos de la Constitución Europea y del Estatut). Elegido secretario de Organización y Finanzas del partido en el 2004.
José Zaragoza: «Mas ha convertido a sus alcaldes en delegados en defensa del tijeretazo»
Sábado, 23 de abril del 2011 ALBERT OLLÉS
BARCELONAVotos:+1-0Comentarios(1)
En el despacho de José Zaragoza en la sede central del PSC, en la barcelonesa calle de Nicaragua, destaca algo más que los ya conocidos carteles de las campañas electorales que ha dirigido, colgados en una de las paredes. En un rincón menos visible, el secretario de Organización tiene enmarcada una foto en la que está sentado en un acto junto a Alfredo Pérez Rubalcaba, ubicado entre él y Miquel Iceta, que a su lado tiene a Carme Chacón. Un ejemplo gráfico de cómo gestiona el PSC sus equilibrios internos.

Las otras campañas José Zaragoza, en su despacho, delante de los carteles de las contiendas electorales que ha dirigido, el martes pasado. ALBERT BERTRAN Edición Impresa Versión en .PDF Información publicada en la página 20 de la sección de Política de la edición impresa del día 23 de abril de 2011 VER ARCHIVO (.PDF)
-Que CiU tenga más listas que en el 2007 y haya batido su propio récord y que el PSC haya bajado, ¿es un primer gol de la federación?

-Denota que CiU, tras el 28-N, ha utilizado los recursos de la plataforma del Govern para mover los hilos. Pero estamos hablando de una diferencia que afecta a una parte muy pequeña de población, ya que se centra en los pueblos con menos habitantes. Nuestras 735 candidaturas, con unos 9.000 integrantes, superan las 680 del 2003, lo que supone un crecimiento neto respecto a las que teníamos antes de llegar a la Generalitat.


-CiU tacha de «fraude de ley» la coalición Progrés Municipal que el PSC han suscrito de nuevo con independientes en algunos pueblos.

-Es un signo de nerviosismo. Si tuvieran confianza en sus candidatos, no intentarían anular a los nuestros. Ya lo intentaron en el 2007 y fueron hasta el Tribunal Supremo, pero perdieron. Intentan ganar sin adversario, como en los tiempos del caciquismo de CiU. En el proceso de confección de las listas, hemos notado la presión de sus delegados territoriales, prometiendo lo que niegan a los alcaldes del PSC.

-¿Pueden jugar a favor del PSC esos recortes?

-Artur Mas está convirtiendo a sus alcaldes en delegados de la Generalitat en la defensa del tijeretazo. Y avalar que a los ciudadanos les reduzcan los servicios sociales les hace perder autonomía y les causa una incomodidad creciente. Han de defender lo que diga el conseller de turno y no pintan nada.


-¿Tienen encuestas que detecten un cambio de tendencia respecto a los días posteriores al 28-N?

-Tras las autonómicas, encontrar la clave de las municipales era difícil, pero lo que ahora nos dicen las encuestas con claridad es que, donde nosotros tenemos un buen alcalde, CiU pierde. Y por eso hay nerviosismo en la federación. Esos recortes no están vinculados a la crisis, sino a un interés ideológico.

-¿Qué dicen sus encuestas sobre Barcelona?

-Que las distancias se han acortado. La batalla es difícil y está abierta, pero las cosas han cambiado. Y eso se nota en el comportamiento de Xavier Trias, que ha perdido los papeles y, además de insultar a Jordi Hereu, hace propuestas inviables como aumentar el número de mossos cuando su Govern está despidiendo a médicos y maestros. O plantear que el ayuntamiento pierda ingresos suprimiendo el área verde, en un momento en el que se están cerrando camas en el Hospital del Vall d'Hebron.

-Para algunos de sus alcaldes estas elecciones pueden ser una reválida cara al congreso de otoño.

-Es evidente que el voto de los ciudadanos eleva liderazgos. Los resultados del 22-M marcarán caminos. ¿Cuáles? Eso lo veremos después de los comicios, no antes. El PSC ha tenido siempre unos liderazgos locales muy fuertes y nuestros dos presidents fueron antes alcaldes.

-¿Qué opina sobre la convocatoria de unas primarias en el PSOE para elegir al sucesor de José Luis Rodríguez Zapatero?

-El PSC está a favor de las primarias desde el congreso de 1996 y ha participado en todos los procesos celebrados. Personalmente, soy partidario de ese modelo, que implica participación y siempre nos ha dado fuerza. Las primarias son como la poción mágica de Astérix y Obélix. Que una decisión la tomen 50.000 personas, en lugar de un núcleo de 400, hace que la gente sea más activa.


-Será difícil, si Carme Chacón se presenta, que la ejecutiva del PSC no tome partido.

-Si usted me pregunta si Chacón tiene un liderazgo político entre los militantes del PSC, le digo que evidentemente, como demostró en las últimas elecciones generales. En las primarias la gente vota en secreto y cada uno decide. Pero si usted me pregunta hacia dónde se decantan las simpatías de la gente del PSC, es obvio que hacia Chacón.

-¿Es esa una opinión mayoritaria en la ejecutiva?

-En la ejecutiva no hemos hablado en ningún momento de eso. Ni siquiera se ha producido un debate privado entre miembros de la dirección, pese a que es obvio que cada uno tiene su opinión personal.


-¿Veremos a los 25 diputados del PSC en el Congreso de los Diputados votando en contra del PSOE?

-Nosotros administramos nuestros recursos políticos y no funcionamos siguiendo el pito que toquen los demás, ni CiU ni el PSOE. Ahora le toca negociar al Govern. Y cuando constate que ha fracasado, nos comprometemos a ayudarle, pero siguiendo nuestra estrategia. Mas decidió gobernar en minoría y no nos ha enseñado los presupuestos. Que sean honrados y nos pongan sobre la mesa los ingresos y los gastos. El folclorismo de las expresiones no sirve para lograr el dinero, que solo llegará con acuerdos.

-¿Queda alguna posibilidad de que apoyen el presupuesto de la Generalitat para el 2011?

-¡Pero si no lo enseñan! Dicen que quiere pactar con nosotros, pero con quien lo hacen es con el PP. Esa es la trampa. Buscan la fórmula de que parezca que negocian con el PSC para esconder que están acordando las políticas del PP. Un ejemplo es la supresión del impuesto de sucesiones a los más ricos.


-Ante todo esto, ¿se sienten utilizados por CiU?

-No. Todo es producto de la confusión y el caos interno en el que se han instalado. En el Govern hay dos dinámicas, una de CDC y otra de UDC. En los pocos temas en los en los que nos hemos aproximado para llegar a un acuerdo con Unió, Convergència lo ha revocado.

El reparto de los sacrificios para poder salir de la crisis resulta injusto»

PUBLICADA EN EL PERIÓDICO EL 19 DE ABRIL
Joaquín Almunia: «
Martes, 19 de abril del 2011 ELISEO OLIVERAS (BRUSELAS)
El comisario europeo de Competencia, Joaquín Almunia, reconoció en una entrevista con EL PERIÓDICO que el reparto de sacrificios de la crisis es «injusto», porque en su mayoría recae sobre los ciudadanos y los trabajadores que «no tuvieron arte ni parte» en el desencadenamiento de la crisis. Almunia también destacó que «ahora» el proceso de reestructuración de las cajas va en «la dirección necesaria» y que la subida de tipos de interés del Banco Central Europeo (BCE) ayudará a España a controlar su excesiva inflación.

Joaquín Almunica, en unas jornadas financieras realizadas en marzo en Madrid. JOSÉ LUIS ROCA Joaquín Almunica, en unas jornadas financieras realizadas en marzo en Madrid. JOSÉ LUIS ROCA Edición Impresa Versión en .PDF Información publicada en la página 41 de la sección de Economía de la edición impresa del día 19 de abril de 2011 VER ARCHIVO (.PDF)
-Dos años y medio después del inicio de la crisis financiera, las entidades siguen registrando dificultades. ¿Qué está fallando?

-Hay muchas entidades que ya han hecho los deberes y se han capitalizado. Hay otras, que todavía tienen trabajo por hacer. Estamos negociando con varias entidades alemanes, lo haremos en los próximos meses con varias cajas españolas y estamos haciendo el seguimiento de los programas y planes de restructuración ya aprobados para unos 25 países europeos.

-Los bancos europeos, incluso los que han recibido ingentes ayudas públicas para sobrevivir, siguen repartiendo cuantiosas bonificaciones entre sus ejecutivos, mientras a la mayoría de ciudadanos se les exige apretarse el cinturón.

-Es inaceptable. Esos sistemas de remuneración son escandalosos éticamente y erróneos económicamente, en especial en las entidades en restructuración. Quienes tienen competencias para ello, los gobiernos y los supervisores bancarios nacionales, tienen que ser muy firmes para impedir la vuelta a las andadas.

-El máximo ejecutivo del Barclays, Bob Diamond, incluso ha afirmado que los banqueros deben de dejar de pedir perdón por la crisis.

-Los que son responsables de la crisis no sólo tienen que pedir perdón una vez, sino que tienen pasarse mucho tiempo pidiendo perdón, porque las consecuencias económicas y sociales de la crisis son muy amplias y no van desaparecer con rapidez.

-Todos los sacrificios para salir de la crisis económica se están imponiendo a los trabajadores, mientras que los responsables financieros del desastre están en sus puestos o se han ido con indemnizaciones millonarias. ¿Cree que es justo?

--Es verdad que las consecuencias de la crisis en términos de recortes, de ajustes presupuestarios, de desempleo y de bajo crecimiento recaen sobre las espaldas de muchos trabajadores y ciudadanos que no tuvieron ni arte ni parte en las causas de la crisis, aunque el sistema financiero no ha quedado totalmente al margen ha tenido que pagar también un precio. Pero es verdad que si ponemos en una balanza las responsabilidades por un lado y la contribución a encontrar la solución de la crisis por el otro, el reparto que se refleja es injusto. Eso es verdad.

-La Comisión Europea prorrogó hasta fin de año el régimen especial de ayudas al sector financiero. ¿Seguirá el régimen especial en 2012?

-Mi intención es que el 1 de enero del 2012 ya esté aprobado el marco por el que se van a regir las ayudas públicas al sector financiero y el rescate y restructuración de las entidades para una situación económica normal, que será un régimen específico diferente del de la industria y los servicios. Pero no estoy seguro de que las condiciones del mercado permitan el 1 de enero declarar que ya hemos vuelto a la normalidad.

-Los acuerdos de fusión de las cajas parecen más diseñados para satisfacer a sus directivos que a la lógica económica.

--Hay proyectos de fusión diferentes, que responden a circunstancias diferentes. Ahora deben cumplirse los requisitos que ha establecido el Gobierno para recapitalizarse.

-¿Está satisfecho de cómo se realiza la restructuración de las cajas o va demasiado lento?

--Ahora las cosas están yendo en la dirección necesaria.

-El BCE acaba de subir el tipo básico de interés. ¿Penalizará la recuperación europea y española?

--A España le interesa tener una política monetaria que ayude a controlar la inflación, para que deje de perder competitividad como le ha ocurrido en la pasada década.

-¿Pero la subida de los tipos puede dañar el crecimiento?

-Lo que tiene impacto en el crecimiento es la pérdida de competitividad, porque limita la posibilidad de crecimiento y el no corregir los desequilibrios: déficit público, inflación, costes laborales unitarios y déficit exterior.

-¿Por qué España tiene más inflación que la media de la zona euro?

-En algunos momentos el factor que ha empujado al alza la inflación ha tenido más que ver con la evolución de los costes laborales. Sin embargo, en otros momentos han sido los excedentes empresariales, el exceso de recalentamiento de la economía y el exceso de crédito.

martes, 19 de abril de 2011

Los nuevos desafíos de América Latina

Para lograr una sociedad más igualitaria hay que pensar en un nuevo pacto fiscal, con una reforma tributaria profunda que permita mejorar la distribución de ingresos después de impuestos. La meta es una vida mejor
RICARDO LAGOS 19/04/2011.Publicado en El País.


Después de la II Guerra Mundial, el crecimiento del producto interior bruto prácticamente se universalizó como medida estándar del crecimiento económico, y este, a su vez, se transformó en el objetivo final de las políticas de desarrollo. Aquello tenía su historia, ya desde la revolución industrial se pensaba que un aumento en la producción de bienes acarrearía un mayor bienestar y mejores condiciones de vida para los integrantes de una sociedad. Sin embargo, hoy, por primera vez, constatamos que en los 30 países más ricos del mundo el crecimiento de la economía ya no explica las verdades de una sociedad. Ya no implica, necesariamente, una mejora en los indicadores sociales, de salud o de educación.

Este no es un dato menor para varios países de América Latina que, colocados en el nivel del denominado desarrollo medio, sienten como una meta cercana llegar al umbral de país desarrollado. No más allá de los próximos 10 años Chile y Uruguay deberían lograrlo, si entendemos por "país desarrollado" el que ha alcanzado un ingreso por habitante de 20.000 dólares por año. Los que vienen serán también años positivos para otros vecinos en el continente y los pronósticos recién entregados por el FMI para el periodo 2011-2012 así lo confirman. Y ello, entre otras razones, porque el motor de la economía china seguirá empujando el crecimiento de la región: cuando China crece un punto porcentual, países como el nuestro crecen al menos un 0,4%. Ello significa que si China sigue creciendo a un ritmo del 10% anual, tenemos garantizado un crecimiento del orden del 4%.

Pero no confundamos crecimiento económico con desarrollo moderno sustentado en una distribución con equidad: ya existe suficiente información como para no mezclar una cosa con otra. Como ha dicho hace poco la CEPAL, hay que tener "crecimiento con igualdad", pero a ello se llega por la vía de la "igualdad para el crecimiento". En Chile esa es la gran tarea que tenemos al frente: definir hoy qué tipo de sociedad queremos construir durante los próximos 20 años, y abordar, ahora, los cambios necesarios para sentar las bases de ese futuro. Nadie lo hará por nosotros.

Tomemos algunas referencias de recientes estudios globales, como es la relación entre ingreso per cápita y esperanza de vida. El estudio de Wilkinson & Pickett, The Spirit Level, señala que (con datos del FMI, 2008) Uruguay tenía un ingreso per cápita de 13.300 dólares, Costa Rica de 10.700, y Chile de 15.000, pero la esperanza de vida coincidía entre 78 y 80 años con países como Grecia, con 30.500 dólares per cápita, Finlandia con 36.200 y Noruega con 53.500. ¿Qué deducir de esto? Que la relación directa entre crecimiento económico y mejoramiento en los indicadores sociales es nítida en las primeras etapas de desarrollo, pero una vez que se alcanza el límite de 20.000 dólares de ingreso anual por habitante, lo central pasa a ser la distribución del ingreso.

Por eso, si se toma un país solo con un ingreso de entre 500 y 3.000 dólares (Zimbabue, por ejemplo) la esperanza de vida es de poco más de 40 años; si se mira países cuyo ingreso por habitante se acerca a los 8.000 dólares (como El Salvador), esa cifra de posibilidad de vida llega a los 71 años. Los que ponen el ojo solo en el crecimiento como referencia pueden considerarlo una ratificación de sus análisis. Pero cuando se ve en detalle lo que ocurre en los niveles superiores hay más de una sorpresa. Así, la esperanza de vida en Estados Unidos es inferior a la de Japón, a pesar de que Estados Unidos tiene un ingreso superior. Más notable aún: países como Grecia o Nueva Zelanda, cuyo producto corresponde a la mitad del de Estados Unidos, tienen una esperanza de vida superior.

Otro antecedente generado por el mismo estudio está relacionado con el denominado "índice de satisfacción" (cómo se siente la gente en la sociedad donde vive y con las posibilidades que tiene). También se le ha llamado "índice de felicidad". ¿Y qué encontramos aquí? En una primera etapa, es cierto que la correlación entre ingreso y percepción de bienestar es clara y directa: por cada aumento del ingreso por habitante, la población alcanza un mayor grado de satisfacción o "felicidad". Pero luego, a partir precisamente del momento en que se alcanza un ingreso por habitante de 20.000 dólares, la correlación entre ingresos y satisfacción desaparece. La satisfacción, presente o ausente, ya no está determinada por el ingreso, sino que se la vincula con otros factores.

En países como Colombia, Brasil, Chile y Uruguay, los índices de satisfacción andan alrededor del 80%, donde el ingreso se mueve entre 10.000 y 15.000 dólares per cápita. El tema es que el índice de satisfacción de estos países está por encima de Italia (con 31.000) o Grecia (30.000), o levemente por debajo de Alemania con sus 36.000 dólares por habitante. Lo que nos dicen esos datos es que otros referentes pasan a tener mayor prioridad y por eso, en esta nueva etapa de la realidad latinoamericana, el tema esencial es uno solo: la distribución del ingreso.

¿Qué es lo que la gente empieza a querer cuando ya no es la pobreza la batalla principal y por todos lados se dice que el país tiene más? Por ejemplo, la cohesión social, y por cierto, asociadas a ella, una alta movilidad social, igualdad de oportunidades, acceso a la educación. Todos asuntos que dependen, básicamente, de una distribución del ingreso más igualitaria. A la larga, el nivel de cohesión social tiene que ver, necesariamente, con una sociedad con más igualdad, donde las diferencias entre los niveles de ingresos se han acortado.

Aquí es donde varios países de América Latina tienen una tarea por cumplir. Los costos de la desigualdad son muy amplios y están debidamente acreditados por las estadísticas. Países más igualitarios del mundo desarrollado tienen menos homicidios por cada 10.000 habitantes que otros países más desiguales; países más igualitarios tienen un menor porcentaje de la población en prisiones, exhiben un menor consumo de drogas y, en general, tienen mayores oportunidades de vida que los países más desiguales.

La pregunta, entonces, es qué tipo de distribución de ingreso quieren tener países como Chile u otros, que aspiran a ser un país desarrollado en los próximos 10 o 12 años. ¿Queremos realmente convertirnos en una sociedad más igualitaria? ¿O simplemente el de la distribución más equilibrada del ingreso es un tema que no resulta relevante hoy, y que veremos más adelante cómo resolver?

Se está abriendo una etapa de nuevos desafíos políticos en América Latina. Y en ella, ¿dónde deberíamos poner nuestra mirada? En países -como Japón, Finlandia o Bélgica- en los que el 20% de la población perteneciente al quintil más alto tiene un ingreso promedio de entre cuatro y cinco veces el promedio del quintil más pobre. Una realidad muy diferente de la de Estados Unidos o Singapur, donde el quintil más rico tiene un ingreso 8,5 o 9 veces mayor que el quintil de más bajos ingresos. Y esto tiene efectos directos en dónde se ubica un país cuando se miden sus índices de salud y problemas sociales: si Noruega u Holanda muestran mejores índices que Canadá, Francia o Australia es porque esos indicadores coinciden con aquellos que dan cuenta de una mejor distribución del ingreso. Sabemos perfectamente todo lo que nos falta por hacer. Una vez Fernando Henrique Cardoso dijo una frase elocuente al respecto: "no somos el continente más pobre del mundo, pero somos el más desigual".

Claro, algo más hemos hecho en la perspectiva correcta. Ahí están los avances logrados en Brasil y México en disminución de la pobreza. En Chile, entre 1990 y 2010, la pobreza se redujo desde un 40% a un 11% o 15% de la población, según el indicador que se use para medirla (el de Naciones Unidas o el del Gobierno). A pesar de que el 20% más rico tiene un ingreso promedio 14 veces mayor que el ingreso promedio del 20% más pobre, se logró reducir la desigualdad a unas 7,8 veces, al impulsar una política social enfocada en los grupos de ingresos más bajos.

Pero las diferencias son aún muy grandes y más aún cuando se cruzan con indicadores de calidad. Como hemos dicho en Chile, hay que pensar en un nuevo pacto fiscal, con una reforma tributaria profunda que permita mejorar la distribución de ingresos después de impuestos, cosa que hoy día no sucede. Antes y después del pago de impuestos la distribución sigue en la misma desigualdad. Ese es, sin duda, el desafío mayor no solo para Chile, sino también para el resto de América Latina.

Pero, por encima de todo, se trata de poner bien la brújula. No solo es afirmar que crecimiento no es lo mismo que desarrollo, eso ya lo sabemos. Lo importante es definir que -si queremos sociedades sanas y cohesionadas- ese desarrollo debe ser con otra política de distribución, más justa y, en definitiva, más ética. Y ello debe asumir las nuevas dimensiones de la democracia en tiempos de redes digitales (democracia 2.0), de una educación donde convergen calidad y continuidad; de una reformulación del trabajo y sus espacios; de los derechos y garantías para la salud: en suma, de una vida realmente mejor.

Los latinoamericanos ya debemos saber que, más allá de los 20.000 dólares per cápita, comienza un territorio de nuevas verdades políticas y sociales, las cuales solo traerán satisfacciones si hacemos bien las cosas.

Ricardo Lagos fue presidente de Chile entre 2000 y 2006.

Lo que está en juego en Libia

La derrota de los insurgentes sería una catástrofe para el proceso de liberación en el mundo árabe
Martes, 19 de abril del 2011 Publicado en el Periódico de Catalunya

Sami Nair
Frente a lo que pasa en Libia, uno puede sentir un cierto malestar, pues es una situación muy complicada en la que están en juego tanto el principio del derecho a la autodeterminación de los pueblos como el de no injerencia en la soberanía de las naciones. El pueblo libio está sufriendo una de las tiranías más salvajes del mundo, con un dirigente enfermo, megalómano y patológicamente peligroso. En situación normal, este hombre debería estar bajo vigilancia médica. Ahora bien, gobierna con mano de hierro a su país. El pueblo se ha levantado en contra de él, en la ola de revolución democrática que está conmocionando a los pueblos árabes. Respondió el tirano con cañones y ametralladoras, matando a miles de civiles. Sigue cada día bombardeando las ciudades insurgentes del este de Libia y promete la muerte a los que quieren la democracia. Su poder se basa en el tribalismo, y su tribu, los Ghadafa, no quiere perder el poder, pues sabe que puede padecer el castigo por su imperio sin cuartel durante los últimos 42 años.


La ONU, al amparo de la resolución 1973, autorizó la intervención militar para proteger a la población civil. El tirano fingió aceptar, pidió el alto el fuego, pero siguió bombardeando a los civiles. La OTAN, que reemplazó a los estados que emprendieron primero la intervención (EEUU, Francia y Gran Bretaña), asegura la exclusión aérea, pero no puede intervenir en tierra.

Ahora bien, toda la estrategia del coronal Muamar Gadafi consiste en acercar lo más posible sus tropas a los insurgentes, para impedir los ataques de los aviones que podrían paralizar sus fuerzas. Al mismo tiempo, pidió a algunos de sus amigos, jefes de estados africanos, que le deben todo al dinero que les ha prestado y cuya propia seguridad depende de los mercenarios subsaharianos pagados por él desde hace décadas, que propusieran una hoja de ruta para la paz. El resultado era conocido antes de tal ejercicio: el tirano acorralado propone hablar con los insurgentes sobre las reformas, pero se niega a dejar el poder e incluso pretende recuperar todo el terreno perdido. Los insurgentes reafirmaron su posición: él y su familia deben dejar el poder; no quieren aceptarlos como interlocutores en el diálogo. La dirección de los insurgentes está ahora en manos de altos oficiales del Estado Mayor del Ejército de Gadafi que no pertenecen a su tribu. Se trata de una situación bloqueada, cuya solución no puede ser ahora ninguna otra que la derrota de uno u otro bando.

Ahora bien, los insurgentes no deben ser derrotados, pues sería una catástrofe para el proceso de liberación que se desató en el mundo árabe en contra de las dictaduras. Es muy significativa la situación en Siria: se puede ver allí que ni EEUU ni la UE se están quejando del baño de sangre que la tribu de Bashar el Asad está derramando. El mundo árabe está dominado desde mediados del siglo pasado por estas dictaduras militares y tribales, siempre cómplices de lo peor; han hecho de este mundo uno de los más castigados, dando al integrismo islámico un papel indebido en la vida de estos pueblos.

Los que luchan por la democracia, cuando se sublevan en contra del despotismo, necesitan ayuda. Evidentemente, hace falta respetar el principio de no injerencia. Pero eso no significa impedir la solidaridad con los que defienden la libertad y el libre ejercicio de la soberanía popular. La verdad es que hoy es la dictadura tribal de Gadafi, de Asad, la que se opone al libre ejercicio de la soberanía popular. Si no es aceptable mandar a soldados para ayudar a los pueblos, en cambio es imprescindible suministrar armas, médicos y alimentos a los insurgentes. Ellos son los que deben vencer. Es demasiado tarde para vacilar en el caso libio. La comunidad internacional no puede permitir al tirano salir del agujero en el que se metió. Moralmente, sería un desastre abandonar a los insurgentes.

Algunos comparan la situación actual a la de Sadam Husein. Es un gravísimo error. Sin apoyar jamás a Sadam Husein, que también era un dictador, condenamos en su momento la intervención porque era una mera excusa para apoderarse del petróleo de Irak y destrozar uno de los países más seculares del mundo árabe, que había respetado las resoluciones de la ONU. Era una agresión imperialista en el sentido puro de la palabra, dirigida por un George Bush integrista, mentiroso y fanático. Libia es otra cosa. El porvenir de Gadafi y su familia es sencillo: o bien ser juzgados por el Tribunal Penal Internacional o bien serlo en Libia por alta traición. La revolución democrática árabe solo acaba de empezar. Su recorrido estará sembrado de obstáculos, de fracasos y victorias frágiles, pero el proceso global es imparable, pues encarna la marcha de los pueblos hacia su autodeterminación y su libertad.

*Politólogo y ensayista.

lunes, 18 de abril de 2011

Un enloquecido

A José María Aznar no le mueve nada más que el rencor, la mentira, la soberbia y la corrupción. Si tuviera, -que no lo tiene- un ápice de dignidad, debería recordar que más de once millones de españoles le despreciaron por mentiroso y le colocaron en la oposición, a él y a la cueva de alí babá del PP por falsario, lo peor que le puede pasar a un estadista.
A pesar de los palos que se les están poniendo a este gobierno, con mayor o menor acierto en las medidas -que dicho sea de paso- y que son bien aceptada por Europa, en las próximas elecciones puede ocurrir que la derecha, gane, -no obstante espero y deseo que no sea así-, ya que España estaría ciega para no ver ciertas cosas como este tipo de declaraciones, y no solo de Aznar, sino de todo el PP, porque España no merece esta derecha.
Gadaffi el dictador, asesino y corrupto dirigente, es un amigo de Aznar, -que ha perdido el norte hace muchos años-. Dios los junta a estos camaradas, -Gadaffi y Aznar-. Dime con quién andas y te diré quién eres, aunque esto ya se sabía, pero me gustaría saber cuál era el cache del ex presidente Aznar que tanto criticaba las relaciones del PSOE con los países árabes, para venir ahora a defender lo indefendible. Seguro que a este también le molaría Fernando VII. Con amigos de España como Aznar, no se necesitan enemigos. Estos dos individuos hace muchos años que debería haber sido juzgado por el Tribunal Penal Internacional de La Haya.
Es una desgracia y una vergüenza que camine suelto, y en cambio el Juez Garzón este siendo procesado. Espero que estos dos amigos se sienten algún día en el banquillo y se haga justicia de una vez por toda.
Afortunadamente, no es que la gente de derechas sea así, es solo el partido que ha construido Aznar, que, viéndole a él nos podemos imaginar quien asciende, y quien se marcha asqueado y cansado, habrá excepciones, pero Aznar ha creado un grupo donde los mediocres y acomplejados, y en donde los peores pueden aspirar a todo, y siempre tienen su ejemplo para que no les falte esa aspiración, si alguien es un sinvergüenza, y quiere trepar a costa de lo que sea, con Aznar tiene su espacio asegurado.
Este tipo le hace más daño al reino de España que la misma crisis. Podían jubilarlo desde su partido, pero dudo que lo hagan ya que el mismo Mariano Rajoy se mueve al son que le toca Aznar, y todo el Partido Popular baila con su ritmo. Les dejó bien marcado el guión a este aprendiz de brujo de la política más rancia y derechona de toda Europa.
¿Y ahora que van a decir los peperos en el foro? Dos meses poniendo de asesino a Gadaffi y ahora viene Aznar y les tira el castillo. Menudo líder tenéis, igual os mete en una guerra ilegal, que saca a un ilegal de una guerra. Gadaffi adiestraba a terroristas, alentaba el terrorismo y es amigo de Aznar, ¿cómo puede Rajoy y su camarilla de palmeros tener un presidente honorifico como Aznar?, aquí está la doble cara y moral de los del PP.
Martes, 19 de abril de 2011 Pablo Martínez/Gades

Quiebra moral de la economía de mercado

TRIBUNA: ANTÓN COSTAS.Publicado en El País.
Si la política no recobra su autonomía frente a los mercados financieros y la sociedad no es capaz de manifestar su indignación, no habrá límites a la especulación, la volatilidad financiera y la desigualdad

Uno. Los argumentos económicos son insuficientes para comprender las causas profundas del desastre que estamos viviendo. No solo ha habido "fallos" de la regulación financiera y "errores" de política, como dicen los economistas. Hay algo más intrigante: una quiebra moral del nuevo capitalismo que emergió en los años ochenta del siglo pasado.
Sus desvaríos los pagan los ciudadanos con sus impuestos y la pérdida de conquistas sociales
Si no se toma en consideración esa quiebra moral es imposible comprender la crisis financiera de 2008. Y, lo que es más importante, tampoco se ven algunos de los destrozos que deja: la deslegitimación social de la economía de mercado; una deslegitimación que abarca a las políticas que están haciendo los Gobiernos.
Es descorazonador ver cómo se utiliza el argumento del too big to fail [demasiado grande para caer] con el fin de justificar el rescate público de los bancos y el mantenimiento del empleo y sueldo a los banqueros, haciendo pagar al resto la factura con sus impuestos y recortes de gastos sociales. Esa "medicina", además de culpabilizar a las víctimas, aumentará la desigualdad.
El riesgo es, entonces, el desprestigio de la política democrática y la aparición de problemas serios de gobernabilidad de nuestras sociedades.
Dos. Para comprender las raíces de esa quiebra moral, es necesario cruzar las fronteras del análisis económico y adentrarse en otras disciplinas que captan mejor los fundamentos éticos de la economía, basados en valores como la confianza, la equidad, la justicia o la buena fe en las relaciones económicas; y las consecuencias negativas de la desigualdad, el fraude, el expolio o la corrupción.

Esa convicción me ha llevado a coordinar un ensayo colectivo que en su propio título expresa esa necesidad: La crisis de 2008. De la economía a la política y más allá, editado en la colección Mediterráneo Económico de Fundación Cajamar (www.mediterraneoeconomico.com). Junto a la opinión de economistas, incluye la de filósofos, sociólogos, historiadores, periodistas, ensayistas y novelistas. Aunque sus miradas son diferentes, la polifonía de voces no desentona. Al contrario, ofrece una visión más comprensiva, en la que las voces de los economistas se ven complementadas por la de otros pensadores y científicos sociales.
Tres. Los economistas ofrecen cuatro tipos de explicaciones, no excluyentes entre sí, que descansan sobre la idea de "fallos", "errores" y "desequilibrios".
La primera, atribuye la burbuja de crédito y la asunción de riesgos a los "fallos" de la desregulación financiera que propició la desaparición del viejo modelo de banca prudente y aburrida, que mantenía el riesgo en su propio balance, y fomentó nuevas prácticas ("innovación financiera") que llevaron a la toma de riesgos excesivos para esparcirlos por todo el globo.
La segunda, se centra en los "errores" de una prolongada política de bajos tipos de interés practicadas en Estados Unidos (para evitar la recesión posterior a la explosión de la burbuja punto.com a inicios del 2000), y en Europa (para intentar sacar a Alemania de su anorexia posintegración).
La tercera se fija en los "desequilibrios globales", que hicieron que algunos grandes exportadores de manufacturas, como China y Alemania, en vez de consumir esos ingresos crearan grandes masas de ahorro (global savings glut) que financiaron la burbuja de crédito en EE UU y en la periferia europea.
Una cuarta explicación vincula la burbuja de crédito y la burbuja inmobiliaria con la desigualdad. Incapaces de hacerle frente mediante políticas redistributivas, los Gobiernos habrían utilizado el crédito barato y las políticas de desgravación a la vivienda para compensar la caída de ingresos de las clases medias y trabajadoras. El hecho de que la burbuja inmobiliaria haya sido más intensa en los países del Atlántico Norte, como España, parece apoyar esa hipótesis.
Cuatro. Los no economistas dirigen la mirada hacia otro lugar. Buscan las raíces de la crisis en una "quiebra moral" de la economía que se habría producido en los años noventa.
Estamos ante un fenómeno intrigante. Algo sucedió en los ochenta que invirtió la tendencia a la reducción de la desigualdad desde la II Guerra Mundial. A partir de los ochenta la distribución de la renta se hizo más desigual. Los ricos, especialmente en el sector financiero, se han hecho cada vez más ricos.
Las causas no están claras. Coincidió con cambios de diverso tipo: tecnológicos (las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones), económicos (la globalización), políticos (caída del muro de Berlín) e ideológicos (aparición de la ideología del mercado libre de trabas). Pero parecen haber tenido más influencia las políticas desreguladoras y la debilitación de instituciones que ejercían un cierto control social, como los sindicatos y los medios de comunicación.
La caída del muro de Berlín y del socialismo jugó un papel decisivo. Paradójicamente, no solo dejó huérfano de fundamento ético al socialismo, sino también al capitalismo. La vieja ideología calvinista, basada en la ética del esfuerzo y la responsabilidad individual, dejó paso a una nueva ideología donde la retórica de las "leyes impersonales del libre mercado" impediría juzgar la conducta de los actores desde una perspectiva moral. Es decir, la lógica del mercado haría desaparecer el libre albedrío y, por tanto, la responsabilidad individual. La economía quedaría así liberada de fundamentos éticos.
Esta falacia dio carta de naturaleza al "nuevo héroe" del capitalismo. Un personaje amoral, desacomplejado, libre de cualquier tipo de cortapisas, que lo quiere todo y ahora, que busca maximizar el valor de la acción y su rentabilidad inmediata, y no a la creación de valor económico a largo plazo. Además, se beneficia del paraguas del llamado "riesgo moral": sabe que las consecuencias negativas de sus acciones no las pagará él, sino la sociedad que vendrá a su rescate.
Los economistas han tenido un papel importante en esa quiebra ética. Aunque saben poco de cómo funciona el mundo real, practican una economía arrogante, basada en supuestos idealizados del comportamiento económico, que han utilizado para apoyar políticas de libre mercado. Solo una economía humilde, que reconozca que sabe poco sobre los mercados financieros, será fuente de progreso y estabilidad.
Cinco. Si es cierta esta quiebra moral de la economía, la pretensión bienintencionada de que corrigiendo los "fallos" de la regulación financiera será suficiente para acabar con las conductas amorales y meter al genio de la inestabilidad financiera dentro de la botella es un wishful thinking, una ilusión interesada
La evidencia de que es una falsa solución está en la rápida reaparición de las mismas conductas de riesgo y sobresueldos protagonizadas por los responsables de las agencias de rating y de las instituciones financieras que causaron el desastre y fueron rescatadas con dinero público. Causa sonrojo ver la desfachatez con que vuelven a practicar las mismas conductas. No es que sean inmorales, son amorales. Practican un "fraude inocente".
Una salida estable y duradera a la crisis requiere una refundación moral del capitalismo. No creo que necesitemos otro capitalismo, pero sí necesitamos salvar al capitalismo de estos capitalistas. El problema es que la política ha perdido autonomía y capacidad para hacerlo. Causa desazón ver la confesión de impotencia de David Cameron en el Parlamento británico al señalar que su Gobierno no puede hacer nada para frenar esas conductas.
Pero si la política no recobra su autonomía frente a los mercados financieros, y la sociedad no es capaz de manifestar su indignación ante estas conductas, no habrá límites eficaces a la economía especulativa, a la volatilidad financiera y a la desigualdad.
De ser así, el mayor riesgo de la próxima década será la creciente ingobernabilidad de nuestras sociedades democráticas. Algunas señales apuntan ya en esa dirección.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

jueves, 7 de abril de 2011

Es tiempo de incógnitas en el PSOE

Jueves, 7 de abril del 2011 .Publicado en El Periódico de Cataluña

Carlos Elordi
Periodista
Más allá de la versión oficial del PSOE, la de que todo sigue su curso ordenado y en los plazos prefijados, y de la absurda posición del PP, que solo pide elecciones anticipadas sabiendo que no se las van a regalar, la renuncia de José Luis Rodríguez Zapatero abre demasiadas incógnitas como para no pensar que estamos a las puertas de la inestabilidad política o ya metidos de lleno en ella.
La primera es qué va a pasar tras las elecciones municipales y autonómicas. Si su resultado es desastroso para los socialistas, difícilmente se podrá evitar que las generales tengan lugar en otoño. Y no solo porque la presión del PP se haría insoportable, sino también porque los socialistas con aspiraciones para el futuro podrían preferir esa solución. Si, por el contrario, el PSOE no sale del todo mal librado del trance, lo cual no es imposible, Zapatero podría intentar proseguir su política de reformas, que, al parecer, prevé nuevas medidas impopulares, sin que el debate presupuestario fuera un obstáculo mayor, ya que se podría prorrogar el presupuesto actual.
Pero ahí surge otra incertidumbre. La de cuál va a ser la actitud que adoptarán hacia esa política los candidatos de las primarias. No está escrito que tengan que asumirla sin cortes ni matices. El muy citado editorial del Financial Times del martes incluía este párrafo, que pocos han subrayado: «Los socialistas deben resistir la tentación de obtener ventajas electorales distanciándose de la austeridad fiscal y las reformas laborales de Zapatero». En España hay quien comparte esa inquietud. Que adquiere su sentido por el hecho de que el presidente del Gobierno carecería de la autoridad necesaria para silenciar al aspirante que propusiera una política distinta a la suya.
Un último enigma: ¿las primarias van a servir para elegir a un candidato que crea de verdad que todavía se puede ganar a Rajoy, lo cual no sería necesariamente una locura, sino la expresión del voluntarismo que tanto cuenta en política, o a alguien que, con batacazo electoral para él mismo de por medio, únicamente pretenda hacerse con las riendas del PSOE?

sábado, 2 de abril de 2011

Después de Zapatero, el PSOE

TRIBUNA: JOSÉ LUIS ÁLVAREZ
Los socialistas pueden tomarse con calma la sucesión. Necesitan un nuevo liderazgo, sí, pero para el próximo ciclo político, el que se abrirá tras la crisis. La clave entonces estará en menos personalismo y nuevas ideas
JOSÉ LUIS ÁLVAREZ 02/04/2011.Publicado en El Pais.


Las especulaciones sobre el tempo de sucesión del presidente, las maniobras de algunos posibles candidatos y la ansiedad de los cabeza de lista territoriales y locales no ayudan al PSOE. Y menos el debate sobre nombres, que perpetúa el legado más negativo de Zapatero: la concepción personalista, inorgánica, de la política.
Zapatero ha vaciado ideológicamente el PSOE, en economía ya no se distingue de la derecha
La igualdad de oportunidades debiera haber sido la bandera económica socialista
El PSOE puede tomarse con serenidad la sucesión. El gran secreto de la política española es que las próximas generales son irrelevantes como predictores de la hegemonía política para después de la crisis. En Europa, quien gobierna pierde. Las condiciones políticas después de la crisis serán probablemente tan distintas de las actuales que lo que lleve, ahora o en el corto plazo, al poder será diferente de lo que permita alcanzarlo o mantenerlo en el futuro.

Es para ese próximo ciclo político, todavía nonato, para el que el PSOE necesita un nuevo liderazgo. Por tanto, puede posponer la pregunta sobre el candidato a una serie de reflexiones previas. Primera, ¿sucesión para qué?, es decir: ¿qué tipo de políticas deberá perseguir para dominar el ciclo poscrisis? Segunda, ¿qué modelo de poder?, es decir: ¿se quiere cambiar el hiper liderazgo de Zapatero por un liderazgo más orgánico? Tercera, ¿cuál es el proceso?, es decir: ¿cómo conjugar amortiguar el inevitable golpe electoral a corto con desarrollar candidatos de largo recorrido?

Para responder a la primera cuestión hay que partir del reconocimiento del vaciamiento ideológico que Zapatero ha operado en el PSOE. Canceló el eje tradicional de confrontación derecha-izquierda, el económico, y eligió competir solo en el eje de los valores. De dos maneras. Primera, privilegió los derechos ciudadanos, un grupo de valores importante pero de atractivo electoral limitado y, en cualquier caso, ahora ya conquistado gracias a él. Segunda, reemplazó cualquier otro posible discurso sobre valores por su estilo de liderazgo, pensando que podría atraer a la clase media solo con desplegar el carácter personal y político más opuesto posible al de Aznar. Sin embargo, las clases medias urbanas -las que permiten a un partido convertirse en pivote y así dominar un ciclo- se han ido moviendo, moderada pero sostenidamente, en una dirección conservadora, de un mayor reclamo de autoridad, en especial por el Gobierno y la Administración. La imagen de Zapatero, eficazmente ahondada por Rajoy, de tomarse la función gubernamental a la ligera ha sido devastadora.

Mientras que la respuesta a esta demanda social radica más en la capacidad del PSOE para cooptar élites para sus Gobiernos que en cambios importantes en su ideología, sí se avecina un choque de valores fascinante, que exige al partido una importante renovación de ideas. Tras la crisis, que está dejando el sabor amargo, políticamente todavía no expresado, del resentimiento por el destino desigual de las clases sociales durante la misma, dos son los valores principales que se van a confrontar. Por un lado, lo que será la apuesta del PP: el mérito como legitimador de las diferencias sociales. Por otro, la que debería ser la bandera del PSOE: la igualdad de oportunidades. Mientras que para el PSOE la refundación del eje económico es cognitivamente complicada, ya que carece siquiera de asomo de un paradigma económico alternativo al empresarial, la reconfiguración de su oferta de valores, incluyendo una menor preponderancia del republicanismo cívico, le será emocionalmente muy difícil, especialmente a la generación del presidente.

El segundo reto es el abandono del hiper liderazgo en el partido e hiperpresidencialismo en el Gobierno. No es fácil, porque nuestro sistema los favorece, por tres razones. Una sociológica: los dos grandes partidos españoles son, como toda gran organización, oligárquicos. Otra normativa: la sobreprotección que la Constitución otorga a los partidos refuerza la concentración de poder. Una tercera electoral: el personalismo creciente de las campañas, cuya expresión máxima fueron las dos últimas generales, cuando las siglas PSOE fueron postergadas en favor de la marca "ZP" en 2004 y de la todavía más estilizada "Z" en 2008.

El presidencialismo se acentúa porque el rol presidencial transforma a sus tomadores. A partir de su nombramiento, la preocupación primordial de los presidentes es su evaluación por la historia... porque ya están en ella. Cuando González decía que se gobierna desde Moncloa y no desde Ferraz asumía que el juicio de su presidencia iba a ser sobre su individualidad política. Cuando Aznar renunció a una tercera presidencia lo hizo desde el supuesto de que su lugar en la historia sería independiente del juicio que merecería su PP. Cuando Zapatero ha acumulado más poder que cualquiera de sus predecesores es para asegurar un proyecto irreductiblemente personal. Y cuando el presidente al que menos le ha importado la economía hace de esta, en coalición contra natura con grandes empresarios, su programa para su año final, es porque está pensando en su última oportunidad de pasar como estadista a la historia.

Pero Zapatero, más que ningún otro presidente, se ha constituido en figura diferenciada de su partido. En toda presidencia, las decisiones principales emanan principalmente de alguna combinación de sedes de poder: partido, Gobierno, staff de Moncloa, presidente, consejeros personales. Zapatero es el presidente que más ha desplazado la toma de decisiones hacia su persona y consiglieri. En contraste, González, hasta la salida de Guerra, y Aznar en su primera legislatura, se apoyaron en el trípode partido-Gobierno-Moncloa. De ahí su impacto. Por eso es necesaria una nueva articulación de la relación de poder entre el PSOE y su líder.

La reflexión sobre el modelo de liderazgo lleva directamente a la tercera reflexión clave señalada: la transición entre el corto y largo plazo del PSOE, una cuestión más amplia e importante que la del posible anuncio por el presidente de su renuncia a presentarse a otra presidencia, algo que la opinión pública ya ha asumido, o la nominalista de quién será el nuevo candidato.

El presidente tiene interés en que la sucesión salga bien. Conviene a su lugar en la historia. Cuenta además con la objetividad y distanciamiento de los que no tienen futuro político. Y no hay astucia táctica como la suya una vez los objetivos son claros. Seguramente acertará en los detalles del proceso, para el que no hay un solo trayecto ideal. Probablemente anunciará la renovación del liderazgo después de las elecciones de mayo, pero no inmediatamente, para que no parezca una consecuencia directa, y adoptará el rol de curador del proceso, para que el partido no dé imagen de desunión en las primarias (a los procesos de sucesión política les pasa como a la elaboración de salchichas: el público no debería poder verlos). Y seguramente seguirá gobernando hasta el fin de la legislatura, protegiendo así al partido, y a quien el partido elija candidato. Y contra sus instintos permitirá que alguien de una generación anterior sea su primer reemplazo.

Porque de todas las prioridades de Zapatero en su sucesión, la más importante es cuidar la relación entre generaciones socialistas. Porque ni la que desarrolló el oficio de ganar elecciones y gobernar con González, ni la que aprendió el primero de ellos con el actual presidente, podrá recorrer por si sola la transición de Zapatero al PSOE. La veterana de estas generaciones, en lo que será su last hurrah, es necesaria para reducir el castigo electoral, ofrecer imagen de oficio gubernamental y, más pragmática, centrar el partido. Pero como Moisés con la tierra prometida, el hecho biológico les impedirá liderar todo el recorrido del próximo ciclo político. Serán, por tanto, probablemente dos las sucesiones a Zapatero (a González fueron tres).

A diferencia de los conservadores, que tienen ante sí la más fácil tarea de preservar el statu quo, la izquierda, para cualquier cambio social debe acumular cantidades ingentes de capital político. Nunca ha logrado una transformación relevante sin un estrecho alineamiento entre líder, dirigentes, partido y votantes con un mandato compartido de acción. Este fue el caso de los primeros Gobiernos de González para la europeización de España. Zapatero ha sido el presidente más individualista y, por tanto, el que menos ha cambiado la sociedad. Por eso, su sucesión ha de ser, principalmente, la de un hiperliderazgo a un liderazgo más compartido.

José Luis Álvarez es doctor en Sociología por la Universidad de Harvard y profesor de ESADE Madrid.