sábado, 26 de febrero de 2011

La agonía de una tirania

SAMI NAÏR 26/02/2011.Publicado en el País

A día de hoy hablamos de varios miles de muertos o heridos en Libia. La Cirenaica está en manos de los insurgentes. Es donde vive la principal tribu del país (1,5 millones de miembros), repartida entre Bengasi, Tobruk y las pequeñas poblaciones del desierto. Es también la región más rica desde el punto de vista económico (alberga los principales campos de petróleo) y la más desarrollada culturalmente (por la proximidad con Egipto). Y, por último, es donde se ejerce el control de los puertos y de una parte importante del comercio con el extranjero. Los bengasíes pueden asfixiar económicamente al país, teniendo en cuenta que la insurrección afecta ahora a todo el territorio. La Tripolitana está también en llamas, y es ahí donde el dictador se ha refugiado. Los egipcios ya están organizando una verdadera cadena de la solidaridad con sus vecinos y hermanos, puesto que más de 1,5 millones de ellos viven en Libia.

Desde que empezó la revolución tunecina, cuya ola no parece que vaya a detenerse, sobre todo desde que Egipto pasó al campo de la democracia, el destino de la Libia de Gadafi estaba trazado. Tarde o temprano, él también tenía que caer. Ahora es el poderoso Egipto el que se ha convertido en un ejemplo para todos los países árabes.

Por supuesto, Gadafi prefiere el baño de sangre que dimitir. Es una locura. Pero todo su sistema es una locura, una verdadera aberración mundial. Más allá de las extravagancias relacionadas con el desequilibrio psicológico de Gadafi (padece una peligrosa perversión megalómana y narcisista), podemos definirlo como una tiranía política basada en un reparto económico clientelista. El Estado feudal heredado del rey Idriss fue totalmente destruido. Fue sustituido por la organización llamada yamahiriya (república) de los consejos populares, es decir, una pseudoasamblea constituyente permanente que supuestamente representa la democracia directa en relación con el líder carismático, Muamar el Gadafi, presentado como la personificación consumada de ese poder directo. En definitiva, la voz y el brazo del poder del pueblo.

En realidad, el poder es de otra naturaleza. Se trata de una vulgar dictadura policial, dirigida por Gadafi, cuyo objetivo, al destruir las estructuras del Estado, es impedir que los ciudadanos se organicen y se expresen por las vías legítimas, y como consecuencia permitir que el dictador ejerza una suerte de tiranía absoluta. El medio para ejercerla, más allá de la policía represiva, es el control de los recursos financieros relacionados con el petróleo y su reparto clientelista entre todas las tribus del país, a cambio del cual obtiene su apoyo político.

Este modo de gestión de las tribus ha funcionado durante 40 años, pero no sin crisis ni conflictos internos. Sin embargo, hace 10 años que la manzana está podrida: el tema de la sucesión del Jefe, debilitado por su enfermedad psicológica, estaba planteado. Las élites libias se encuentran de algún modo en la misma situación que las élites tunecinas entre 1980 y 1987, cuando la senilidad de Burguiba convertía el país en prácticamente ingobernable.

En Libia, aunque la naturaleza del personaje y la enfermedad sean diferentes, el tema del futuro está ahora abierto: los libios deberán afrontar a la vez varios problemas de gravedad. Si Gadafi no es eliminado físicamente, no se resignará. O bien comprará un refugio dorado en un país africano o en otra parte, o bien organizará, en el sur, un ejército de terroristas mercenarios: tiene dinero para hacerlo. Los insurgentes libios deberán evitar a toda costa que el país se divida. Deberán construir rápidamente unas instituciones de base para crear el Estado democrático. Por último, se está planteando y se planteará aún más en el futuro el tema del papel del Ejército. La represión actual la han dirigido esencialmente milicias subsaharianas generosamente remuneradas. Si el Ejército se pone al lado del pueblo, deberá neutralizar esas milicias lo más rápidamente posible para impedir que pongan en práctica la política de tierra quemada, como desgraciadamente ha ocurrido en Túnez.

Al pueblo libio tal vez no le ha llegado aún lo peor. Y por ello la solidaridad internacional debe organizarse rápidamente. Hay que poner en cuarentena a los representantes de Libia que no condenan la represión ciega, declarar a Gadafi culpable de crímenes contra la Humanidad y lanzar contra él una orden de captura para llevarlo ante el Tribunal Penal Internacional.

Por último, la Unión Europea debería actuar para que el Consejo de Seguridad de la ONU no se limite solo a condenar la represión, sino que organice muy rápidamente el envío de fuerzas internacionales de la ONU para proteger a los civiles libios, como hizo en el pasado en Sierra Leona o en otros países de África.

Traducción de M. Sampons.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Marruecos:dignidad y juventud

23 feb 2011 Publicado en el Público.Compartir:

THIERRY DESRUES

Los jóvenes marroquíes de hoy son los hermanos pequeños y los hijos de los adultos que fueron identificados con la generación de Mohamed VI. A esta nueva generación no le satisface ni la tímida apertura que ya inició Hasán II al final de su reinado, ni el proceso de reconciliación con la antigua oposición, ni la reforma del código de la familia. La naturaleza de su lucha es distinta a la de sus predecesores. Lo es porque esta generación antepone una concepción ciudadana del individuo (como sujeto social libre e igual en derechos y deberes) a cualquier otra reivindicación realizada en nombre de un colectivo, ya sea la clase, el sexo, la lengua o la ideología. Por ello, el llamamiento a través de las redes sociales de internet a manifestarse el 20 de febrero en Marruecos para reivindicar más libertad, más justicia social y más democracia recogió una clara y firme demanda: la recuperación de la dignidad en un país de súbditos marcados por la sumisión y el conformismo, tal como analizó brillan-
temente Abdallah Hammoudi en su libro Maestro y discípulos (2007). Y es precisamente este modelo de sumisión el que cuestionan los jóvenes marroquíes de hoy.

Esta generación de jóvenes ha sido escolarizada, ha podido llegar incluso a la universidad y está conectada con el mundo a través de las nuevas tecnologías. No obstante, observan cómo sus mayores son los que siguen detentando un poder político, económico y social del que son excluidos. La exclusión social y económica es ilustrada por el fenómeno de los diplomados en paro, que desde hace 20 años se manifiestan periódicamente en las calles de Marruecos para reivindicar un puesto de trabajo. El 30% de los que han sido formados y han apostado por la movilidad social ascendente a través de la educación no encuentra una salida profesional acorde con su formación. La emigración es un sueño de difícil alcance, y si bien muchos jóvenes ven en el movimiento asociativo una vía de inserción social, esta sigue siendo un mal menor que no satisface plenamente sus aspiraciones y esperanzas.
La falta de integración política de los jóvenes se ha convertido en un problema público inscrito en la agenda de Mohamed VI. A pesar de los discursos del rey pidiendo a los partidos políticos que den mayor presencia a la juventud en sus filas y recojan en sus programas políticos las reivindicaciones de los jóvenes, la abstención en las elecciones
de 2007 fue muy amplia (se estima que solamente uno de cada tres jóvenes fue a votar). Esto pone de manifiesto la desconfianza de los jóvenes tanto hacia el rol subalterno de los partidos políticos en la configuración del régimen político como hacia las deficiencias de los propios partidos, afectados por la percepción del inmovilismo de sus liderazgos y la incompetencia o la corrupción de sus miembros.

Si tomamos datos de encuestas sobre el sistema de valores de los jóvenes marroquíes (ver L’Economiste, del 8 y 27 de enero de 2006, y el estudio de El Ayadi, Rachik y Tozy L’islam au quotidien. Enquêtes sur les valeurs et les pratiques religieuses au Maroc, 2007), se observa que en su inmensa mayoría se declaran religiosos y valoran positivamente el islam como religión, pero el apoyo al islamismo no es mayoritario. Los jóvenes se casan cada vez más tarde (27 años las chicas y 32 años los chicos) y el número de solteros crece. Esta evolución es paralela a la prolongación de la permanencia de las chicas en el sistema educativo. A ello ha contribuido también el paro, la falta de vivienda o los cambios en los valores. La autonomía de las mujeres jóvenes respecto al uso y control de su cuerpo afecta las relaciones intrafamiliares y levanta las diatribas de los adalides de la moral islámica y patriarcal.
La constitución de la juventud como categoría social se plasma también en la efervescencia del movimiento cultural Nayda (Ponte de pie), que ha sido portador de tres importantes cambios simbólicos: la apropiación del espacio público (las plazas y las calles ocupadas por los jóvenes con ocasión de festivales populares), la legitimación de la cultura urbana juvenil y una mayor tolerancia hacia la libre relación entre chicos y chicas en esos eventos. Este movimiento fusiona elementos de la cultura global con las culturas locales, por lo que el resultado es fundamentalmente marroquí, pero abierto al mundo.

En esta misma senda, los llamamientos a la movilización del 20 de febrero parecían sintomáticos de una ruptura generacional. Los debates en la red reflejan la propensión a la deliberación en pie de igualdad de los participantes y cómo el sujeto colectivo se va construyendo a partir del reconocimiento del derecho de cada individuo a involucrarse en estos. Los participantes demandan respuestas pragmáticas e inmediatas a unas acciones de protesta alejadas de las lógicas de muchas organizaciones sociales y políticas. Por ello, incluso a las formaciones políticas que se oponen al régimen les resulta difícil capitalizar la disponibilidad militante de los jóvenes.
Cuando el ascensor de la movilidad social no funciona y cuando los jóvenes ven incierto su futuro, se movilizan por ser reconocidos en una sociedad caracterizada sobre todo por su conservadurismo. La cuestión a dilucidar es la de saber cómo el régimen político marroquí gestionará las aspiraciones de los jóvenes a convertirse en ciudadanos libres e iguales en derechos y deberes.

Thierry Desrues es Investigador responsable del Magreb en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC

Ilustración de Mikel Casal

El Estado soy yo

JUAN GOYTISOLO 23/02/2011.Publicado en El País.

A mediados de los ochenta del pasado siglo, charlaba con mis amigos músicos de la plaza de Marraquech en la peluquería en la que trabajaba uno de ellos cuando entró un desconocido de una treintena de años cuyo acento nos intrigó. No era magrebí ni egipcio ni de Oriente Próximo. Mientras se sometía a las tijeras y el peine del barbero, le preguntamos de dónde procedía. De Libia, dijo. Curioso como soy, le pedí su opinión sobre el Líder Máximo. "Es mi padre", dijo. "Bueno, el padre de todos los libios". Su singular sistema de gobierno, insistí, ¿funcionaba bien? Como una seda, repuso. La gente, ¿vivía satisfecha? Satisfecha, no, feliz. Le comenté que la perfección que nos pintaba no existe en nuestro triste mundo. Todas las sociedades del planeta tienen problemas, pequeños o grandes, pero problemas. El desconocido pareció reflexionar y su letanía de las bondades del sistema se trocó en lamento. Sí, había un gran problema, el de la dote. Casarse era muy caro, no estaba al alcance de todos los bolsillos. El tono de su voz cambió también de la autoafirmación a la angustia. Había venido precisamente a Marruecos en busca de una novia. En Casablanca le hablaron de una muchacha virgen y quien la conocía le prometió concertar una cita con ella, pero necesitaba hacerle un buen regalo antes de los preliminares del trato, él confió 2.000 dirhams al intermediario y a la hora fijada para el encuentro en la sala trasera de un café del centro, no aparecieron ni él ni la prometida, le habían engañado y se sentía deshecho, aquella era su última oportunidad, nos preguntó si conocíamos a alguna joven casadera, aunque no fuera entrada en carnes o tuviera algún defecto, a él no le importaba, quería volver a su tierra casado y con los papeles en regla... La visión beatífica de la yamahiriya de Gadafi se había convertido de golpe en una mezcla de desesperanza y quejío flamenco. Ignoro si alcanzó su objetivo o regresó a Libia con las manos vacías.

Gadafi lucha a la desesperada para mantener el control del oeste de Libia
Uniformes de húsar austrohúngaro o capas de colores enmarcaban su rostro acartonado

Poco después, con motivo de uno de esos matrimonios interestatales efímeros a los que el coronel es tan aficionado, decenas de millares de marroquíes emigraron a Libia en busca de trabajo. Gadafi había proclamado la Unión Árabe con Marruecos y los emigrantes confiaban en ser recibidos por sus hermanos con los brazos abiertos. El sueño de tan bella hermandad no duró. El regreso a cuentagotas primero y masivo después reflejaba un total desengaño. Los que confiaron en las promesas del Líder sufrieron un régimen cuartelero, su contacto con la población local estaba sometido a la estrecha vigilancia de los comités de defensa de la Revolución y la existencia bajo el "gobierno de las masas populares" expuesto en el Libro Verde era infinitamente peor que en la del país que habían abandonado. Mencionar a Gadafi y su yamahiriya era mentarles la bicha. Fueron ellos quienes adaptaron a su manera el chiste que oí en Estados Unidos sobre un concurso cuya recompensa consistía en un viaje a Filadelfia. Primer premio, tres días en Libia; segundo, tres semanas en Libia; tercero, tres meses en Libia. El humor marrakchí era su válvula de escape.

Un diplomático español que fue cónsul general en Trípoli me refirió también por estas fechas una anécdota muy reveladora del edén gadafiano. Un día fue convocado a la Comisaría Central de la ciudad: un compatriota nuestro había intentado violar a una mujer libia. Al personarse en el lugar, la lectura del acta de acusación le llenó de perplejidad: la tentativa de violación se había llevado a cabo a la luz del día en la céntrica plaza Verde. Si se tiene en cuenta el número de viandantes que la cruzan a diario, la acusación resultaba inverosímil. Cuando tras mucho papeleo y protestas pudo acceder a la celda del acusado, este -marino de un buque que había hecho escala en Trípoli- le confesó el crimen: ¡Le había guiñado el ojo! La supuesta agraviada pertenecía a la guardia personal del Líder Máximo y, como tal, formaba parte de la alta jerarquía en el poder. Las negociaciones para liberar al culpable concluyeron de forma insólita. Según el abogado de la defensa de oficio, este debía declararse homosexual y demostrar así que en el guiño dirigido a la guardaespaldas no había intención lujuriosa alguna. Maldiciendo su suerte, el marino firmó su para él afrentosa condición de marica y quedó en libertad.

Mientras ocurrían esas cosas y cosillas, la figura del Líder era celebrada en una universidad madrileña como la del genio visionario de una "tercera teoría universal", cuyo Libro Verde abría al mundo árabe y no árabe la llave del futuro. Se organizó así una videoconferencia en la que Gadafi se dirigió al estudiantado reunido simultáneamente en nuestra alma máter y en Trípoli. Cada una de sus frases proferidas con una voz espesa y átona, iba seguida de una salva de aplausos que solo cesaban cuando el homenajeado indicaba con una señal del dedo que quería seguir desgranando su rosario de perlas de sabiduría. La ensalada compuesta de socialismo, panarabismo y un vago ingrediente religioso siguió suscitando con todo el entusiasmo asambleario: en fecha mucho más reciente, leí en un folleto impreso en España que 700 especialistas venidos del mundo entero se habían reunido durante tres días en la capital libia para estudiar el contenido doctrinal de la obra del Jefe. ¿Por qué no, pensé de inmediato, 7.000 especialistas durante tres meses? ¿O, mejor aún, 700.000 durante tres años? El absurdo hubiera sido el mismo y la maravilla aún mayor.

Las inmensas reservas de hidrocarburos del país de su propiedad -las mayores de África- explican tanta obsequiosidad, compadreo y falta de principios. Desde su alineación con los presuntos Estados árabes moderados, esto es, opuestos al terrorismo islamista, todo le fue perdonado: no solo su demagogia y sus soflamas contra el imperialismo norteamericano, sino también cuanto se cocinaba en las cloacas del poder: la represión sangrienta de cualquier conato de oposición; la desaparición entre muchas otras, sin dejar huella, del padre del novelista Hisham Matar; la participación de sus servicios secretos en el atentado de Lockerbie en 1988, en el que perecieron 270 pasajeros; el repugnante proceso de las desdichadas enfermeras búlgaras acusadas de propagar el sida a fin de ocultar las carencias del sistema sanitario libio... Su desmesurada afición a los disfraces y escenarios de "autenticidad beduina" era en verdad única. Gorra de plato, librea, medallas, charreteras, uniformes de almirantazgo o de húsar del imperio austrohúngaro, feces otomanos, turbantes tribales, túnicas azules en juego con birretes del mismo paño, capas majestuosas de todos los colores del arcoíris (tal vez por lo de "una buena capa, todo lo tapa"), enmarcaban un rostro cada vez más inexpresivo y acartonado, con la mandíbula desdeñosamente alzada al estilo de Mussolini. El frenesí exhibicionista le acompañaba en todos sus viajes o en los actos de pleitesía que le tributaban los déspotas africanos. Instalaba así su jaima portátil en Roma, París, Madrid y Londres, recibía los abrazos de Berlusconi, Sarkozy y de los primeros ministros español y británico, respondía a la afrenta de la policía de Ginebra que detuvo a su hijo por maltrato físico a sus servidores, no solo con la retirada de todos sus fondos de los bancos suizos, sino también con la original propuesta de que la Confederación Helvética fuera borrada del mapa y repartida conforme a sus distintas lenguas entre Alemania, Francia e Italia.

El "gobierno de las masas populares" es él. Gadafi acapara todo el poder en un país sin Constitución, Parlamento ni partidos políticos y su endiosamiento carece de límites. Por eso, el espectáculo de los últimos días, con docenas de miles de manifestantes que, como en Teherán, salen valientemente a la calle desafiando los disparos de la policía y de los matones a sueldo, llena de euforia a quienes conocen su régimen opresor al servicio de su megalomanía. Frente a las declamaciones de quienes se dan golpes de pecho y se manifiestan dispuestos a derramar su sangre por el Líder Máximo (mientras derraman entre tanto las de sus compatriotas), los gritos de júbilo de quienes pisotean en Bengasi su odioso retrato, tienen algo de iniciático y liberador. Sea cual fuere el resultado inmediato de esta matanza de sus amados súbditos, Gadafi forma parte ya de la trinidad de los ídolos caídos en el muladar de la historia con Ben Ali y Mubarak. Confiemos en que el próximo sea Ahmedineyad.

Juan Goytisolo es escritor.

domingo, 20 de febrero de 2011

Ola de cambios mundo islámico:Revolución democrática en Egipto

Preguntas sobre la revolución egipcia
BERNARD-HENRI LÉVY 20/02/2011.Publicado en El País


La caída de Mubarak. Esa muchedumbre desarmada que arriesga la vida para derribar un régimen mortífero. Esa demostración de fuerza por parte de unos hombres y mujeres que prueban, una vez más, que solo hay una superpotencia en este mundo: la del pueblo unido. La grandeza de esas gentes que han encontrado en la "fusión" (Sartre) la fuente de una energía inimaginable; y en la esperanza (el otro Juan Pablo: Wojtyla), una invitación a dejar atrás el "miedo". La aparición, surgida de la nada o, más exactamente, de un espacio que creíamos virtual y es el de las redes sociales de la web, de esa nueva ágora que fue durante 18 días la plaza de Tahrir de El Cairo. Esas reivindicaciones republicanas y responsables, moderadas y a escala humana. Esa ausencia de ilusión lírica. Esa alucinante madurez política que también parece surgida de la nada. La discreción, más sorprendente aún, de los agitadores islamistas, que primero callaron, luego se sumaron al movimiento de mala gana y en el último minuto, y de común acuerdo con Suleimán, el policía supremo, intentaron parchear un régimen que se desmoronaba. El hecho de que, por primera vez en la historia del mundo árabe moderno, todo esto haya acaecido sin una sola consigna antiamericana o antioccidental, sin que haya ardido una sola bandera israelí y sin los consabidos eslóganes sobre el origen "sionista" de todas las plagas de Egipto. El increíble espectáculo de esos manifestantes que, tras derrocar al tirano, tuvieron el reflejo cívico de limpiar la plaza que habían tomado y de decir de algún modo al mundo: "Barrer el antiguo régimen no es una consigna abstracta; el barrido comienza aquí, en la vida y en la cabeza de cada uno"... Todo esto constituye una de las secuencias políticas más emocionantes que me ha tocado vivir. Pase lo que pase, me ha proporcionado una reserva de imágenes indelebles que vienen a reunirse en mi memoria con las de las revoluciones del año de gracia de 1989, y es el signo de eso que Maurice Clavel llamaba "acontecimiento" y que, por ahora, ningún temor, ninguna reserva, ningún sombrío presentimiento deberían disuadirnos de aplaudir.

Es preciso saber si los Hermanos Musulmanes han renunciado a imponer la 'sharía'

Dicho esto, una cosa es saludar, celebrar o incluso abrazar el amanecer veraniego de esta primavera egipcia en invierno; una cosa es decir una y otra vez, como vengo haciendo desde hace semanas, que estamos pasando una página de la historia de la región y, por tanto, del mundo, y que debemos alegrarnos de ello sin reservas, y otra muy distinta es hacer nuestro trabajo intentando ser no cómplices del acontecimiento, como dicen algunos medios de comunicación, sino testigos exigentes que se hacen las mismas preguntas que se están haciendo, en el momento en que escribo, los demócratas egipcios más lúcidos y sagaces.

La primera de estas preguntas tiene que ver con las consecuencias del movimiento. Para continuar en una vena sartreana, ¿qué ocurre con un grupo en fusión que recae en la inercia? ¿Qué ocurre con ese orden en la Tierra que, como decía otro revolucionario -chino, en este caso-, siempre termina sucediendo al desorden en la Tierra? ¿Y el precio de esa sucesión? ¿Venganza o no de la realidad y de su prosa? ¿Astucia o no de una historia que, como decía Marx, tiene más imaginación que los hombres? ¿Y qué pensar, por ejemplo, de las declaraciones de Ayman Nur, líder de Al Ghad (partido laico liberal) y figura histórica de la oposición, que, cuando el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas anunciaba que "los tratados y pactos internacionales" serían respetados, se pronunciaba en cambio a favor de la revisión del tratado con Israel?

La segunda tiene que ver con esos Hermanos Musulmanes que, lo repito, han sido los grandes ausentes del levantamiento, pero nada permite descartar que vayan a intentar, como el zorro de la fábula de La Fontaine, hacerse con su control después. Y, sobre todo, nada permite afirmar que hayan cambiado tan profundamente como explican esos distinguidos islamólogos que vienen encadenando patinazos y errores de análisis durante los últimos 30 años. Porque ¿qué dice exactamente la dirección de la hermandad? ¿Qué nos revela no tanto la decisión táctica de ceder provisionalmente el turno, sino su ideología profunda y su proyecto de sociedad? ¿Ha renunciado a la sharía? ¿Se ha alejado de Hamás? ¿Y de Sayyid Qutb, teórico moderno de la yihad y, mientras no se demuestre lo contrario, su principal guía intelectual?

Finalmente, la tercera pregunta concierne a ese Ejército que, tras la caída del rais, ha asumido la dirección de las operaciones y cuyas profesiones de fe democráticas parece creer todo el mundo a pies juntillas. ¿Hace falta precisar que es el mismo Ejército, y comandado por los mismos generales, que durante los últimos 58 años ha sido la columna vertebral de un régimen aborrecible? ¿Hay que recordar que las grandes ONG, como Amnistía Internacional, llevan décadas denunciando su brutalidad y sus repetidas violaciones de los derechos humanos? ¿Estamos seguros de estar tratando con un Ejército como el de Ataturk o como el de la Revolución de los Claveles portuguesa? ¿Debemos descartar completamente la hipótesis de un Egipto que al final caiga en manos de un Gobierno, civil o no, que no sea sino una variante del régimen instaurado antaño por Nasser y cuyas bases no cambien sustancialmente?

Plantear estas preguntas no es pretender aguarle la fiesta a nadie ni, aún menos, insultar al futuro. Es aportar una modesta contribución a una revolución que está solo en su primer acto y cuyas repercusiones no afectarán solo a Egipto, sino al mundo.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

Europa y el mundo árabe:la hora de la acción

ÁNGEL VIÑAS 20/02/2011.Publicado en El País


Lo que está ocurriendo en el mundo árabe es uno de esos fenómenos que moverán el andamiaje de la historia. La Unión Europea, en general, y España, en particular, tienen un interés eminente en que el proceso futuro discurra hacia cotas aceptables de libertad, democracia y progreso económico.

En el plano de la UE sectores significativos de las sociedades de Túnez y de Egipto han demostrado las deficiencias de orientación en la praxis de la política seguida hasta la fecha. Es obvio que la primacía a la estabilidad de asfixiantes dictaduras no ha superado la prueba de fuego. Sobre si los soportes conceptuales también deben revisarse cabe debatir.

La UE tiene los medios, la capacidad y los instrumentos para hacerlo, si quiere. Es decir, si logra superar un vacío de creatividad política y de eficacia administrativa. El Tratado de Lisboa ofrece un marco más que adecuado para el necesario juego del triángulo institucional que forman el Parlamento, la Comisión y el Consejo. Esta prelación resulta de la experiencia obtenida cuando la UE tuvo que hacer frente en el pasado a procesos de democratización en países no llamados a ser candidatos a la adhesión.

Gracias al Parlamento, la Comisión puso en marcha, al comienzo de los años ochenta, mecanismos de protección y reforzamiento de las sociedades civiles, ya fuese en el Chile de Pinochet o en otras regiones de América Latina. Frente a la actitud de algunos otros actores de importancia como los Estados Unidos en las eras de Reagan y Bush senior.

Las innovaciones no fueron nunca fáciles aunque el paso del tiempo empañe su recuerdo. ¿Quién evocará que el aparato burocrático renqueó? ¿Que hubo todo tipo de funcionarios, muy altos y menos altos, que pusieron trabas y obstáculos, parapetados tras los reglamentos? Por fortuna, también hubo comisarios (alemanes, como Haferkamp; franceses, como Cheysson; holandeses, como Van den Broek, y españoles, como Matutes y Marín) que removieron unas y otros. Delors apoyó de forma decisiva la creación de fórmulas novedosas en política comercial, introdujo a la Comisión por la vía de la ayuda humanitaria y contribuyó, en definitiva, a alterar el statu quo.

En el Consejo las cosas no fueron mejor. En público ningún Estado miembro criticó a una Comisión todavía débil en sus actuaciones en la escena internacional. De puertas adentro, algunos trataron de debilitarla. Encrespaba las relaciones con Estados Unidos. Malgastaba fondos escasos. Carecía del suficiente savoir-faire. En el fondo, se sentían cómodos apoyando a dictaduras y tiranías. Los gérmenes de la democracia local, que se apañaran como pudieran. Estabilidad ante todo.

Nada remotamente parecido, al menos que se sepa de fuente fidedigna, se ha expuesto hasta ahora ante las oleadas de cambio en el mundo árabe. No ha habido el menor atisbo de autocrítica. Existen, eso sí, indicios de que las cosas pueden empezar a cambiar. ¿A qué ritmo?, ¿con qué perspectivas?, ¿con cuántos fondos?, ¿cuál sería su distribución?, ¿para qué? La vicepresidenta responsable de la Comisión no parece haber estimado oportuno dar muchas explicaciones. Por consiguiente, el Parlamento haría bien en invitarla a que informase acerca de los resultados de su análisis de la situación -quizá con transiciones potencialmente prolongadas en ciertos casos- y cómo entienda que deba materializarse en concreto la ayuda de la UE. Tal tipo de explicaciones ante los representantes de la soberanía popular no serían ninguna innovación. Muchos comisarios, con responsabilidades y poderes menores, lo hicieron en el pasado y la política exterior de la UE no se vio debilitada.

En el plano español existe una responsabilidad particular. De entre los europeos occidentales somos de los pocos sobre los cuales se vertieron, en el secreto de las comunicaciones diplomáticas foráneas, los más hirientes comentarios despectivos y con frecuencia racistas. Somos también de los pocos cuya sociedad civil la Comunidad Europea dejó siempre en la estacada. No en vano las élites empresariales de diversos Estados miembros estaban en estrecha colusión con sus homólogos de la dictadura. Políticos y diplomáticos ideológicamente cargados también primaron la estabilidad a cualquier precio. Afortunadamente, a veces se cohonestaron innovación y realpolitik. Durante la transición, en Alemania no se dudó en abordar, vía programas de apoyo a la sociedad civil, la reparación histórica de las canalladitas del Tercer Reich durante la guerra.

El anticomunismo del "Centinela de Occidente" fue el equivalente del antiterrorismo de hoy. Los españoles demócratas de ayer fueron el equivalente de los árabes de hasta hoy. Razones para, en mi opinión, inducir una política de constante espoleo de la Comisión. No cabe abandonarla a sus inercias y dinámicas internas. Algunos Estados miembros ya lo han comprendido.

Ha llegado, en definitiva, uno de esos momentos en la historia en que es preciso exponer públicamente la nueva configuración que deba revestir la siempre difícil combinación de realpolitik y efectivo compromiso con los valores de libertad y democracia, machaconamente proclamados pero raras veces aplicados al mundo árabe. ¿O habremos de dejar casi impasibles que la UE, soberbia y ombliguista, marche al paso que le dicten otros?

Ángel Viñas es catedrático de la UCM y acaba de terminar La conspiración del general Franco.

sábado, 19 de febrero de 2011

Un mensaje de esperanza y advertencia

TIMOTHY GARTON ASH 19/02/2011.Publicado en El País


He pensado que debía ver personalmente los efectos de las revoluciones en la calle árabe. La calle árabe en Europa, quiero decir. De modo que he decidido volver a la calle de Tribulete de Madrid. En esta calle estrecha, llena de bares míseros y locutorios de teléfono e Internet, desde los que los inmigrantes se comunican con sus convulsas patrias, hay marroquíes, tunecinos, argelinos y, en una pequeña tienda polvorienta llamada La Casa del Faraón, un joven egipcio llamado Safy. Vino hace tres años desde el puerto mediterráneo de Rashid, o Rosetta, donde las tropas de Napoleón hallaron la famosa piedra del mismo nombre.
España carece de estrategia hacia las revoluciones árabes. Reacciona tan mal como el resto de la UE
Lo que me dicen Safy, y Mokh-tar, y Muhammad (varios Muhammads) es que, por fin, existe cierta esperanza en sus países. Y que, si esas esperanzas se hacen realidad, si cae también el que un inmigrante argelino denomina "Gobierno mafioso" de su país, si hay una perspectiva real de empleo, vivienda y más libertades, entonces volverán a casa. Vinieron a España con el fin de construir una vida mejor para sí mismos y para sus hijos. Les gustan muchas de las cosas que encuentran aquí, aunque dicen que los prejuicios antimusulmanes en España se han agravado desde los atentados de Madrid en 2004. Sin embargo, en cuanto tengan la oportunidad, piensan volver a su país. Porque ahora existe "cómo se dice... espoir".
Esta no es una calle árabe cualquiera de Europa, aunque se pueden encontrar otras exactamente iguales en todas las grandes ciudades de Europa occidental. No, esta es la calle de la que salieron varios de los terroristas de Madrid. Solían reunirse en La Alhambra, un tranquilo café-restaurante. En uno de estos locutorios trabajaba Jamal Zougam, que fue quien preparó los móviles para detonar las bombas que mataron a tantos españoles inocentes en los trenes que llegaban a la cercana estación de Atocha el 11 de marzo de 2004. Cuando estuve aquí hace seis años, conocí a unos jóvenes que tenían fotos de Osama Bin Laden en sus teléfonos. Eran muestra de su miedo, su indignación por la guerra de Irak y su desesperación.
Hoy, esos locutorios y esos móviles están llenos de mejores noticias. En La Casa del Faraón, Safy e Ibrahim se alegran de la caída del presidente egipcio. Y el que lleva el bar en La Alhambra, un marroquí pensativo que hace tiempo estudió historia medieval, habla con cautela de la posibilidad de que las cosas mejoren en su reino natal. En unas elecciones libres, dice, los islamistas marroquíes podrían tener buenos resultados, pero serían unos islamistas pacíficos, respetuosos con la ley y la democracia, como los de Turquía, "salvo que todavía más moderados".

Bueno, como dice Herodoto, mi tarea es dejar constancia de loque dice la gente, pero no estoy en absoluto obligado a creérmelo. No seré yo quien dé una importancia desmesurada a la vox pópuli de una tarde en una calle árabe. Habría que ser insensatos para no darse cuenta de que este no es solo un momento de oportunidades, sino también de peligros. El camino de Túnez y Egipto hacia el futuro está mucho menos claro de lo que estaba el de los países de Europa del Este, y en la meta no les aguarda el cálido y acogedor refugio del ingreso en la UE.
A largo plazo, lo que oigo decir en la calle de Tribulete puede significar que algunos inmigrantes regresen a sus países de origen. Por ahora, lo que hay son más de 5.000 refugiados árabes llegados en patera a la isla italiana de Lampedusa, procedentes sobre todo de Túnez. "La revolución no ha cambiado nada", aseguran a Le Monde, y quieren que Europa les dé trabajo.
En la confusión de la nueva semilibertad, van a aparecer viejos problemas muy desagradables. Puedo comprobarlo al hablar con un joven marroquí que está esperando el autobús en una parada. Sin venir a cuento, empieza a decirme que "todos los problemas del mundo son culpa de los judíos". El profeta Mahoma tenía un problema con los judíos, explica, y, desde entonces, los judíos han hecho siempre la vida difícil a los musulmanes. Este joven reza en una mezquita cuyo imán principal es -¿a que se lo imaginan?- de Arabia Saudí.

Intentar contener la insatisfacción evidente de los jóvenes árabes a base de apoyar autocracias corruptas -incluida la de Arabia Saudí, que financia el nombramiento de imanes wahabíes-, como han hecho Estados Unidos y Europa durante tanto tiempo, no es más que aplazar los problemas de hoy para convertirlos en otros más graves mañana. Debemos aprovechar esta oportunidad, arriesgarnos y hacer que nuestras mejores mentes estudien de qué manera, con los limitados medios de que disponemos, podemos ayudar a estos árabes sedientos de libertad a alcanzar el mejor destino posible.
¿Cómo? Esa es una pregunta para la que esperaba oír alguna respuesta en España. Porque ningún otro país europeo está tan cerca del mundo árabe: solo 13 kilómetros hasta el punto más próximo de Marruecos, al otro lado del Mediterráneo.
Sin embargo, lo que he oído hasta ahora en boca de los políticos y analistas españoles es decepcionante. Es verdad que este país es un experto conocedor del Magreb, en especial Marruecos, pero su política está coartada por los temores a una avalancha de inmigración a través del Estrecho (que las autoridades marroquíes ayudan a contener en la actualidad), con el terrorismo islamista, las drogas y el crimen que podría acarrear; las preocupaciones por la seguridad de las ciudades españolas y norteafricanas de Ceuta y Melilla; y los estrechos lazos con la monarquía marroquí. Si la manifestación del domingo en Marruecos es el comienzo de un proceso serio, las autoridades españolas no saben qué harán.
Si España no tiene estrategia, Francia tiene algo peor: una mala estrategia. En aras de un supuesto realismo y con gran cortedad de miras, las élites políticas y empresariales francesas han sido siempre uña y carne con los gobernantes del norte de África. Y, como los papeles de Wikileaks nos han ayudado a comprender, en ese grupo de gobernantes, eso quiere decir ser uña y carne con ladrones.
Además, el presidente Nicolas Sarkozy ha encasquetado a Europa una organización que es peor que inútil, llamada la Unión para el Mediterráneo. Su copresidente y fundador, junto al propio Sarkozy, fue nada menos que Hosni Mubarak. Son 43 países que forman una institución de paja, llena de comités y proyectos pesados y disfuncionales y que no sirve en absoluto para sus supuestos fines. Ahora que verdaderamente necesitamos una unión para el Mediterráneo, deberíamos empezar por abolir la que existe.
En cuanto a la otra gran potencia mediterránea de Europa, Italia, el profundo interés personal de su primer ministro en los asuntos árabes acaba de provocar su próxima comparecencia ante la justicia para responder a la acusación de haber pagado por mantener relaciones sexuales con una bailarina árabe de night club llamada Karima el Mahroug, que en el momento de los hechos era menor de edad.

El problema serio de verdad es que todos los dirigentes europeos están preocupados por bancos que quiebran, recortes del gasto público y la crisis existencial de la Eurozona. Un político español con visión de futuro me dice que lo que necesitamos ofrecer a los países de la otra orilla del Mediterráneo es "un plan Marshall con un fuerte componente político". Algo que, para unos europeos agobiados y que tienen que apretarse el cinturón, será tan poco apetecible como ceder sus puestos de trabajo a los tunecinos de Lampedusa.
En resumen, con un análisis frío, la reacción europea ante el "1989 árabe" puede producir tanto escepticismo como el resultado de la propia revolución. Ahora bien, si la UE no ofrece una respuesta generosa, imaginativa y estratégica a lo que está sucediendo en la orilla sur del Mediterráneo, será un fracaso cuyas consecuencias pagaremos un día en todas las calles árabes de Europa.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Españoles en el exterior:ciudadania con espinas

TRIBUNA:
JUAN AGULLÓ 19/02/201 :publicado en el País

Con la ciudadanía española en el exterior pasa algo parecido a lo que ocurrió, durante años, con las mujeres: no es un tema tabú, sino espinoso. Y por espinoso, poco conocido y por poco conocido, a menudo, obviado. No se trata, sin embargo, de un colectivo menor: actualmente, fuera de nuestro país, viven tantos españoles como en la región de Murcia o en la ciudad de Barcelona (algo más de millón y medio). Tampoco se trata de un grupo humano menguante: entre 2009 y 2010, el número de residentes en el exterior aumentó en más de 100.000 personas.

¿Por qué no crear una circunscripción especial para aquellos que votan desde el extranjero?

Cifras tan espectaculares se deben, en parte, al proceso de naturalización, producto de la Ley de Memoria Histórica, pero también a un incremento sostenido de la emigración, consecuencia de la crisis. Es muy posible que, debido a ambos factores, en breve podamos hablar de unos dos millones de personas.

Lo curioso del caso es que, pese a su importancia numérica y a diferencia de otros países que cuentan con importantes contingentes de sus nacionales en el extranjero, los españoles del exterior tienen poco peso específico en la realidad nacional. De hecho, las relaciones que dichas personas mantienen con su propio país suelen estar marcadas por viacrucis administrativos, desprotección social -sobre todo en América- e insospechadas trabas en España (para abrir cuentas corrientes, para que sus hijos nazcan en hospitales públicos, para revalidar títulos académicos, para cotizar, etcétera).

Sus derechos no son, en definitiva, los mismos que los de los residentes en nuestro país, inmigrantes incluidos. Precisamente por eso, el actual Gobierno aprobó -a finales de 2006- un Estatuto de la Ciudadanía Española en el Exterior que no solo supuso un auténtico hito jurídico (en la medida en que rompió con una vieja tradición etnocéntrica), sino que, además, pareció poner a España en la senda de un replanteamiento estratégico del problema similar al realizado, en los últimos tiempos, por países como Rusia, India o Turquía.

Ha bastado, sin embargo, un lustro para que un nuevo jarro de agua fría se vierta sobre la que, León Felipe, definía como "España trasterrada": recientemente, el Parlamento (PP incluido) ha aprobado una reforma de la LOREG que limita, de facto, los derechos electorales de los españoles en el exterior. A partir de ahora, votar desde el extranjero será más complicado, ya que los electores tendrán que rogar su voto (es decir, inscribirse para votar).

Las explicaciones para este agravio comparativo son abundantes aunque las razones últimas, elocuentes: hoy por hoy, los españoles del exterior votan en nuestras circunscripciones. Eso genera sentimientos encontrados: positivos cuando el resultado es la sobrerrepresentación de determinadas provincias, pero negativos cuando la elección de algunos alcaldes depende del voto de personas que nunca han vivido en el municipio implicado.

¿Por qué no crear entonces, como en Italia, una circunscripción exterior? Pues porque, aunque el programa electoral del PSOE lo defendía, el Consejo de Europa lo recomienda y el Consejo de Estado lo avaló, su introducción implicaría que ciertas provincias perdieran peso a favor de los residentes en el exterior o que se incrementara el número global de parlamentarios, posibilidad peliaguda en un contexto de crisis.

Desde España, sin embargo, nadie acostumbra a preguntarse por las consecuencias de que un cuerpo electoral mayor que la provincia de Málaga siga sin tener representación propia y a partir de ahora, además, se le restrinjan las posibilidades de escoger representación ajena. Son más espinas: su vulnerabilidad aumenta, tanto a nivel nacional como exterior.

Hasta hace poco, nuestros expatriados dependían de intermediarios residentes en España que, aunque no comprendían bien sus problemas, se ocupaban de ellos. A partir de ahora, ¿a quién le interesará ir a buscar votos a lugares lejanos, de elevada abstención, cuya realidad no le importa?, ¿quién se tomará en serio a los órganos consultivos de la "Emigración"?

Dicha situación solo sería injusta si no fuera porque este problema también incorpora una dimensión geopolítica: nuestro país sigue sin plantearse lo que hará en los próximos años, como Estado, con su comunidad exterior. Hay países de nuestro entorno que -como Francia, Italia o Israel- lo tienen claro hace tiempo y otros que -como Rusia, China o India- comienzan a tenerlo.

También España, en plena transformación de las relaciones internacionales, debiera plantearse trazar una política de diáspora activa: no se trata, tanto, de cuestionarse lo que nuestro país puede aportarle a sus residentes en el exterior, como de indagar en los beneficios de una concepción más circular de la ciudadanía. Nuestros expatriados, de hecho, podrían convertirse en un actor exterior tan válido y tan dinámico como nuestras grandes empresas.

Pero para que eso ocurra, para que se concrete el viejo precepto de la Constitución de Cádiz -según el cual, nuestro país, es "la reunión de los españoles de ambos hemisferios"- nuestros expatriados deberían ser escuchados pero, sobre todo, considerados. Últimamente, países como Chile, Irlanda o Australia lo han hecho con éxito. ¿Por qué no comenzar, como ellos, por elaborar un informe que escudriñe nuestra alma exterior?

Juan Agulló es sociólogo y periodista residente en México.

viernes, 18 de febrero de 2011

Elecciones y violencia en Máxico

A partir de 2008 se disparó el número de homicidios; en 2010 fueron entre 28.000 y 29.000. La guerra de Calderón contra el crimen organizado es sangrienta y fútil. Pero ello no le asegura al PRI el regreso al poder
JORGE CASTAÑEDA 18/02/2011.Publicado en El Pais.

Según el diario Milenio de la Ciudad de México, el 4 de febrero fue el día más violento del sexenio del presidente Felipe Calderón: fallecieron 63 mexicanos en incidentes vinculados a la guerra del narco. Durante todo el mes de enero, las ejecuciones de unos y otros por unos y otros sumaron 920, comparado con 860 en enero de 2010, 463 en 2009, 250 en 2008, y 232 en 2007, recién llegado Calderón al poder. No obstante, el 6 de febrero el propio Calderón recibió una buena noticia -una más- en materia política: su partido conquistó el Gobierno del pequeño Estado de Baja California Sur, contribuyendo a la quinta derrota del PRI en las elecciones estatales de los últimos meses: Puebla, Sinaloa, Oaxaca, Guerrero, la propia Baja California, y para todos fines prácticos también en el central Estado de Hidalgo.

Los mexicanos no se tragan la historia de Calderón de que todo es culpa de los narcos

En materia de violencia, inseguridad y miedo, el país está hoy en su peor momento en 20 años

Estas dos tendencias contradictorias -la violencia que sigue creciendo, y las elecciones que el PRI sigue perdiendo- definen el perplejo momento que vive México al iniciarse la sucesión presidencial de 2012.

Abundan las explicaciones, tanto casuísticas como tendenciales, de la retahíla de reveses que ha sufrido el PRI en las elecciones citadas, algunas hasta cómicas: por ejemplo, no es derrota si se pierde en un Estado que no se gobernaba. Es decir, si el PP pierde las próximas elecciones legislativas en España, no será una derrota porque no está en el Gobierno. Es cierto que las razones del fracaso priísta en Oaxaca no son las mismas que en Sinaloa, que a su vez son distintas a las de Guerrero, que se diferenciaron de la debacle de Baja California Sur. Y también es obvio que no es lo mismo esta última entidad, la menos poblada del país, que el Estado de México, el más poblado y cuya elección será en julio y crucial para la contienda presidencial del año entrante. Pero a reserva de que los especialistas descubran comportamientos electorales por ahora invisibles, podemos desde ahora aventurar una primera explicación: la gente en México no quiere votar por el PRI. En los comicios que restan este año -Nayarit, Estado de México, Coahuila y Michoacán- es probable que pierda dos más, gane uno holgadamente, y la moneda está en el aire en el reino mexiquense de Enrique Peña Nieto, hoy día el candidato puntero del PRI -y de todos- en la contienda presidencial.

No es imposible que exista un estigma priísta imborrable: cualquiera que sea el candidato -bueno o malo, joven o viejo, honesto o corrupto, inteligente o tonto- el emblema del PRI mata su personalidad o lo hunde. Quienes pronostican un tsunami priísta el año entrante deberán de conseguirse unos buenos binoculares para divisarlo a lo lejos en las aguas del Pacífico. No se ha acercado a costas mexicanas.

De existir ese estigma, se confirmaría la validez de la estrategia diseñada desde 1999 para lograr la alternancia en el país y derrotar al PRI en condiciones sumamente adversas, por lo menos en esa época, y todavía ahora en muchos Estados. Consiste en convertir cada elección en un referéndum sobre la permanencia o regreso del PRI al poder, y obligar a los electores a definirse sobre este tema central, y no otro: ni quién es el mejor candidato, o cómo han gobernado las organizaciones políticas alternativas, ni cuál es la situación económica y social de la entidad o del país, etcétera. La premisa de la campaña de Vicente Fox hace 12 años fue que los mexicanos estaban hartos del PRI, y que si se le imponía al electorado una opción simple -seguir con el PRI o echarlo- se ganaría la elección, sin importar en exceso el panorama nacional, la combinación de virtudes y defectos del candidato, el talento o la mediocridad de su equipo, la estatura y habilidad del adversario.

La estrategia ha funcionado maravillosamente para ganar elecciones, pero no para gobernar. Como Héctor Aguilar Camín y yo hemos dicho en nuestro libro anterior Un futuro para México y ahora en el recién publicado Regreso al futuro, no sirve para transformar y construir un México próspero, equitativo y democrático. Pero esa es harina de otro costal.

Si el PRI y el PAN encuentran una solución de alianza en el Estado de México -y hay una muy buena, la exsecretaria panista de Desarrollo Social y de Educación, Josefina Vázquez Mota- pueden empezar a descarrilar el AVE de Peña Nieto, en pleno ascenso hacia el palacio presidencial de Los Pinos. Y si el PAN logra construir una candidatura ciudadana a la presidencia -interna o externa al partido- para 2012, puede repetir en el poder. Las elecciones realmente existentes, como se hubiera dicho hace algunos años, muestran que la restauración en México es, por lo menos, incierta.

Y lo es a pesar de, y a la vez gracias a, la sangrienta y fútil guerra de Calderón contra el llamado crimen organizado. Me explico. Por un lado, en materia de violencia, inseguridad y miedo, el país hoy está peor que en cualquier momento de los últimos 20 años. Por el otro, sin embargo, la culpa de todo ello puede achacársele a los Gobiernos federales anteriores, y a los Gobiernos estatales actuales. Y la gran mayoría de ambos son... del PRI.

De acuerdo con las cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), recopiladas por Fernando Escalante en la revista Nexos de diciembre, en 2007 tuvieron lugar en México 8.507 homicidios dolosos totales, no exclusivamente vinculados al narco, equivalentes a 8,2 por cada 100.000 habitantes. Esta cifra fue ligeramente superior a la de 2006, y la más baja en 20 años.

La tendencia desde 1992 había sido claramente descendente. Pero a partir de 2008 se disparó: 14.009 en 2008 y 19.809 en 2009, arrojando un promedio para ese año de 15,8 por 100.000 habitantes. Aún no están disponibles las cifras para 2010, pero gracias a los cálculos de Kevin Casas-Zamora, de Brookings Institution en Washington, disponemos de una estimación. Desde 2007, la relación entre homicidios vinculados al narco y homicidios dolosos en total en México ha sido de dos a uno; el Gobierno mexicano ha proporcionado cifras de homicidios vinculados al narco para 2010 -15.273- y usando la misma relación de dos a uno, a ojo de buen cubero el número total de homicidios dolosos en México en 2010 alcanzó entre 28.000 y 29.000 por lo menos. Partiendo de una población de 112 millones de habitantes, desembocamos en una proporción de homicidios dolosos por 100.000 habitantes de 27. Es decir, una cifra superior a cualquier que hayamos visto desde 1992, y muy parecida a las de otros países de América Latina. Brasil en particular se sitúa en 25, Colombia en 32. México hoy es un país mucho más violento que antes, y casi tan violento como varios países grandes de América Latina, aunque obviamente no alcanza todavía los niveles de Centroamérica (con la excepción de Costa Rica) o de Venezuela.

Como es lógico, entonces, la población no solo no percibe una mejoría en la seguridad en México; siente que la violencia relacionada con el crimen organizado se ha acelerado. El 95% de los habitantes considera que las condiciones de seguridad existentes son iguales o peores que hace 12 meses, según el INEGI. De acuerdo con su Índice de Percepción sobre la Seguridad Pública (IPSP), en enero del año pasado, 92% de la población pensó que la violencia fue igual o peor a la de un año antes. Respecto al futuro, 85% de la población aseguró que las condiciones no se modificarán o empeorarán.

Los mexicanos obviamente no se tragan la historia del Gobierno calderonista de que todo esto es culpa de los narcos, pero tampoco responsabilizan a las autoridades. Esta aparente contradicción le abre una ventana a Calderón: ligar al PRI con el narco, la corrupción y el crimen organizado, y preguntarle al electorado si quiere que vuelvan a Los Pinos los que crearon, según el presidente, el desastre actual. Con dos o tres encarcelamientos -fundados o no, en México da más o menos lo mismo- de gobernadores priístas en funciones o en retiro, y con la amenaza a los votantes que solo un sucesor designado por Calderón puede ganar la guerra, no es inconcebible la victoria electoral panista. Quién sabe qué quede del país, pero ya en campaña, esa no suele ser la primera preocupación de los políticos.

Jorge Castañeda, excanciller mexicano, es profesor de la Universidad de Nueva York y de la Universidad Nacional Autónoma de México.

De Túnez a El Cairo

SAMI NAÏR 18/02/2011.Publicado en El Pais


El vuelco de Egipto hacia el campo de la democracia, si se confirma, constituye un cambio radical para todos los países de la región. Egipto fue, es y será por mucho tiempo el corazón del mundo árabe. Todo acontecimiento que se produce allí influye en el resto de las naciones árabes.

Cuando en los años sesenta Nasser galvanizaba a las masas, había desde Yemen hasta Marruecos las mismas repercusiones, las mismas cóleras, las mismas alegrías y desesperaciones. Cuando Sadat y luego Mubarak destruyeron el dinamismo nacional egipcio y se sometieron a EE UU, la misma atonía, la misma impotencia y la misma resignación se apoderaron en todas partes de las poblaciones. Egipto representa el peso del número (más de 80 millones de habitantes), el peso de la geografía (se halla en el centro de las relaciones entre el Oriente y el Occidente árabes), la fuerza de la cultura, de la ciencia, de la tradición estatal y, sobre todo, tras la II Guerra Mundial, el símbolo de la emancipación de los pueblos árabes. Pero este país ha sufrido una dictadura despiadada durante más de medio siglo, en realidad desde las primeras derivas del nasserismo a finales de los años cincuenta.
La pequeña Túnez es la que ha anunciado el fin de esta historia compartida por todos los Estados árabes. Y es ella misma la que ha abierto el camino de la hecatombe de las dictaduras. Han bastado 23 días, después de la inmolación del joven Buazizi, para acabar con Ben Ali y su camarilla de parientes; han bastado tan solo 18 para deshacerse de Mubarak.
En efecto, el Ejército egipcio, en estrecha relación con EE UU, ha controlado la operación desde el principio hasta el final. Hay que decir en este punto que la gran suerte de los manifestantes egipcios se debe también a la inteligencia política de Barack Obama, quien, tras un momento de indecisión, ha tomado finalmente partido en su favor y ha puesto a salvo de este modo los intereses de Washington. A diferencia del Ejército tunecino, el Ejército egipcio tiene un papel estratégico en el país; dispone de un poder financiero independiente y controla sectores esenciales de la economía; y, sobre todo, no puede ignorar el punto de vista americano, aunque solo sea por el dinero que cada año recibe de EE UU (1,3 mil millones de dólares). Manteniendo a Mubarak en el poder, tenía todas las de perder. Para defenderlo, habría tenido que disparar al pueblo, pero ni los soldados del regimiento, en contacto permanente con la población, ni el mismo pueblo, lo hubieran tolerado. Sabemos que en el seno del Estado Mayor se han dejado oír desde hace días voces que querían acabar con el viejo dictador. A este, incluso le ha ocurri
-do exactamente lo mismo que a Ben Ali, ya que los oficiales reunidos en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas le ofrecieron el 10 de febrero, después de su discurso, que eligiera entre la corte marcial o la dimisión. Y es probable que asistamos en las próximas semanas a evoluciones significativas en la relación de fuerzas en el seno de esta institución. El Consejo Supremo que sustituye a Mubarak deberá arreglárselas con la ira popular; la huida del dictador no hará olvidar sus responsabilidades, ni eclipsar la voluntad de recuperar la fortuna fraudulenta acumulada a espaldas de Egipto (60.000 millones de euros mientras que Ben Ali "solo" acariciaba 3,7 mil millones de euros).
En cambio, el Ejército tunecino es una institución pequeña, no es ofensiva, ni tiene "enemigos", y nada tenía que perder al deshacerse de Ben Ali, quien lo había sometido a su policía todopoderosa.
Pero en los dos países, el Ejército ha sido el vector principal del inicio de la transición. Sin embargo, nada apunta, sobre todo en el caso egipcio, a que el Ejército se haya puesto definitivamente al lado del pueblo. Puede hacer durar la actual situación de transición y, sobre todo, mantener las riendas del poder si el islamismo se convierte, en un contexto de crisis, en una alternativa política seria. Es cierto que se encontró entre la espada y la pared: es el pueblo unido, sin distinción de clases, el que ha mostrado el camino.
La emergencia de una sociedad civil democrática, autónoma y espontánea en el mundo árabe es la gran novedad de estas dos revoluciones y de las que vendrán. Es una situación original, pero que conlleva riesgos, sobre todo por la ausencia de organización política. El Ejército conducirá en ambos países el proceso de transición hacia la democracia solamente si la sociedad civil logra construir rápidamente unos partidos que sean capaces de ofrecer una alternativa política. Los únicos partidos que realmente se han estructurado estos últimos años han sido los partidos islamistas. Pero tanto en Egipto como en Túnez, la emergencia de la revolución ha cogido desprevenidos a los islamistas; ninguna de sus consignas ha sobresalido en las movilizaciones. Sin embargo, están al acecho. Por prudencia, de momento dedicarán sus esfuerzos, como ya se proponen hacer en Túnez, a conquistar la hegemonía dentro de la sociedad civil. Su cálculo es a largo plazo: primero quieren dominar la sociedad, "tradicionalizar" el sistema de usos y costumbres, para luego vencer democráticamente en las elecciones, según el modelo turco.

Pero ahora no les resultará fácil imponerse: la revolución ha sido democrática de principio a fin. Los jóvenes, que han sido en sus países la punta de lanza de la revolución, no han manifestado afiliación religiosa o ideológica alguna. Reivindicaban la libertad de expresión, unas instituciones democráticas y la marcha de un hombre que simbolizaba la opresión desnuda.
La irrupción de la juventud es en realidad la gran novedad política en el mundo árabe. Esta generación no pertenece a tradición alguna, nacionalista árabe o religiosa. Su cultura política no la han heredado del pasado, sino que proviene mecánicamente de la insoportable contradicción entre la libertad negada en la vida cotidiana y la libertad extrema de la que los jóvenes disfrutan en Internet, Facebook, Twitter, los SMS, etcétera. Esta es producto de la globalización -no la de la economía, sino la de los valores alternativos de ciudadanía y de democracia política-. Es la representación de otra forma de antiglobalización, típicamente relacionada con las condiciones específicas del mundo árabe. Nada hace prever que estos jóvenes vayan a dejar que los movimientos integristas aplasten bajo un nuevo manto de plomo su conquista democrática. A los egipcios, como a los tunecinos, no les queda otra posibilidad que aceptar ese reto y afrontar, de una vez por todas, la cuestión de la modernización cultural de sus sociedades.
El seísmo tunecino ha tenido su primera réplica en Egipto. Le seguirán otros temblores. La idea falaz según la cual los regímenes autoritarios son los mejores garantes contra la amenaza islamista ha muerto en Túnez y en El Cairo. Lo que ha ocurrido estas últimas semanas demuestra que los pueblos, cuando quieren la libertad, saben no tenerle miedo a nadie, porque han superado el mismo miedo.

Sami Naïr es profesor invitado de la Universidad Pablo de Olavide, Sevilla. Traducción de M. Sampons.

miércoles, 16 de febrero de 2011

La semilla de la revuelta está en África negra esperando una salida

La desesperación de los jóvenes africanos no encuentra canales para expresarse

Internacional | 16/02/2011 - Publicado en La Vanguardia


XAVIER ALDEKOA
Johannesburgo. Corresponsal


En África subsahariana hay mil Mohamed Bouazizi. O un millón. El joven tunecino que se inmoló arrancó así la revolución de los jazmines y, de pasó, incendió el mundo árabe no era un caso único. Al revés. África negra está llena de jóvenes con estudios, desesperados por sacar su familia adelante (Bouazizi vendía verduras en la calle) y hartos de humillaciones. Hay mil Bouazizi porque los contextos de pobreza, paro y falta de libertad no son extraños en el continente. Pero ¿esos factores son suficiente para que las revoluciones árabes naveguen Nilo arriba y se expandan en el continente negro? Cuando nadie lo esperaba, Egipto y Túnez dijeron basta a la injusticia y adiós al dictador. ¿Y tú, África negra?

Cuando Ngozi Okonjo-Iwealam, directora ejecutiva del Banco Mundial, atiende a este diario durante unas conferencias en Kigali (Ruanda), deshoja la situación en dos tandas: “Cada país tiene su dinámica y particularidad, pero los gobernantes africanos pueden sacar dos lecciones de lo ocurrido en Egipto y Túnez. La primera es que África es un continente joven, con el 50% o 60% de la población menor de 25 años. Esa juventud puede ser beneficiosa si hay trabajo. Si no, crece la insatisfacción. Hay que educar, pero con un objetivo”. La ex ministra de Exteriores y Finanzas de Nigeria sigue: “La segunda lección es que la libertad de expresión es clave. La gente tiene que sentir que su voz tiene impacto, que puede cambiar las cosas”.

Okonjo evita nombres propios, pero los hay. En Zimbabue, donde el veterano Robert Mugabe (la semana que viene cumple 87 años) gobierna desde hace tres décadas, la libertad de expresión es casi tan quimérica como encontrar trabajo: según la CIA, es el país con la tasa de paro más alta del mundo, casi el 95%. La eternidad de Mugabe en el sillón presidencial no es una excepción. En Camerún, Uganda, Angola, Guinea Ecuatorial o Congo llevan más de un cuarto de siglo con el mismo líder. En Togo o Gabón los presidentes son los hijos del antiguo dictador.

El ministro de Trabajo de Ruanda, Anastase Murekezi, subraya la importancia de la legitimidad para lidiar con las revueltas. “¿Por qué se levanta un país como Túnez, cada vez más desarrollado y donde la gente no sufre para comer y las mujeres tienen más libertades que antes? Porque no podemos separar el buen gobierno del desarrollo. Sólo desarrollo no es suficiente”.

Pero para que el desencanto haga clic hace falta educación. El director del Programa Mundial de Alimentos en Malawi, Abdoulayé Diop, es gráfico en su análisis. “Hay cada vez más licenciados y doctorados africanos pero no se les da salida ni se aprovechan en el desarrollo del país. Es una bomba de relojería, hay que darles una salida”. En 1970 había en toda la región subsahariana sólo 200.000 alumnos de educación superior, hoy hay más de cuatro millones. Aunque siguen siendo pocos (apenas el 6%, cuando en los países árabes el 24% tiene estudios superiores), el crecimiento anual de estudiantes avanzados dobla al de cualquier otra parte del mundo.

También está internet. Las revueltas del norte de África se bautizaron como revoluciones de Facebook o Twitter porque la red permitió organizar la protesta. El ghanés Emmanuel Akwetey, director ejecutivo de IDEG, organización de investigación política y abogacía, dirige hacia ahí sus temores (o esperanzas). “Potencialmente sí puede haber efecto contagio, los líderes de la revolución son jóvenes educados, sin trabajo y que controlan canales como Facebook o Twitter; eso empieza a existir en África subsahariana”, opina. Aunque la tecnología está al alcance de una minoría, las previsiones hablan de un futuro conectado: en el 2015, los móviles con conexión a internet se habrán multiplicado por 22.

Pero si la semilla social de las revolución egipcia y tunecina están en África negra, las diferencias dificultan salir a la calle. El norte de África, de mayoría árabe, apenas tiene similitud con la heterogeneidad del África negra, donde además la pertenencia a la propia tribu es más fuerte que la conciencia nacional. Sólo Somalia, Ruanda, Burundi o Botsuana rivalizan en homogeneidad nacional con los vecinos del norte.

Luego está el olvido. Hace dos semanas, una periodista francesa de Johannesburgo recibió una llamada de un amigo desde Gabón. “¿Qué demonios hacéis? Aquí estamos saliendo a la calle para protestar y nadie dice nada”, le espetó. La policía disparó gases lacrimógenos y detuvo a treinta personas antes de ahogar la protesta.

"El mundo debe levantarse"
Unas gotas de los ánimos de cambio en África subsahariana aterrizaron en El Prat ayer. El escritor y bloguero ecuatoguineano Juan Tomás Ávila Laurel inició el pasado viernes una huelga de hambre contra el régimen de Teodoro Obiang Nguema. “Mi intención es denunciar la corrupción y la penosa situación del pueblo de Guinea Ecuatorial”, explicaba ayer nada más aterrizar en la capital catalana. Aunque en la ex colonia española los ingresos por el petróleo rozan los 5.000 millones de dólares anuales, el 77% de su población vive por debajo del umbral de la pobreza. Ávila Laurel no se atrevió a poner un límite a su acción: “Llegaré hasta donde sea, pero lo importante es que la gente coja el testigo. Yo doy el primer paso para denunciar lo que ocurre, pero desde Guinea Ecuatorial, tienen que empujar; también desde España”. Las revoluciones de Egipto y Túnez le animaron a dar el paso. “Ya pensaba desde hace mucho que había que hacer algo, pero la emoción de ver cómo un pueblo echaba a un dictador sin las armas me da esperanzas y me inspira”, explicó. El autor, de 44 años, cree que en varios países africanos se dan los contextos necesarios para una revolución, pero el olvido facilita la represión. Por eso está en España, para que se escuche su voz. “Si nadie lo sabe, para los dictadores es fácil reprimir al pueblo, por eso estoy aquí, para decir que yo soy sólo uno pero el mundo debe levantarse”.

Maquiavelo y el pueblo elegido

Quien llega a primera potencia mundial, como EE UU ahora o hace 500 años los Reyes Católicos, ha hecho méritos. Pero yerra si cree que tiene una especial relación con Dios o una "superioridad natural"
JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO 16/02/2011:publicado en el País


El reverendo Fred Phelps, líder de la Iglesia Baptista de Westboro, Kansas, ha colgado en YouTube un vídeo en el que bendice el acto del pistolero que ha intentado matar a la congresista Gabrielle Giffords en Arizona. Esta representante se merecía su suerte, explica el predicador, porque había apoyado las leyes que permiten el aborto y las bodas gais, pecados que tienen irritado a Dios con Estados Unidos. Phelps era ya conocido por su irrupción en los funerales de los soldados muertos en las guerras de Irak y Afganistán, donde repite su tesis del enfado divino con el pueblo norteamericano.

Este predicador es un caso extremo de locura y odio. Pero su idea del destino providencial de la nación americana es bastante más común de lo que se cree fuera de aquel país. Según ella, los americanos son los continuadores del Pueblo Elegido, y por eso reciben una recompensa superior a las de otros si siguen los mandatos divinos (el dominio del mundo, nada menos) y sufren mayores castigos que los demás si los desobedecen.

La tesis no es nueva. Hace 500 años finalizaba en España el reinado de los Reyes Católicos, con un balance espectacular. Habían unido las coronas de Castilla y Aragón, conquistado Granada y dado fin al dominio musulmán sobre la Península, descubierto unos territorios inmensos al otro lado del océano, derrotado a la invencible caballería francesa en Italia y tomado diversas plazas en el norte de África. Francesco Guicciardini, gran observador político, decía que estos sucesos habían alterado el orden europeo de los siglos anteriores. Lo mismo hacía Maquiavelo, que por aquellos años intentaba ofrecer una explicación moderna de esos y otros cambios políticos a partir de factores como la fortuna, la virtù y la necesita; por lo que le acusaban de inmoral. Pero los pensadores peninsulares, deslumbrados por los recientes triunfos, seguían anclados en el providencialismo medieval. Dios era el agente de la historia; no había fortuna, en el sentido de azar o casualidad, como no había virtù, en el de habilidad política, porque hasta el menor acontecimiento era producto de la voluntad divina, aunque sus razones fueran con frecuencia inaccesibles a la mente humana. Los éxitos de los reyes solo podían deberse a la protección providencial, por su decidida defensa de la verdadera fe. Como explicó al rey Fernando el doctor Palacios Rubios, hablando de la conquista de Navarra: "por razones solo a Él reservadas, ha decretado Dios quitar su reino a los reyes de Navarra y otorgarlo a Vuestra Majestad. Porque es Dios quien transfiere los reinos de gente en gente, como dice la Sagrada Escritura".

El providencialismo llevaba, lógicamente, al profetismo. Si lo ocurrido en el pasado había sido producto de la voluntad divina, era fácil adivinar por dónde avanzaría el futuro. Tanto Alonso de Cartagena como Sánchez de Arévalo dedujeron de la protección providencial sobre la monarquía castellano-aragonesa que la grandiosa misión a la que estaba destinada aún no había concluido. En el horizonte se veía, para empezar, la absorción de Portugal. Diego de Valera decía al rey Fernando que "es profetizado de muchos siglos acá que habréis la monarquía de todas las Españas".

La manifestación del favor divino sobre los monarcas hispánicos significaba, como poco, que había comenzado una nueva era histórica, que había nacido un nuevo imperio, comparable al persa o al romano. Pero muchos creían que se estaba instalando la monarquía universal, destinada a conquistar Jerusalén y entregar la corona terrenal a un Cristo esplendoroso que descendería sobre el Monte de los Olivos, con lo que terminaría la historia humana. Los imperios, observaron estos profetas con una lógica aparentemente impecable, se movían de Levante a Poniente, de acuerdo con el curso del sol: nacidos en Asiria y Persia, y encarnados sucesivamente en Grecia y Roma, culminaban ahora en España, un Finis Terrae que sería también el Finis Historiae.

Un siglo y pico más tarde, al comenzar el reinado de Felipe IV, aquel optimismo había flaqueado mucho. Fernando e Isabel no habían sido sucedidos por su hijo, el príncipe don Juan, que murió joven -quién sabe si por designio divino o golpe de la ciega fortuna-, sino por los Habsburgo, que habían construido, a partir de sus éxitos, un poderosísimo imperio. Pero, quizás porque se habían tomado en serio su destino de dueños del mundo, se habían embarcado en tantas empresas que estaban desbordados. A la altura de 1620-30, la monarquía española estaba en guerra con más de media Europa. En lugar de prolongar la tregua firmada por Felipe III con los holandeses, su sucesor optó por reanudar las actividades bélicas; y los rebeldes no solo dominaban el norte de Flandes, sino que habían ocupado territorios en Brasil, lo que irritaba a los portugueses, que veían su imperio mal protegido por sus nuevos dueños, los Habsburgo españoles. Felipe IV participaba también en la Guerra de los Treinta Años, en apoyo de sus primos austriacos frente a los belicosos luteranos daneses y suecos. A favor de estos acabaría por entrar igualmente Francia, pese a estar regida por el católico cardenal Richelieu. Hasta por la sucesión del ducado de Mantua se metió Olivares en una guerra absurda, que perdió.

Pese a que la monarquía recibía de América unas remesas de plata que le permitían mantener unos ejércitos muy superiores a los de cualquiera de sus rivales europeos, los recursos no daban para cubrir tantos frentes. La flota de Tierra Firme, además, se fue a pique en 1621 con grandes mermas para el tesoro real; al año siguiente sufrió pérdidas la de Nueva España; y el desastre fue completo en 1628, cuando todo el convoy mexicano fue capturado por el holandés Piet Heyn. Subir los impuestos sobre Castilla, principal proveedor de hombres y recursos para los tercios, era ya imposible, porque la voracidad del fisco real había arruinado y despoblado este reino desde hacía tiempo. El conde-duque decidió entonces presionar a portugueses y catalanes, que se aferraban comprensiblemente a sus privilegios para evitar que se repitiera allí el desastre castellano, y provocó las dos rebeliones de 1640, que acabaron en largas guerras internas y la independencia de Portugal.

En uno de los momentos de aquel catastrófico proceso, los consejeros del rey idearon convocar una Junta de Reformación para estudiar cómo resolver la situación. Y, tras mucha cavilación, se aprobó un plan que mezclaba medidas económicas, destinadas a incrementar la recaudación, con otras contra el lujo en la vestimenta y el consumo suntuario en la corte, que tenían un contenido más moral que económico; uno de los artículos, muy significativo, disponía, sin más, el cierre de burdeles. Como el propio Felipe IV confesó, había comprendido que Dios estaba enfadado con él, y con su pueblo, por sus pecados. La mejor manera de enfrentarse con los fracasos militares y las penurias económicas era, por eso, aplacarle purificando las costumbres del reino.

No hay que exagerar el paralelismo. El reverendo Phelps no es Felipe IV, ni por su poder ni por la representatividad de su discurso. Pero hay algo común en sus lógicas. Quien llega a primera potencia del mundo ha hecho, sin duda, muchos méritos. El error está en creerse que tiene una especial relación con la divinidad o una "superioridad natural" sobre los otros. Porque, a la hora de los fracasos, cuando alguna operación, por ejemplo militar, salga mal, no tendrá manera de explicarlo, salvo que piense que ha disgustado de algún modo a la Divina Providencia. Y la solución no será rectificar su política, mejorar sus técnicas militares o abandonar alguna empresa por su excesivo riesgo o coste, sino, por ejemplo, cerrar prostíbulos, como hizo Felipe IV; o castigar con dureza la homosexualidad, como propone Phelps.

Los discursos elaborados para consumo interno, a la mañana siguiente del triunfo, en plena euforia autocomplaciente, no deben tomarse en serio. Porque lleva a obcecarse en empresas imposibles y ruinosas. Más razonable sería estudiar situaciones precedentes que pudieran enseñar algo sobre la actual y aplicarse la lección. Un adulto debería ser capaz de prescindir de la idea de excepcionalidad, reconocer que su caso no es único, compararse con otros y pensar en términos terrenales, prácticos, de simple eficacia. Es lo que proponía Maquiavelo.

José Álvarez Junco es catedrático de Historia en la Universidad Complutense de Madrid.

La revolución en suspenso

M. Á. BASTENIER 16/02/2011.Publicado en El País

En Egipto se ha producido un gigantesco amotinamiento, una conmoción de enorme magnitud, pero aún no una revolución. No es 1979 en Teherán, ni 1989 en Berlín, y mucho menos 1789 en París. Luis XVI se halla bajo arresto domiciliario -ni siquiera en la cárcel del Temple- y si ha habido derrocamiento del tirano, el grueso de funcionarios y oficiales sigue en sus puestos. Solo se han barajado posiciones, los guardias de corps son los que deciden en la fortaleza del poder, mientras los jefes de negociado aguardan órdenes. Pero la Bastilla está materialmente incólume.

No hay que minimizar la gesta cairota. Lo ya conseguido es extraordinario y debería anunciar algo mucho más sustantivo, pero la revolución está en suspenso, posdatada a seis meses vista, que es el tiempo que se tomará el Ejército para decidir cómo se sale de una dictadura y se aterriza en algo cuando menos decente. Pero nada garantiza, salvo, quizá, la continuación de la protesta, que los militares que fueron perrunamente fieles al presidente Mubarak hayan sufrido un súbito acceso de fervor democrático. El mundo circundante, tanto árabe como occidental, se halla igualmente sumido en confusión, y en especial los responsables de la diplomacia norteamericana, que con sus contradicciones y cambios de humor, le dieron unos días más de vida al exaviador egipcio.

Las mejores intenciones del presidente Obama probablemente se inclinaban desde el primer momento a la pronta desaparición de escena de Mubarak, pero al mismo tiempo su enviado especial a El Cairo, Frank G. Wisner, expresaba todo su apoyo al tambaleante dictador, y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, trataba de nadar entre dos aguas diciendo ni sí ni no sino todo lo contrario. Y así era como en el último círculo del dictador egipcio se creía tener un margen de maniobra para recuperar el aliento cuando la protesta comenzara a flaquear. Ha sido mérito de los residentes de la plaza Tahrir hacer que el ánimo de la revuelta no decayera y, con ello, las cautelas del Departamento de Estado no le llevaran a felicitarse de que fuese Mubarak quien pilotara su propia transición.

Israel tenía, en cambio, las cosas mucho más claras. Nadie puede garantizar sus intereses como un gobernante sin legitimidad democrática, que, al menos aparentemente, se lo debiera todo a Estados Unidos, como ya había sido el caso de Anuar el Sadat. El predecesor de Mubarak firmó el tratado de paz de marzo de 1979 por el que, a cambio de recuperar el Sinaí, retiraba a Egipto del campo de batalla. El Gobierno de Jerusalén podía desde entonces castigar a su antojo a resistentes y terroristas, como en la invasión de Líbano para tratar de destruir a la OLP; perseguir a Hezbolá en su propio territorio; y arreglar cuentas con Hamás en la franja de Gaza. Sin la paz egipcia es cierto que Israel habría podido actuar de igual manera, pero siempre es mejor no tener que preocuparse de la retaguardia. Circunspección y recelo definen por ello la actitud israelí. El Ejército egipcio, a horcajadas del poder, ya ha garantizado a Washington que los tratados no se tocan y cuesta imaginar a un Gobierno cairota, incluso democrático, desafiando a Estados Unidos con una rescisión de contrato.

Esta es la cuarta tentativa en algo menos de 100 años en la que Egipto trata de fabricarse un futuro. Las tres anteriores: la adopción del parlamentarismo liberal en los años veinte del siglo pasado; el socialismo árabe no alineado de Nasser de 1952 a 1970, y la apertura económica pronorteamericana de Sadat y Mubarak hasta la actualidad fracasaron en su pretensión de elevar el país al estatus de única gran potencia regional, y aún menos trajeron la democracia. La circunstancia de que un levantamiento popular haya obligado a dimitir a Hosni Mubarak introduce un elemento inédito y fuertemente positivo, pero no está escrito que la democracia -como tampoco en Túnez- tenga que ser la resultante obligada de la transición que ahora comienza.

En unos meses se verá qué entiende por libertades y elecciones el Ejército egipcio. Y si de ellas surgiera un Estado genuinamente democrático estaríamos casi ante una refundación del mundo árabe. Pero las mismas vacilaciones parece que han primado a la hora de bautizar esta revolución a plazo llamándola de la Juventud, del Pueblo, de la Libertad, que como decía The New York Times, puede simplemente quedar como la Revolución del 25 de Enero, el día en que empezó algo que aún no ha terminado.

La Autonomías otra vez

ARCHIVO DIARIO: 18 ENERO, 2011..Blogs.Badajoz.Decapitado por hereje

Posted on 18 enero, 2011 by priscilianodeavila| Deja un comentario
No se lo van a creer, es normal, pero les juro por mi peluche favorito que uno de los temas del momento, uno de los hits de la actualidad patria, es la configuración territorial del Estado en su vertiente autonómica. Si, ya sé que es algo que salta de vez en cuando a la primera plana de los medios, pero ahora tiene tintes novedosos, se lo aseguro. A un lado del ring y defendiendo el título, los nacionalismos periféricos, siempre incómodos con el modelo, las costuras y las compañías. Al otro lado del cuadrilátero, en exclusiva mundial, los neocentralistas (aplausos aquí) encabezados por un antiguo campeón, el ex-presidente Aznar y con la nueva estrella emergente de la derecha, el alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva (aullidos de admiración aquí).

Todos ellos se han descolgado en las últimas semanas con declaraciones contra el actual modelo autonómico y, oh sorpresa, todos coinciden: el estado de las autonomías es insostenible. Una vez más, todos se esfuerzan por confirmar una vieja máxima política: los extremos se tocan. Y no acabamos aquí, todos ellos coinciden en que además de inviable es un despilfarro.

Desde el bando neocentralista, nos repiten una y otra vez aquel mantra de las 17 Españas, los 17 gobiernos, los solapamientos y las duplicidades. En resumen, España se rompe y además sale caro. El cabeza de familia de los neocentralistas, el político con mejor y más usado perfil de España, Don Mariano Rajoy, hace como acostumbra: no mojarse en exceso para no disgustar a nadie. A él le gustan las autonomías, por supuesto, son positivas para el ciudadano y no cree que sea necesario que estas devuelvan competencias al Estado, pero en situaciones como la actual el modelo “puede ser mejorable”. Para redondear la intervención ha pedido a todo el mundo que concretase (se ignora si él se considera parte de ese “todo el mundo”)

Desde el otro bando el mensaje es parecido, pero no igual: el modelo es caro, sí, y además lo pagamos nosotros (Cataluña y Euskadi, se supone) para que otros vivan de subvenciones (Extremadura y Andalucia, principalmente). En resumen: el café para todos está aguado y nosotros lo preferimos con leche, así que pedimos por nuestra cuenta.

En definitiva, el eterno debate entre quienes piensan que las autonomías son una barbaridad por excesivas y rompepatrias; y aquellos otros que piensan que las autonomías son una barbaridad por escasas y unificadoras. A la vista de estas posiciones, si fuese verdad que en el termino medio se encuentra la virtud, las autonomías estarían camino de los altares del virtuosismo.

Un servidor de ustedes ya escribió sobre este tema hace unos años, en otro de los momentos álgidos del debate autonómico, y como es difícil cambiar superados los 25 años, sigo pensando practicamente igual. “Las Comunidades Autónomas han sido uno de los motores del desarrollo de España. Han servido para recortar desigualdades económicas y sociales, proteger e impulsar las culturas regionales, defender los idiomas propios como patrimonio común del Estado, además de servir de respuesta a las ansias de autogobierno de parte de la ciudadanía. No han sido pocos los aciertos del sistema y es necesario un reconocimiento” decía por entonces y lo mantengo. Incluso ahora que la situación económica, política y social no es la mejor, el Estado Autonómico es uno de los principales activos con los que contamos a la hora de hacer frente a la crisis.

Pero también reconocía entonces y reconozco ahora que “el sistema ha presentado problemas de cimentación y de desarrollo desde el comienzo. Desde aquellas dos vías de acceso al autogobierno, hasta las últimas transferencias, pasando por un Senado, cámara de representación territorial, escasamente funcional. En la actualidad, y sobre todo en determinadas cuestiones, las Comunidades Autónomas parecen reinos de taifas dirigidos por reyezuelos locales envidiosos de las glorias y esplendores de los vecinos” Como pensaba entonces, el problema de las autonomías es que en muchas ocasiones son cobijo de personajes políticos de segunda o tercera clase. No es necesario querer romper España para ser un reyezuelo, basta con ser Camps, Aguirre, Valcarcel o el exiliado Matas.

La reforma que necesita el Estado Autonómico no es centralizadora, ni pasa por la eliminación de determinadas autonomías. La reforma pasa por avanzar, todos juntos y yo el primero, por la senda federalista, por perfeccionar el modelo esbozado en la Constitución. Dejemos de gritarnos y abramos un debate donde tratar todos los puntos que sean necesarios, desde las competencias a la reforma del Senado, pasando por la financiación, la descentralización municipal o la eliminación de las diputaciones; lo que haga falta. Creemos un modelo que no solo asegure el autogobierno de las Autonomías y fije el primordial papel del Estado central; un modelo que vaya más allá, que hable de participación directa de las CCAA en las decisiones del Estado, de responsabilidad conjunta en el Gobierno de todos. Como dijo una vez Suso del Toro, no solo faltan teóricos del federalismo, faltan teóricos, prácticos, ganas y fuerzas.

Abramos el debate para desarrollar un modelo que sirva para que todas las administraciones remen hacia la misma orilla. Como dice Jordi Sevilla en un artículo del año 2006 sobre el impacto económico del estado autonómico (pdf) “durante los últimos años se ha puesto en evidencia que los países con un Sector Público fuerte y eficiente pueden enfrentarse con más posibilidades de éxito a situaciones de crisis económica. Tal y como ha ocurrido en los países del Norte de Europa, en los que un potente Sector Público ha sido el factor coadyuvante para superar esas crisis de manera eficaz, con el apoyo de sociedades cohesionadas, bien estructuradas y avanzadas.”

martes, 15 de febrero de 2011

Más Extremadura,más España

sábado 8 de enero de 2011:Blogs...Guillermo Fernández Vara


Hoy he estado con unos amigos de Olivenza en una cochera de la calle chica, "antiga rua piquenha" cuando hace dos siglos y nueve años pertenecía a Portugal. Hemos comido juntos y hemos hablado de nosotros, de nuestros padres, de nuestros hijos y de nuestro tiempo. Y también de Extremadura. Y de España.
Les he trasladado que en los meses que vienen habrá de todo, demagogia y demagogias formarán parte de las noticias de cada día. Pero lo más importante es que seamos capaces de darnos cuenta de que estamos ante una magnífica oportunidad para tomar decisiones sobre el desarrollo del Estado de las Autonomías. Nos esperan algunas importantes sobre el agua, sobre la energía, sobre la circulación de empresas, sobre el tamaño de las administraciones... La solución la tengo clara desde hace tiempo. Va a ser la base sobre la que trabajaremos en los próximos meses. Porque es la que nos hace iguales. Más Extremadura y más España. Ser más fuertes como región no es incompatible con que apostemos por ser más fuertes como país. Otros se refugiarán ahora que toca, en que lo mío es mío y lo tuyo de los dos. Mi coherencia solamente me permite defender al mismo tiempo mi región, de la que soy ciudadano y su presidente, y mi país del que soy ciudadano.
Y vamos a tener la posibilidad de comprobar las contradicciones de los que dicen una cosa distinta en cada sitio y los que entendemos que solamente siendo coherentes puede uno ser medianamente creíble.
En las próximas semanas volveré a ir a vivir unos días a las ciudades grandes de Extremadura. A diferencia de hace cuatro años, será para estar solamente en los barrios y con la gente. En medio seguiré visitando pueblo a pueblo y estando. Llevo 287 y me faltan todavía casi cien.
Más Badajoz y más Extremadura. Más Cáceres y más Extremadura. Más Extremadura y más España. Ella nos hace falta y nosotros le hacemos falta.
Un abrazote
Guillermo Fernandez Vara. Presidente Junta de Extremadura

LOS INTENTOS DE REVISIÓN DEL DISEÑO TERRITORIAL

Una extraña alianza
Repensar el modelo autonómico agrada a los neocentralistas y a los nacionalistas catalanes
Martes, 15 de febrero del 2011 Publicado en El Periódico de Catalunya

Joaquim Coll
Historiador
No hay discusión más aburrida en España que cuando se debate sobre el modelo territorial. Y no porque el asunto carezca de importancia, sino porque se trata de una polémica circular. Ya que Artur Mas ha puesto de moda las metáforas marineras, me atrevo a comparar esta cansina cuestión con la de un velero que, aunque esté bien anclado, puede dar la sensación de que se dispone a emprender su marcha cuando el viento infla sus velas. Al debate sobre el modelo territorial español le sucede lo mismo: parece que se desliza a causa de ruidosas polémicas pero, en el fondo, no se mueve de donde está.

Tras el viento huracanado que levantó la sentencia del Constitucional sobre el Estatut, parecía que los partidos soberanistas en Catalunya, empezando por CDC, estaban decididos a romper los amarres con el resto de España. Desalojadas las izquierdas de la Generalitat, el nacionalismo conservador ha ido a marchas forzadas hacia el posibilismo, rebajando hasta la mínima expresión la propuesta de concierto económico y posponiendo sine díe lo del derecho a decidir. Hace unas semanas, en cambio, los vientos giraron contra la proa, y, tras las tempestuosas declaraciones de José María Aznar, parecía que el barco autonómico entraba de cabeza en un proceso de revisión recentralizadora. La crisis económica y la realidad del déficit público servían ahora de excusa para una nueva campaña de desprestigio de las autonomías y para rescatar la quimera de un Estado centralista fuerte. El ruido mediático fue tan grande que el propio Rajoy tuvo que aclarar que su partido no estaba proponiendo quitar ninguna competencia a las comunidades, mientras Rubalcaba aprovechó la ocasión para defender el modelo actual, aun admitiendo la necesidad de mejoras.

Mucho me temo que nos pasaremos muchos años más en este flujo y reflujo. Mientras tanto, el alud cruzado de críticas empieza a erosionar el hasta ahora amplísimo apoyo ciudadano que recibía el Estado autonómico, que ha caído 19 puntos, del 74% en el 2005 al 55% en el 2010, según un reciente informe del propio Gobierno. A nivel general se ha extendido la percepción de que las comunidades acometen ciertos gastos socialmente poco justificados en una situación de grave crisis económica, como son las televisiones públicas o las representaciones en el exterior. En un momento crítico como el actual, los argumentos en contra toman más fuerza: la descoordinación entre las diversas administraciones, las duplicidades de servicios, la confusión competencial o de excesiva burocratización y despilfarro. Aun así, por ahora, todos los estudios de opinión revelan que los españoles no imaginan sustancialmente otra forma mejor de organizar el Estado.

En cualquier caso, después de la segunda generación de estatutos, y ya van siete los textos reformados, el modelo autonómico ha continuado reforzándose. Por ello me parece que tanta agitación responde sobre todo al protagonismo mediático que en Madrid y en Barcelona tienen dos discursos regresivos que se retroalimentan: el neocentralismo y el soberanismo, respectivamente. En su radicalidad, ambos son proyectos políticos de imposible materialización sin una grave ruptura de la convivencia española, pero que persisten, y en parte están logrando desprestigiar el sistema autonómico.

De lo sucedido en las últimas semanas, creo que se puede entrever la hipótesis de una extraña alianza entre ambos. En efecto, algunos sectores políticos e intelectuales acarician la idea de acometer una recentralización de la España castellana, pero respetando el autogobierno de las nacionalidades históricas. Se trataría así de recuperar, en parte, el supuesto modelo original de la transición. Lo ha explicado desde La Vanguardia Enric Juliana en su crónica Así empezó el 'café para todos', con clara añoranza de lo que debería haber sido, pero no fue: tres estatutos, y el resto, regiones sin Parlamento. En la misma idea coincidía José Antonio Zarzalejos, exdirector de Abc, en un artículo titulado El españolismo inteligente en el digital El Confidencial. Ambos, pues, coincidían en plantear la necesidad de repensar el modelo autonómico de forma selectiva, lo cual abriría las puertas a un acuerdo sobre el modelo territorial entre el PP y CiU, y que incorporaría a algunos sectores hoy minoritarios en el PSOE, como José Bono.

Pero se trata de un planteamiento políticamente inviable. Las élites territoriales, tanto populares como socialistas, no lo consentirían (lo acabamos de ver con el tema de la financiación, donde nadie quiere ser menos) y, además, haría falta una reforma constitucional. Pero es un imaginario que agrada a los neocentralistas, pues el Estado recuperaría poder, y satisface igualmente el imaginario de los nacionalistas catalanes, que nunca han soportado la homogenización autonómica, pero que saben que la independencia es un camino de muy difícil andadura. Estamos ante un intento de revisar la transición desde posiciones que, en su radicalidad, fueron derrotadas en 1978 y que ahora acarician una extraña alianza.

Historiador.

Túnez tras la revolución

Un mes después de la salida de Ben Ali comienza la transición. El reto del Gobierno provisional y del que salga de las urnas es responder a las grandes expectativas y a los problemas que causaron el estallido revolucionario
JORDI VAQUER 15/02/2011.Publicado en el País.

El jueves 14 de enero Ben Ali, el hombre que gobernó Túnez con mano de hierro durante tres décadas, tuvo que rendirse a la evidencia: ninguna de sus tretas, de sus amenazas ni de sus promesas vacuas le servirían ya para mantener el control. Temiendo un final parecido al de los Ceausescu, el tirano huyó, dejando sembrada tras suyo la semilla del caos, tal vez con la esperanza de volver triunfal a rescatar el país del desastre. Un mes después, tras unos primeros momentos difíciles, Túnez sigue la senda democrática, y Ben Ali continúa confinado en su exilio saudí. El éxito de la transición que apenas comienza dependerá de los tunecinos, fundamentalmente, pero Europa debería asegurar que esta democracia incipiente reciba el apoyo que merece por ella misma, y como faro para toda la región.

El fin de la opresión ha desencadenado numerosos conflictos laborales y huelgas

Es hora de cumplir la promesa de la UE al Mediterráneo de ayuda a cambio de reformas

El caos, nada espontáneo, fue lo primero a lo que los tunecinos tuvieron que hacer frente. La retirada total de la policía dio pie a una ola de saqueos e incidentes que sacudió el país entero: cabe atribuir algunos a los presos escapados (más exacto sería decir soltados); otros a ciudadanos que se ensañaron con símbolos de la opresión (como las comisarías o las propiedades de la familia del dictador); probablemente algunos miembros de las fuerzas de seguridad participaron directamente en otros; y no faltaron oportunistas y desesperados que se sumaron al momento de confusión.
Pero el país resistió con entereza ese primer intento de sembrar el caos y la división, con el apoyo del Ejército y autoorganizándose en barrios y pueblos para restablecer la calma. El primer intento de formar un Gobierno de transición con colaboradores de Ben Ali fue abortado por manifestaciones y sentadas, y un segundo Gobierno, depurado de ministros del anterior presidente, consiguió la suficiente legitimidad como para empezar a trabajar. Para tratar los asuntos más urgentes y delicados el nuevo Gobierno ha puesto en marcha tres comisiones nacionales independientes: una para esclarecer responsabilidades en la represión durante la revolución; otra encargada de investigar los grandes casos de corrupción, y una tercera, con la misión de preparar las reformas políticas imprescindibles para celebrar elecciones limpias.
El Gobierno actual es discutible y discutido -todos y cada uno de los aspectos de esta inesperada transición son debatidos con pasión por un país que ha recobrado la libertad de expresión. A pesar de haber trabajado con el odiado Ben Ali, el primer ministro Ghanuchi es lo suficientemente respetado como para poder liderar esta etapa preparatoria de elecciones con un Gobierno mezcla de tecnócratas del régimen anterior, líderes de algunos partidos políticos de oposición, retornados del extranjero, personalidades de renombre de la sociedad civil, y alguna figura de la revolución como Slim Amamou, el bloguero detenido durante la revuelta y nombrado, tras su liberación, secretario de Estado de Juventud.
Los primeros pasos del Ejecutivo han sido prometedores: amnistía para los presos políticos, eliminación de toda censura en Internet y en los medios de comunicación, permiso a los exiliados para volver al país, legalización de todos los partidos políticos, detención de los más próximos allegados a Ben Ali que no consiguieron huir e indemnización a las familias de los fallecidos en la revolución. Es muy significativa la decisión de ratificar o eliminar las reservas a importantes convenciones y protocolos internacionales contra la pena de muerte, las desapariciones forzosas y la discriminación contra la mujer, además del estatuto de la Corte Penal Internacional.
Estas medidas, y la llegada a Túnez de organizaciones internacionales y de organismos de Naciones Unidas para investigar los abusos del aparato de seguridad, causaron gran nerviosismo entre las fuerzas de seguridad. La tensión desembocó en un gravísimo segundo intento de desestabilización del país por parte de elementos fieles a Ben Ali: asaltos a escuelas y a una universidad, difusión interesada de bulos alarmantes y toma del Ministerio del Interior y humillación del nuevo ministro, Farhat Rajhi, por una multitud de hombres armados que contaban con apoyo dentro del propio ministerio. Con auxilio del Ejército y de algunas fuerzas antiterroristas el ministro logró escapar. Al día siguiente expulsaba a 34 altos cargos de forma fulminante y en esa misma semana cambió a todos los gobernadores provinciales. De momento, los complots contrarrevolucionarios han sido contrarrestados, pero el temor a otras acciones desestabilizadoras sigue vivo, como lo demuestra la llamada a filas de reservistas del Ejército.
El fin de la opresión ha desencadenado numerosos conflictos laborales y huelgas en las empresas, en las que los trabajadores han podido, tras largos años de represión, expresar sus reivindicaciones. A los costes de la propia revolución se suman así los de este periodo turbulento, la caída en picado de los cruciales ingresos por turismo y la congelación de algunos de los principales activos económicos del país sospechosos de apropiación indebida por parte de los allegados de Ben Ali. A pesar de su bajo nivel de deuda pública, las agencias de rating han decidido bajar la nota a Túnez, complicándole las cosas todavía más al nuevo Gobierno. Si a finales del año se estimaba que la economía crecería un 4,6%, ahora la previsión apunta a un -1,5%.

El cambio más fascinante e inmediato, sin embargo, está en la calle y en las casas. No es solo el legítimo orgullo por lo conseguido y el sentimiento de pertenecer a un país por el que vale la pena trabajar. Es además la recobrada libertad de expresión, la politización de los jóvenes, el debate abierto y sin miedo, en voz alta, sin temor a la escucha y a la delación. En la prensa y en Internet, en sus casas y en los cafés, los tunecinos critican y opinan, se indignan y reclaman, y construyen así, cada día, este nuevo país libre de miedo. Todo está en tela de juicio: la legitimidad del Gobierno, la validez de la Constitución, el momento para las elecciones, incluso el paso o no a un régimen parlamentario.

Muy difícil lo tendrá el Gobierno provisional, y el que salga de las urnas en su momento, para responder a las enormes expectativas y a los problemas que causaron el estallido revolucionario. Las provincias del centro-oeste, epicentro de la revuelta y motor de la revolución, sufren graves problemas de desequilibrio territorial. Estos problemas no serán sencillos de resolver, y requerirán acciones inmediatas incluso antes de que un Gobierno electo tome posesión. El país deberá además afrontar el reto del paro juvenil justamente cuando pase factura la caída del turismo y, posiblemente, de algunas inversiones. Establecer el control sobre unas fuerzas de seguridad sobredimensionadas no será fácil, como demuestra la persistencia de incidentes de violencia policial en las zonas alejadas de la capital. La llegada masiva de emigrantes tunecinos a la isla italiana de Lampedusa en los últimos días despierta uno de los fantasmas recurrentes de Europa, pero el nuevo Gobierno apenas tiene medios para controlar el éxodo. Y por encima de todos estos problemas inmediatos está el reto de sentar las bases del consenso sobre el que construir una nueva democracia que responda a las aspiraciones de los tunecinos.

Túnez lo tiene muy difícil, pero no son pocas las ventajas de las que goza: una de las poblaciones mejor educadas de África, una estructura social en la que predominan las clases medias (menos del 7% vive con menos de dos dólares al día), posición de vanguardia en el mundo árabe en cuanto a derechos de las mujeres, ausencia de conflictos abiertos con sus vecinos, algunos sectores económicos de éxito (turístico, agroalimentario, componentes del automóvil, textil) y sociedad sin grandes líneas de división interna. La consolidación de la democracia está en manos de los tunecinos. Pero la ayuda internacional puede marcar la diferencia, sobre todo si Europa contribuye a la reforma, a resguardar a la economía de Túnez del castigo implacable de los mercados financieros internacionales y a restablecer la confianza en el país. Es hora de poner en práctica la promesa de la UE al Mediterráneo -ayuda a cambio de reformas- precisamente ahora que la ciudadanía ha conquistado esas reformas.

Jordi Vaquer es director del Centro de Estudios y Documentación Internacionales de Barcelona (CIDOB).