La travesía del PSOE
El principal problema del Partido Socialista no es tanto
ideológico como de conexión con sectores representativos de los valores de
progreso. Entre las clases medias y medias-altas se sitúa ahora en tercera o
cuarta posición
IGNACIO URQUIZU
3 OCT 2016 -
La travesía del PSOE
La calidad de cualquier democracia está muy relacionada con
la calidad de su debate público. Ello exige que cuando se inicie una discusión,
los argumentos que se pongan sobre la mesa sean rigurosos y certeros, y no un
conjunto de lugares comunes, obviedades o consignas. El PSOE está inmerso en
una discusión interna que, si no acertamos a resolver, puede dejarnos un largo
tiempo en la oposición. Por ello, la salida del secretario general hace aún más
urgente descifrar qué nos está pasando.
La cuestión no es cómo solventamos nuestro trilema (Gobierno
del PP, Gobierno alternativo y terceras elecciones). Este escenario, como el
resto de fracturas por las que estamos pasando, es consecuencia de una
dificultad mayor: los socialistas estamos encadenando sucesivas derrotas
electorales.
¿Qué es la nueva política?
Para muchos todo se reduce a una cuestión ideológica: “No
somos suficientemente de izquierdas”. De ahí que se concentre nuestra energía
en situar a Podemos como nuestro principal adversario y en justificar unos
malos resultados con mantener la segunda posición y evitar el temido sorpasso.
Siguiendo este hilo argumental, desbloquear la actual situación política se
podría interpretar como una traición más a esos principios y valores.
Aquellos que aceptan esta hipótesis sitúan el origen de los
problemas en la gestión de la crisis a partir de mayo de 2010. Pero esto es
cuestionable. En primer lugar, eso significa obviar algunas realidades como que
muchas de las medidas que se decidieron entonces eran el resultado de los
desequilibrios que sufría la economía española durante la última década. De no
haberse tomado, nuestro país estaría ahora en una situación peor.
En segundo lugar, incluso medidas tan controvertidas como la
reforma del artículo 135 de la Constitución contaban con más apoyo popular de
lo que se dice. Los datos de Metroscopia de septiembre de 2011 muestran que un
62% de los españoles habría apoyado esta reforma constitucional en el caso de
que se les hubiese consultado. Y si miramos por partidos, este porcentaje era
del 60% para el electorado socialista. La crítica estaba en el procedimiento:
el 61% consideraba que habría sido preferible celebrar un referéndum y solo el
32% justificó la urgencia para calmar a los mercados. En tercer lugar, es
difícil que alguien que no se respeta a sí mismo y a su pasado sea respetado
por los demás. En definitiva, aquellos años de gestión se han simplificado en
exceso sin trazar un relato comprensible para el electorado de izquierdas.
El PSOE sigue sin trazar ni asumir un relato comprensible de
su gestión de la crisis
Es cierto que en las grandes victorias electorales del
Partido Socialista, cuando superó los 10 millones de votos (1982, 2004 o 2008),
el 50% de la extrema izquierda y como mínimo el 70% de la izquierda apoyaba al
PSOE. Estos datos están muy alejados de las elecciones de 2015 y 2016. El 20 de
diciembre, los apoyos socialistas en la extrema izquierda fueron del 18%,
mientras que en la izquierda la intención directa de voto se situó por debajo
del 40%. El 26 de junio, estos porcentajes fueron todavía inferiores y se
situaron en el 14% y el 30% respectivamente.
Pero el principal problema del PSOE es algo más que
ideológico. Es decir, reducir todo a una cuestión de izquierda y derecha es una
simplificación excesiva de la realidad. Cuando se miran con detalle algunos
datos más, se descubre una falta de conexión con las capas más avanzadas de la
sociedad. Dicho de otra forma, la dificultad del PSOE va más allá de que no sea
percibido como un partido progresista.
Si analizamos los apoyos electorales según el tamaño de
nuestros municipios, vemos que en las ciudades de más de 50.000 habitantes el
Partido Socialista viene siendo, como mucho, la tercera fuerza política en las
dos últimas elecciones generales. En urbes tan significativas como Madrid o
Valencia, el PSOE se situó como la tercera fuerza. Por no hablar de lugares
como Barcelona o Bilbao, donde caímos a la cuarta posición el 26-J. En las
recientes elecciones vascas, en dos de las tres capitales de provincia el PSE
ocupó la quinta posición. Las comunidades autónomas con mayor renta per cápita
mostraron un cuadro parecido. En la Comunidad de Madrid, en el País Vasco y en
Navarra, el PSOE fue la tercera fuerza política el 26-J. En Cataluña caímos a
la cuarta posición.
Al mismo tiempo, cuando pasamos a mirar los datos de las
encuestas del CIS, vemos que el Partido Socialista solo es capaz de ser una
alternativa al PP entre los ciudadanos que tienen, como mucho, los primeros
años de educación secundaria. En cambio, entre aquellos que declaran tener
estudios superiores, el PSOE cae a la cuarta posición. Si analizamos los datos
de todas las elecciones, nunca el Partido Socialista había tenido tan pocos
apoyos entre la gente con estudios universitarios. Por clases sociales, el PSOE
solo obtiene un amplio apoyo entre los obreros, mientras que en las clases
medias y en las clases medias-altas se sitúa en tercera o cuarta posición. Esto
no siempre ha sido así. En los años ochenta y en las dos victorias electorales
de José Luis Rodríguez Zapatero, las clases medias depositaron su confianza de
forma mayoritaria en el Partido Socialista.
Lo que cambia el mundo no son los golpes de efecto o los
tuits, sino las ideas
Todos estos indicadores apuntan a que el PSOE ha perdido el apoyo
de los sectores más avanzados de nuestra sociedad. Las grandes ciudades, las
clases medias o las personas con estudios superiores suelen ser muy
representativas de la modernidad. No es casual que Podemos haya tenido mayores
niveles de confianza.
En definitiva, el principal problema del Partido Socialista
no es tanto ideológico, sino de conexión con sectores de la sociedad que son
muy representativos de los valores de progreso. Así, el PSOE debe comenzar a
pensar cómo vuelve a conectar con unos grupos sociales en los que sí fue un
referente en el pasado. Pero para saber qué nos está pasando, no podemos
precipitarnos. Esta reflexión, si queremos que sea certera y profunda, requiere
más tiempo que el mes que la dirección saliente defendía.
Seguramente deberemos abrirnos a nuevas ideas, ser valientes
en los debates, quitarnos muchos prejuicios y ser conscientes de que los retos
de la sociedad del futuro exigen medidas audaces. Así, combatir la desigualdad
exige modernizar nuestro Estado de bienestar, o tener una economía más
competitiva implicará una mayor racionalización de nuestro sistema productivo.
Lo que cambia el mundo no son los golpes de efecto o los tuits, sino las ideas.
En este aspecto, el Partido Socialista tiene una amplia tarea por delante. Solo
así dejaremos de perder las elecciones ante el peor Gobierno de nuestra
democracia.
Ignacio Urquizu es profesor de Sociología en la Universidad
Complutense de Madrid (en excedencia) y diputado del PSOE en el Congreso por
Teruel. Acaba de publicar La crisis de representación en España (Catarata)
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