Cuando se vacía el
centro: el ascenso de partidos y políticos outsiders en América Latina y Europa
Los partidos más
institucionalizados han perdido la capacidad de operar como representantes
eficaces de las diversas posiciones ideológicas y de intereses presentes en la
sociedad
Flavia Freidenberg / María Esperanza Casullo. El
diario.es
Las elecciones europeas del pasado mayo dejaron a su paso
una mezcla paradójica de estupor, nerviosismo y previsibilidad. El porcentaje
de votantes que concurrió a esas elecciones fue bajo, aunque no dramático:
43,1%. Las fuerzas antieuropeas ganaron impulso, aunque la mayoría de los
escaños del Parlamento Europeo continúa
en manos de los partidos de centro, ideológicamente más moderados. Como puede
leerse en la síntesis del New York Times, partidos fuertemente opositores a
la Unión Europea lograron buenos
resultados en varios países, incluidos Francia, Grecia, Gran Bretaña y
Dinamarca. En total, cerca de 140 escaños de los 751 del Parlamento Europeo
estarán ocupados por fuerzas nacionalistas y de euro-escépticos.
Sin embargo, la narrativa sobre el ascenso de los partidos
euroescépticos a veces se apresura en colocar a todos esos partidos en una
misma bolsa, ignorando que tienen pocas
cosas en común, además de su desagrado con el proyecto político de una Europa
unificada y su crítica hacia el funcionamiento actual de esta instancia
supranacional. Lo cierto es que en este momento la crítica hacia la Unión
Europea viene tanto desde la izquierda como desde la derecha. O, lo que es lo
mismo, se puede ser euroescéptico por izquierda tanto como se puede ser
euroescéptico por derecha. Lo que predomina en Europa es la desafección con el propio proyecto europeo,
precisamente por la dificultad de ese proyecto de dar respuesta a problemas
concretos de la ciudadanía.
En algunos países la estrella de la jornada fue la
ultraderecha. En Francia, el Frente Nacional de Le Pen derrotó a los partidos
de centro izquierda y centro derecha simultáneamente, y ganó con un 26% del
voto. En Gran Bretaña, el partido antieuropeo UKIP le ganó las elecciones al
laborismo, al partido conservador y a los liberales-democráticos. Un partido
abiertamente neonazi ganó tres escaños en Grecia, habiendo más que duplicado
sus votos de una elección a otra. Y partidos de ultraderecha ganaron escaños en
el Parlamento Europeo gracias a los votos procedentes de ciudadanos de Holanda,
Dinamarca, Suecia, Noruega y Hungría.
Los partidos antieuropeos de derecha no fueron los únicos en
incrementar su fuerza electoral. La izquierda también creció. El partido de
izquierda anti-ajuste Syriza resultó el más votado en Grecia. En Italia, el
partido Democrático, de centro izquierda, ganó las elecciones, Beppe Grillo
salió segundo, y el antiguamente dominante partido de Berlusconi terminó
tercero. Y en España fue una buena noche para el nuevo partido de izquierda
Podemos, liderado por profesores de Ciencia Política y los movimientos sociales
antiglobalización, surgido al calor del movimiento del 15M, así como para
Izquierda Unida, mientras que el PP, a pesar de ganar el mayor número de
escaños de la elección, y el PSOE, sufrieron un duro golpe.
Frente a esta diversidad ideológica, ¿qué conclusiones
pueden extraerse sobre el devenir de los sistemas de partidos europeos? Se
sigue manteniendo la idea de que las elecciones al Parlamento Europeo no son
automáticamente extrapolables a las elecciones de cada uno de los países, ya
que es sabido que este tipo de elección favorece un voto más expresivo, más
ideológico y menos preocupado por la gobernabilidad. Los votantes tienen más
libertad para ejercer un “voto protesta” en elecciones como ésta donde no se
eligen los y las gobernantes que, la ciudadanía cree, deberán hacerse cargo del
país, sino los representantes en un cuerpo colegiado que es visto como algo
remoto y que no se entiende aún muy bien cuál es su papel en la política
democrática de los países. A pesar de
las innovaciones democráticas que estas
elecciones de mayo suponían para ampliar la democratización de las decisiones
europeas, la ciudadanía no terminó de cambiar su escepticismo antieuropeo.
Sin embargo, estas prevenciones no deben invalidar el hecho
de que parecen percibirse algunos cambios en los sistemas de partidos europeos.
Sobre todo, el hecho más relevante parece ser el vaciamiento del centro del
espectro político. Los partidos de “centro-y-algo” (centroizquierda y
centroderecha) tienen dificultades serias para acumular votos en el centro y
evitar que se escapen votantes hacia uno y otro lado del espectro ideológico.
No se trata de un “vuelco a la derecha” o un “viraje hacia la izquierda”, sino
de una pérdida de la capacidad de los partidos más institucionalizados de
operar como representantes eficaces de las diversas posiciones ideológicas y de
intereses presentes en la sociedad. Se trata de su incapacidad para adaptarse a
las exigencias del ambiente. El dato central no es sólo el crecimiento de los
partidos euroescépticos sino que el mismo se ha dado a expensas del caudal
electoral de los partidos de centro más institucionalizados.
Dado el timing de este fenómeno de “vaciamiento del centro”
pareciera ser que una causa de esta pérdida de capacidad representativa es el
compromiso bipartidista de los partidos de centro con las medidas de austeridad
tomadas luego de la crisis financiera del 2008 y 2009. La crisis tuvo como
respuesta medidas de ajuste que fueron aplicadas con un desigual reparto de los
costos sociales. Estas medidas fueron aprobadas con el apoyo, en general, de
todas las fuerzas partidarias institucionales, que siguen, aún hoy,
comprometidas con la agenda del ajuste económico. En España, el PP y el PSOE no
tienen demasiadas diferencias en cuanto a la política económica necesaria
frente a la crisis; lo mismo sucedió en Grecia, en donde draconianos paquetes
de recorte del gasto público fueron impuestos con el apoyo de los partidos más
importantes.
Algo similar se dio en Gran Bretaña, donde el partido
conservador gobierna en coalición con el partido Liberal Demócrata y en donde
el partido Laborista no ha articulado públicamente una agenda alternativa a los
recortes realizados por el gobierno de Osborne. Tal vez ningún caso sea tan
paradigmático como el de Francia. En
este país con una fuerte tradición socialista, el gobierno promercado de
Nicolas Sarkozy fue repudiado en las urnas y reemplazado por el del socialista
François Hollande. Este fue electo con una plataforma que prometía un aumento
de impuestos a los ciudadanos más ricos y una (moderada) reducción de la
austeridad; sin embargo, una vez en el gobierno, Hollande repudió muchas de sus
propuestas de campaña y abrazó una política económica que es en gran medida de
simple continuidad. Este giro, tomado en nombre de la responsabilidad y el
realismo político, ha hundido la popularidad del Partido Socialista a cifras récord
y ha facilitado el dramático aumento del poder electoral del Frente Nacional.
¿Qué puede esperarse de una situación en la que el
descontento de sectores importantes de la sociedad para con el modo de
gestionar la economía no es representado por ninguna de las fuerzas políticas
de centro? ¿Cuáles son las consecuencias posibles del vaciamiento del centro?
Para responder a estas preguntas podemos realizar un
ejercicio comparativo con los años que precedieron al llamado “giro a la
izquierda” latinoamericano. La crisis de representación política y los cambios
radicales o graduales que se dieron de manera subsecuente en los sistemas de
partidos de América Latina, luego de la implementación de las políticas de
ajuste neoliberal, son un buen espejo donde Europa podría mirarse. Existen
interesantes paralelos entre un proceso y otro, dada la manera en que las
crisis económicas y sociales prolongadas y el compromiso de los partidos de
centro con los planes de ajuste económico, impactaron sobre el sistema político,
minando los niveles de confianza de la ciudadanía hacia esos partidos cuando no
fueron capaces de adaptarse a las exigencias del ambiente.
Francisco Panizza narra en
Contemporary Latin America Development and Democracy beyond the
Washington Consensus el modo en que la combinación de la altísima deuda
externa, la inflación fuera de control y un bajo crecimiento económico crearon
graves crisis económicas y sociales a fines de la década de 1980 ( default en
México, inflación alta en Brasil, hiperinflación en Perú y Argentina, entre
otros). Frente a esto, tanto los organismos financieros internacionales como
(más crucialmente) las élites políticas latinoamericanas se convencieron de que
la única salida era la implementación de planes de ajuste que incluían un menú
variable de restricción monetaria, privatizaciones, desregulación financiera,
liberalización de comercio exterior y reducción del tamaño del Estado.
En la mayoría de los países que implementaron estas reformas
se logró el control de la inflación y un aumento del crecimiento económico. Sin
embargo, las privatizaciones, las desregulaciones y el achicamiento del Estado
tuvieron un alto costo en términos de aumento del desempleo, los niveles de
pobreza y la desigualdad. Aunque la promesa de las políticas de austeridad era
“cirugía mayor ahora, crecimiento luego”, este bienestar generalizado tardó en
manifestarse. Paulatinamente, el empeoramiento de las condiciones sociales
llevó a un aumento de la conflictividad social en varios países de la región
(como Argentina, Ecuador o Perú). Este proceso, como en Europa, llevó a que
sectores crecientes de la sociedad demandaran el abandono del ajuste y la
adopción de nuevas políticas económicas.
El elemento central de la comparación entre los países
latinoamericanos y los europeos es que en ambos casos los planes de ajuste
fueron llevados a cabo con amplio consenso por los partidos del centro
político. En Argentina, las leyes de ajuste de Carlos Menem fueron votadas en
el Congreso tras el acuerdo entre el PJ y la UCR (Torre 1998); en Venezuela,
COPEI y AD resultaron virtuales socios en la propuesta de las reformas
neoliberales, continuando de ese modo su política de alianzas puntofijistas
(Roberts 2003). En Perú, Alberto Fujimori, que fue electo con una plataforma de
expreso rechazo al ajuste, realizó un giro radical y terminó adoptando el
neoliberalismo; de manera similar en Bolivia los sucesivos presidentes electos
adoptaron también la “necesidad patriótica” de las reformas neoliberales,
incluyendo al propio MNR (Roberts 2002). En Ecuador incluso se llegó a
dolarizar la economía en las últimas instancias del gobierno de la Democracia
Popular en diciembre de 2000, antes del Levantamiento indígena-popular del 21
de enero de 2001 que puso fin al mandato constitucional de Jamil Mahuad.
En estos escenarios, nuevos líderes políticos emergieron
para canalizar las demandas de rechazo que la ciudadanía manifestaba contra
esas políticas de ajuste y austeridad, arrastrando con ello al recambio de la
clase política. La crisis de representación de los partidos tradicionales, las
medidas ant-ajuste y las condiciones económicas desfavorables fueron elementos
favorables a la emergencia de los políticos y partidos outsiders (Carreras
2012).
Comparando las trayectorias de transformación experimentadas
por los países de América Latina resulta evidente un patrón:
* En Colombia el sistema partidario fue transformado por el
ascenso de outsiders, pero, en este caso, de derecha (Alvaro Uribe y Juan
Manuel Santos)
El patrón es bastante claro: en aquellos países en los que
el impacto social y económico de las reformas fue muy alto, en los que las
protestas sociales fueron muy fuertes y en el que los partidos de centro no
pudieron adaptarse a los nuevos issues o no quisieron representar la demanda ciudadana
de cambio, terminaron surgiendo actores por fuera de los partidos establecidos
que se hicieron cargo de la representación de las nuevas demandas.
Una gran diferencia, sin embargo, se dio en aquellos casos
en los que las nuevas demandas fueron asumidas por nuevas fuerzas partidarias
(lo que llamamos “partidos outsiders”) y aquellos otros en los que fueron
representadas por liderazgos personales (lo que llamamos “políticos
outsiders”). La diferencia está en el nivel de estructura organizativa y autonomía
de la organización con relación al liderazgo fundacional. Cuando hay “políticos
outsiders” la definición del contenido del discurso, la selección de las peleas
en las que se participa o la política de alianzas del movimiento político; la
elección de las candidaturas o la definición de los distritos donde se compite,
está a cargo de un único líder y el movimiento político acompaña sus
decisiones.
Cuanto mayor fue la crisis social y económica, y mayor el
compromiso bipartidista (o de los partidos mayoritarios) con el ajuste, mayor
el derrumbe de los partidos de centro (caso de Venezuela, de Ecuador o de
Bolivia). En estos países el vaciamiento casi total del centro del espectro
partidario fue concomitante con la aparición de liderazgos “ outsiders” que culminaron
en transformaciones de la estructura y de la lógica de competencia del sistema
de partidos, llegando en la mayoría de ellos al colapso de los partidos
mayoritarios del sistema de partidos previo .
En los países en los que partidos relativamente más
recientes asumieron como propia una agenda de (moderada) transformación social
y económica, los sistemas de partidos se mantuvieron relativamente en pie (Zona
azul: Brasil, en donde el PT se erigió como alternativa partidaria, y Uruguay,
en donde lo hizo el Frente Amplio). Clave en esta estabilidad de los sistemas
partidarios fue la manera gradual en que el PT y el FA llegaron al poder: su
transformación de “partidos outsiders” a fuerzas institucionalizadas llevó más
de veinte años y dio cuenta de su capacidad de adaptación a las nuevas demandas
y exigencias sociales e institucionales del entorno. La capacidad tanto del PT
como del FA de interpretar las demandas anti-neoliberales fue crucial en su
capacidad de transformarse en fuerzas hegemónicas (ambos partidos ganaron la
presidencia una vez que el “giro a la izquierda” de la región había sido
iniciado: Chávez y los Kirchner ya estaban en el poder antes de las victorias
electorales de Lula Da Silva y Tabaré Vázquez). En aquellos casos donde no
existieron ninguno de estos dos factores, la situación del sistema de partidos
se mantuvo sin cambios .
A diferencia de los anteriores, en países como Colombia y
México, en los cuales no hubo crisis económica, o bien la misma fue vista por
la población como secundaria a otros problemas más acuciantes (por ejemplo, la
guerra con la guerrilla o la lucha contra el narcotráfico), el sistema de
partidos permaneció sin cambios o, inclusive, cambió mediante un giro a la
derecha, como ocurrió con el liderazgo de Álvaro Uribe y posteriormente de Juan
Manuel Santos en Colombia.
La comparación entre
los sistemas de partidos europeos y los latinoamericanos se debería centrar en
aquellos donde ha habido un cambio radical por el agotamiento de los partidos
de centro. En Venezuela, Bolivia o Ecuador, nuevos líderes políticos
monopolizaron ese apoyo electoral bajo la creencia de que estaban generando una
nueva revolución (la “bolivariana” o la “ciudadana”). El militar Chávez, el
sindicalista Morales o el profesor Correa fueron elegidos desde los márgenes de
la clase política dominante, bajo el relato de que eran ciudadanos que
representaban una nueva manera de hacer política contra los de siempre (o lo
que denominaron como la partidocracia como ocurrió en el caso ecuatoriano).
Los tres utilizaron
las elecciones como un instrumento para transformar desde dentro a una
democracia representativa que rechazaban, ampliando por una parte los derechos
y la percepción sobre ellos a sectores que se sentían excluidos (democratizando
el sistema político) pero al mismo tiempo ejerciendo un estilo de liderazgo que
pone en duda la vocación plural, tolerante y democrática de esos gobernantes.
La relación por ejemplo de esos gobiernos con los medios de comunicación de
masas y con el ejercicio de la libertad de expresión han sido puesta en dudas
en reiteradas ocasiones, como ha mencionado recientemente Steve Levitsky, de
Harvard University, en su descripción de
la relación entre dichos líderes y los medios de comunicación (o como lo
ponen en evidencia los informes de
Freedom House al calificarlo como de “parcialmente libre”).
Aún cuando los tres
líderes surgieron con el apoyo de amplios sectores de izquierda, al punto de
ser identificados como los representantes de la “izquierda radical” (Weyland
2010); el tipo de políticas públicas impulsadas, el culturalismo neoconservador
de sus valores (como lo describe Magdalena López en uno de sus análisis) y el
carácter pragmático de sus liderazgos dificulta un análisis simplista de la
ubicación ideológica de Correa, Morales o Chávez. Los tres surgieron por el
vaciamiento del centro, desde la izquierda, para cooptar con sus estrategias
catch-all todo el espectro ideológico: izquierda, centro y derecha. Esa
capacidad de monopolizar el relato y el espacio político les llevó incluso a
generar sistemas de partidos predominantes, carentes de fuerzas opositoras
antagónicas capaces de ganarles en elecciones competitivas.
Del mismo modo que
los populistas latinoamericanos buscaron transformar la democracia
representativa que les vio nacer desde dentro; los euroescépticos buscan
transformar una Unión Europea que no les gusta como les representa desde el
propio Parlamento. El ejemplo latinoamericano demuestra, sin embargo, que los
partidos de centro siguen una estrategia peligrosa al atar su suerte a las
políticas de ajuste que resultan antipopulares y al atacar de manera visceral y
antipluralista a la emergencia de nuevos actores políticos. Precisamente, el
hecho de que ganen estos nuevos partidos y de que surjan nuevos líderes tiene
que ver con darle voz a demandas que estaban latentes pero no politizadas o al
menos que se encontraban invisibilizadas.
El consenso o
multipartidario es un valor positivo, pero si ninguno de los partidos
establecidos representa de manera efectiva la demanda social antiausteridad, o
si no son capaces de adaptarse a las presiones multidemandas de sectores
sociales que no se sienten representados por la política de esos partidos del
status quo, estos sectores encontrarán representación tarde o temprano más allá
de los partidos políticos tradicionales. Vale decir, si los partidos del centro
se abroquelan en la defensa de un orden partidario que dejó de estar en
sintonía con las nuevas demandas de la ciudadanía, será el centro el que
quedará vacío.
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