AGENDA POLÍTICA
Firmado
por: Javier Carbonell jueves 17 octubre
2019
POR QUÉ NO DEBIÉRAMOS FIARNOS DEL NACIONALISMO
CÍVICO
Las recientes protestas y altercados en
Cataluña a la espera del juicio del 1-O no son más que la última de una larga
serie de conflictos producidos por el procés. Resulta interesante que el
conflicto entre dos posiciones que se dicen democráticas, modernas y pacíficas
esté lleno de acusaciones de opresión, autoritarismo y golpismo. Para entender
por qué este tipo de lenguaje puede haber ayudado a polarizar el debate, es
útil acudir a una vieja (aunque muchas veces criticada) distinción en los
estudios de nacionalismo entre dos grandes tipos: el cívico y el étnico.
El primero fundamentaría la pertenencia a la
nación en cuestiones políticas como formar parte de un mismo Estado o compartir
ciertas nociones políticas sobre cómo debiera funcionar la sociedad. El
segundo, por otro lado, se basaría en características como la lengua, la
religión, el color de piel o la ascendencia para definir quién pertenece a la
nación y quién no. Esta distinción tiene, además, fuertes implicaciones
normativas. El nacionalismo cívico sería preferible al étnico porque sería,
teóricamente, más abierto a la inclusión de nuevos miembros y no estaría basado
en características que son difícilmente modificables de una persona, como su
religión o su lengua. Asimismo, se suele culpar al nacionalismo étnico de haber
provocado guerras y conflictos a lo largo de la historia.
Esta distinción no es puramente académica,
sino que la podemos ver reflejada en el caso catalán de una manera muy clara.
Aquellos que se oponen al nacionalismo catalán lo acusan, entre otras cosas, de
ser un nacionalismo excluyente que discrimina con sus políticas lingüísticas a
los castellanohablantes. Al mismo tiempo, sus defensores argumentan que España
trata de imponer un país homogéneo a través del ataque a la lengua catalana.
Las acusaciones están basadas en describir al otro lado como un nacionalismo
excluyente y étnico.
Pero ¿cómo se definen a sí mismas estas
posiciones? Lo hacen en el lenguaje del nacionalismo cívico. Desde el inicio
del procés, el catalanismo ha hecho un esfuerzo extraordinario por arroparse
con el lenguaje de los derechos y la democracia, dejando en un segundo plano las
cuestiones basadas en la historia y la lengua. Recordemos la enorme pancarta
con el lema Això va de democracia.
Por otro lado, los defensores de la nación
española articulan su discurso en torno a la defensa de la legalidad, de la
convivencia y de los derechos individuales, tratando por igual de alejarse de
las visiones del nacionalismo español basado en la lengua española, el
catolicismo o la historia. La expresión más clara de esta idea está en la
denominación con la que se ha articulado este grupo: constitucionalistas. Ésta
es una clara referencia a que lo que nos une son los componentes cívicos de la
nación (marco legal y Constitución) y no los étnicos.
Por supuesto, las discusiones sobre lengua e
historia no han desaparecido, pero los principales puntos de debate en el
procés son las acusaciones de autoritarismo, la lucha por saber quién posee el
derecho a la autodeterminación y los roles del respeto por la Ley y la
desobediencia civil. Los distintos actores se perciben a sí mismos como
defensores de un nacionalismo cívico (aunque se autodenominen de otra manera)
mientras que acusan al otro de exhibir uno étnico.
Muchos analistas de ambos lados se apresuran a
desenmascarar las mentiras del discurso cívico del otro, destapando los
componentes verdaderamente étnicos del grupo rival. Y aunque los distintos
discursos pueden tener más resonancia entre población con ciertas
características étnicas, deberíamos analizar el conflicto catalán como un
choque entre dos nacionalismos cívicos. Pero si realmente estamos ante dos
nacionalismos supuestamente abiertos e inclusivos, ¿por qué vemos este grado de
polarización? ¿Por qué vemos peleas y confrontaciones recurrentemente? ¿Por qué
unos deciden saltarse la legalidad y otros iniciar una acusación en la que se imputa
a los primeros de ser violentos?
La razón estriba en que, contrariamente a lo
que solemos pensar, el nacionalismo cívico puede llegar a ser igual de
peligroso que el étnico. En su fantástico ensayo ‘El mito del nacionalismo
cívico’, Bernard Yack lo expone de la forma siguiente:
Centrarse en los principios políticos como la
base de la lealtad colectiva puede, al parecer, hacernos más sospechosos el uno
del otro, no menos. Es fácil ver por qué esto podría suceder. Si la única razón
por la que confiamos el uno en el otro es nuestro compromiso con ciertos
principios políticos, entonces probablemente estaremos mucho más preocupados de
lo que estamos ahora por descubrir si los compromisos de cada uno son genuinos
o no. Y dado que no hay forma en que podamos refutar definitivamente los
desafíos a nuestra sinceridad, una mayor inspección de los compromisos
políticos de cada uno conducirá a una mayor desconfianza .
Centrarse en el patrimonio compartido nos
anima a indagar en los antecedentes y costumbres de los demás en busca de
signos inquietantes de contrariedad. Centrarnos en principios compartidos nos
anima a buscar en la mente de los demás evidencia de contrariedad.
(Yack, 2012: 38-39)
Dado que no podemos estar nunca seguros de que
los otros compartan los mismos principios que nosotros, esto crea un gran
incentivo para crear continuamente situaciones en las que los miembros del
grupo se movilicen y demuestren así su compromiso. Asimismo, un nacionalismo
basado en hacer realidad un determinado proyecto político tenderá a movilizarse
más que uno basado en conservar una realidad étnica dada. Yack cita como
ejemplo de nacionalismo cívico excluyente el caso de la caza de brujas durante
el macartismo de los 50 del siglo pasado. Muchos estadounidenses fueron acusados
de ser anti-americanos por el Comité de Actividades Anti-estadounidenses no por
su raza o lengua, sino precisamente por sus supuestas ideas políticas. El
jacobinismo francés o el nacionalismo inclusivo con las poblaciones indígenas
de los líderes populistas latinoamericanos son otros ejemplos de nacionalismos
cívicos que pueden conllevar consecuencias terribles.
En Cataluña, el catalanismo ha definido la
pertenencia al grupo no tanto basada en la lengua (hablar o no catalán) como en
cuestiones políticas (estar a favor de la independencia o no), y el españolismo
ha definido que ser español tienen menos que ver con qué lengua hables y más
con si respetas una determinada visión de la Constitución. A medida que el
discurso nacionalista se ha hecho más cívico, la opinión publica se ha
politizado, movilizado y polarizado. Ambas son posiciones nacionalistas, puesto
que las dos se basan en una determinada concepción de quién compone el demos
que tiene derecho a autogobernarse (la población del actual Estado español,
para unos, y la de la actual comunidad autónoma de Cataluña, para otros).
Aunque existe un debate sobre qué llego
primero, si el huevo o la gallina, lo más probable es que nacionalismo cívico y
polarización se refuercen mutuamente. Lo importante es remarcar que muchos de
los eventos sucedidos durante el procés, y que hace unos años nos habrían
parecido impensables (juicios, referendos ilegales, conflictos en la calle,
aplicación del 15, etc.) seguramente no habrían sido posibles si no hubiesen
estado justificados en el lenguaje del nacionalismo cívico. No pretendo
argumentar que todos los actores tengan el mismo grado de culpa, sino analizar
un cambio en el suelo común de todos los participantes que ayuda a explicar por
qué nos hemos embarcado todos en este delirante episodio nacional.
En el fondo, la explicación de los conflictos
y de la polarización no reside tanto en cómo definimos al grupo ni en qué
importancia le damos, sino en qué consecuencias e implicaciones conlleva esta
identificación. Un alto grado de identificación con un grupo definido
étnicamente que no implica una movilización puede ser mucho más inocuo que la
pertenencia a un grupo definido por criterios cívicos que llama a una
movilización constante y desencadena un conflicto. El caso catalán demuestra
que el nacionalismo de corte más cívico no debiera ser necesariamente motivo de
celebración. Debido a las terribles experiencias de conflictos étnicos del
siglo XX, hoy en día somos generalmente reticentes a dejarnos llevar por este
tipo de nacionalismo. Sin embargo, parece que todavía somos muy susceptibles a
los ‘cantos de sirena’ del nacionalismo cívico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario