Válvula de escape: La vía canadiense para
Cataluña
ElEspanol
16 de noviembre de 2019
Soy un empresario vallisoletano residente en
Alemania que siempre ha admirado el espíritu empresarial, la creatividad y
(hasta recientemente) el seny catalanes. Deseo de todo corazón que Cataluña
decida seguir construyendo un futuro conjunto con España, de beneficiarse de su
pertenencia a España, de hacer a España cada día algo más catalana, de ponerse
a la cabeza de España en lugar de darle la espalda.
El órdago independentista corona un proceso de
desafección que aflora al principio de la democracia, agravado desde entonces
por un sistema educativo catalán alérgico a los sentimientos identitarios
múltiples y por una narrativa de agravio constante por parte de políticos y
medios de comunicación nacionalistas, pero también por la falta de una defensa
consistente del proyecto estatal por parte de PP y PSOE.
En los últimos dos años ha quedado probado que
el independentismo unilateral no tiene recorrido. Pero, ¿cómo reconciliar
emocionalmente con la idea de España a esos dos millones de votantes
independentistas, incluyendo a una parte de la comunidad emigrante que ha
asumido consignas parecidas a las tradicionalmente defendidas por la burguesía
nacionalista? ¿Cómo ganar el apego hacia nuestro país de los niños catalanes
que crecen en la ignorancia de España en el mejor de los casos, y en su
desprecio u odio con triste frecuencia?
Lejos de un reeditado fatalismo
noventayochista, el reto soberanista puede reconducirse hacia una oportunidad
de catarsis histórica: la refundación de España como un Estado que, en vez de
conformarse con el cortoplacista intento de acomodar al independentismo,
desarrolle estructuras sólidas, perennes y a la altura de los grandes retos del
siglo: integración europea equilibrada, ascenso geoestratégico y económico de
Asia, oneroso envejecimiento de la población, instauración de un sistema
político mucho más ético y responsable.
Propongo un nuevo contrato constitucional
basado en los principios de eficiencia y lealtad institucionales, respeto
cultural y solidaridad. Se le llame sistema autonómico o federal es cuestión
secundaria, no en vano el vigente modelo territorial en muchos aspectos alcanza
mayores cotas de descentralización que el alemán, considerado como una sólida
referencia en organización de formato federalista.
La nueva Constitución debería contemplar el
derecho de referéndum para las comunidades históricas
Si no queremos el riesgo de ulsterización, con
dos comunidades irreconciliables en Cataluña; si no queremos que una crisis
enquistada acabe salpicando la estabilidad y el prestigio políticos, económicos
y culturales de España en su conjunto; si no queremos, un día quizás no tan
lejano, enfrentarnos a preguntas sobre si un 55% de la población votando a
partidos independentistas no es quizás base suficiente para separarse; entonces
ha llegado el momento de salir de nuestra zona de confort y de adoptar hoy
decisiones valientes, que pueden dar vértigo, pero que son necesarias.
Para empezar, debemos asumir que Cataluña y el
País Vasco solo participarán en este proceso re-constituyente si cuentan con
una válvula de escape: la capacidad de decidir si quieren o no apearse de una
visión de futuro compartido. En consecuencia, esa nueva Constitución debería
contemplar el derecho de referéndum para las comunidades históricas, que a su
vez habrían de corresponder aceptando límites razonables en la ejecución de su
derecho.
Tal ruptura, traumática para ambos cónyuges,
después de un matrimonio de 500 años, no puede depender de un voto, de ahí que
la aprobación por mayoría amplia se considere principio universal, fijado por
la legislación y jurisprudencia de Canadá respecto al Quebec. La independencia
eslovena, tan admirada por el independentismo catalán, se aprobó por el 96% de
los votos (con una participación del 91%). La independencia kosovar con el 99%
de los votos (con una participación del 87%).
Decisiones tan unánimes, éstas sí de un sol
poble, nunca se alcanzarán el Cataluña. En mi propuesta de reforma
constitucional, propongo beber de las fuentes del mismísimo Estatuto de
Autonomía de Cataluña, que exige mayorías reforzadas de 67% (dos tercios) para
las decisiones importantes, y adoptar este porcentaje en la Constitución
Española para aprobar la independencia de una comunidad histórica en
referéndum.
De igual forma que el nacionalismo reclama el
derecho a decidir su propio destino en un determinado ámbito geográfico, las
subdivisiones administrativas de ese territorio tienen el derecho de esgrimir
con coherencia argumentos similares. En tal caso, el Estado no podría empujar
hacia la independencia a un territorio, por ejemplo una provincia, tal vez una
comarca o un municipio de un cierto tamaño, que no se exprese a favor y con
mayoría suficiente aunque la Autonomía lo haga en su conjunto. Éstos tendrían
el derecho de desgajarse de la Autonomía antes de su independencia y de
quedarse en España.
No perdamos esta segunda y quizás última
oportunidad para España y para Cataluña de redescubrir el afecto
Tal referéndum de independencia debería
convocarse a lo sumo una vez por generación, cada 25-50 años, a diferencia de
la historia quebequesa y de los deseos escoceses de consultas que pueden
reiterarse hasta la victoria final (el llamado "never-endum", o
referéndum de nunca acabar), con su inevitable peaje de inestabilidad
sistémica. El primer referéndum sería posible no antes de 25 años tras la
aprobación de la reforma constitucional.
Asimismo, para implementar una hipotética
secesión con la menor disrupción posible para las dos partes, y tras la
experiencia del brexit, sería necesario un modelo de doble referéndum: tras la
consulta inicial, los gobiernos central y autonómico negociarían las
condiciones de la separación, incluidos los derechos de las minorías y la
repartición del activo (propiedad del Estado) y del pasivo (el correspondiente
porcentaje de la deuda). Después de un plazo razonable de tres años, ese
acuerdo se sometería a un segundo referéndum en los territorios con suficiente
quórum pro-independencia.
Por último, la convocatoria de un referéndum
de semejante calado no puede celebrarse en tiempos convulsos. En las crisis
económicas la angustia se reafirma en su papel de pésima consejera. Por
ejemplo, las promesas de menores recortes en Cataluña durante la crisis pasada
al grito thatcheriano de "¡devuélvannos nuestro dinero!" fueron
cantos de sirena más que de independencia como proyecto calibrado.
Una vez asumida la dolorosa necesidad de
aceptar que las fronteras españolas quizás no son eternas, pero que el listón
para cambiarlas está muy alto, se abren grandes posibilidades de reformas, en
las que todos los españoles trabajen codo con codo para posibilitar un futuro
mejor para las siguientes generaciones.
Con la doble dimensión territorial e
institucional de la crisis actual española, más la crisis económica que se
avecina, no podemos esperar sino un progresivo distanciamiento, a no ser que
entendamos la refundación del Estado como cimiento de la reconciliación. La
ocasión es propicia precisamente por urgente.
No perdamos esta segunda y quizás última
oportunidad para España y para Cataluña de redescubrir el afecto y el provecho
mutuo de esta relación histórica. Aceptemos el referéndum como válvula de
escape con la esperanza de que, como en Canadá, la mera existencia de la puerta
de salida ayude a Cataluña a quedarse.
*** Francisco Javier González es un empresario
español afincado en Fráncfort.
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