TRIBUNA(EL Pais).lectura de interés
El mito de la democracia participativa
Dedicarse a la gestión de lo público significa asumir las
responsabilidades de tomar decisiones, acertar o equivocarse.
JOAN FONTRODONA. profesor de Ética Empresarial. IESE Business
School
6 ABR 2016 -
Imaginémonos que estamos dentro de un avión, preparados para
iniciar el vuelo, cuando por la megafonía del avión oímos el siguiente mensaje:
“Señoras y señores pasajeros. Bienvenidos a bordo. Les habla el comandante.
Hemos decidido que este avión va a ser tripulado democráticamente. Así que, por
favor, díganme cómo debo mover los mandos de la cabina, porque vamos a hacer lo
que ustedes nos digan”. Seguramente la primera reacción será la de decirle al
comandante que abra las puertas porque nos bajamos.
Esta anécdota se la oí contar muchas veces a un profesor
mío, que la utilizaba para ilustrar que, aunque podamos estar de acuerdo en que
la democracia es el mejor sistema para gobernar sociedades, no significa que
todas las comunidades humanas deban ser gobernadas democráticamente.
En los últimos tiempos parece que se ha puesto de moda la
democracia asamblearia, y la necesidad de someter a plebiscito cualquier medida
que pueda resultar conflictiva o impopular. Tengo mis dudas de si tal ejercicio
no será más bien una estratagema de quienes tienen el poder para escabullirse
de sus responsabilidades.
Se ha puesto de moda la democracia asamblearia, y la
necesidad de someter a plebiscito cualquier medida que pueda resultar
conflictiva o impopular
En un sistema democrático, cada determinado número de años
los miembros de esa sociedad que tenemos derecho a votar acudimos a las urnas
para elegir a nuestros representantes y a quienes van a asumir las tareas de
gobierno. Los candidatos acuden con sus propuestas y programas, y los
electores, con unas reglas de elección claras y prefijadas, decidimos a quienes
damos esa responsabilidad.
Pero luego, en la toma de decisiones diarias, los ciudadanos
no tenemos la información suficiente, ni los criterios para ponderar esa
información como para poder tomar una decisión razonable y razonada. Para eso
están quienes dijeron que querían gobernar y que iban a dedicarse a ello si les
dábamos nuestra confianza.
Cada vez que veo a algún cargo público diciendo que una
determinada decisión -ya sea ver por dónde pasa el tranvía, con quien se alía o
a cuántos refugiados acoge- no puede tomarla él, sino que debe preguntarse a
toda la ciudadanía, me entran ganas de decirle como al comandante del avión:
“Oiga, ¡yo le he pagado para que sea usted el que pilote la nave! Así que
cumpla usted con su obligación, que yo ya he cumplido con la mía”.
Dedicarse a la gestión de lo público significa asumir las
responsabilidades de tomar decisiones, acertar o equivocarse. Esconderse tras
las faldas de un plebiscito para evitar tomas decisiones impopulares o como
estrategia para proteger los propios intereses demuestra –más que una alta
sensibilidad democrática- una falta de coraje preocupante. Tiene poco de
política y mucho de demagogia.
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