.EL SOCIALISMO, LOS PARTIDOS Y LOS FUTUROS ABIERTOS
Ander Gurrutxaga Abad
Catedrático de sociología
Decía el historiador Tony Judt que numerosos países europeos
practican desde hace mucho algo parecido a la socialdemocracia, pero han
olvidado cómo defenderla. Ya se sabe, los “patrimonios de la humanidad” son, a
veces tan evidentes, que cuesta saber qué hay que hacer para que sigan siendo
“patrimonio de la humanidad”. Hoy los socialdemócratas y la socialdemocracia
están a la defensiva y tratan de excusarse.
No se ha dado respuesta a los críticos que, por ejemplo,
sostienen que el modelo europeo es demasiado caro e ineficiente desde el punto
de vista económico. Y sin embargo, el Estado del Bienestar no ha perdido ni un
ápice de popularidad entre sus beneficiarios: en ningún país de Europa ha
votado el electorado a favor de acabar con la sanidad pública, la educación
gratuita o subvencionada, o de reducir la provisión pública de transporte y
otros servicios esenciales.
El legado socialdemócrata forma parte de lo que un tanto
eufemísticamente, podemos denominar “patrimonio de la humanidad“. A veces se
olvida que, el mejor legado que Europa ha hecho al mundo a lo largo del siglo
XX han sido las instituciones del Estado del Bienestar y la denominada sociedad
del bienestar. Pero tener esta herencia y poder mirarla todos los días no
parece una justificación suficiente para defender lo que es su aportación al
mundo.
La necesidad práctica de Estados fuertes y gobiernos
intervencionistas está fuera de discusión. Pero nadie, o casi nadie, está
repensando el Estado. Sigue habiendo una marcada renuncia a defender el sector
público en nombre del interés colectivo o por principio. Es asombroso que en
una serie de elecciones que se han celebrado en Europa después de la crisis
financiera, los partidos socialistas y socialdemócratas hayan obtenido
resultados mediocres ( Francia podía ser un caso aparte, pero paradójicamente,
el programa socialista queda rápidamente desdibujado por la falta de
crecimiento económico, la ineficacia del Estado en la defensa de los intereses
colectivos, la parálisis para abordar el desempleo, la caída de las rentas, la
falta de inversión del Estado en los sectores sociales calientes, el
crecimiento de la desigualdad….), a pesar del derrumbamiento del mercado, pero
demuestran ser incapaces de estar a la altura de las circunstancias.
La socialdemocracia se identificó con la izquierda, incluso
en algunas lecturas con el centro izquierda, pero la definición de que es ser
de izquierdas es uno de los acertijos que no termina de encontrar una
interpretación asequible para todos. Más aún si se asocia con siglas u
organizaciones concretas. No obstante, la discusión plantea que debe tener su
propia voz. El hecho es que la crisis de los partidos socialistas en Europa
-más notoria en el Sur que en el Norte- es la crisis de falta de voz, no es que
se hayan quedado mudos, es que no tienen palabras para comprender lo que pasa,
para explicarse a sí mismo y poder explicar a los demás, proponer una vía
propia, con autoridad y confianza en lo que se dice y, mucho más en lo que se
hace.
Uno de los aspectos desalentadores de las crisis es la
carencia de voces. Hablan, siguen hablando, pero la forma de hablar emite ruido
y agitación. Son este tipo de situaciones las que llevan a preguntar: ¿de qué o
sobre qué se habla? Paradójicamente, la falta de voces se produce a la vez que
se generan los problemas sobre los cuales hay que pronunciarse: las crecientes
desigualdades en riqueza y oportunidades, las injusticias de clase y casta, las
dificultades para asentar el relevo generacional, la corrupción, el dinero y
los privilegios que cierran las arterias de la democracia. Lo que ha cambiado
es que ya no basta con identificar las deficiencias del sistema y lavarse las
manos, indiferentes a las consecuencias. La pose retórica de indignados sin
fin, puede ser pero no ayuda nada a la izquierda.
Estamos en una era de inseguridad, donde el mejor vocablo
para comprenderla es el de incertidumbre. La inseguridad es económica, es
política e incluso física. Engendra miedo al cambio, a la decadencia, a los
extraños, corroe la confianza y la interdependencia en la que se basan las
sociedades civiles. El cambio es convulso, pero este carácter es el que obliga
a definir muy bien el terreno de juego sobre el que queremos “jugar”. La
socialdemocracia patenta repuestas, pero los agentes políticos que deben
representarlas no saben como hacerlo, como si estuviesen superado por las
circunstancias y los contextos que las definen. Da la impresión que no han sido
capaces de comprender en toda su dimensión la sociedad del cambio.
Somos el producto de dos grandes transformaciones cuyas
consecuencias las estamos viviendo ahora.
1. La que anuncia el tránsito de la sociedad industrial
clásica- presidida por la fábrica, la clase trabajadora de mono azul, la
cultura obrero industrial, la división entre propietarios, usuarios y
prestadores de servicios, el urbanismo absorbente o las ciudades industriales-,
a la sociedad del conocimiento, presidida por nuevas reglas de juego, el peso
del conocimiento tecnológico, las nuevas formas de competir y producir,
mercados globales con el peso de los analistas simbólicos, los agentes del
conocimiento, las ciudades “inteligentes”( smart city) , nuevas formas y tipos
de empleo, los nuevos sentidos del trabajo, etcétera.
2. Los cambios provocados por la crisis económica -de origen
financiero- que pone “patas arriba” cuestiones que se creían que “ya estaban”.
En algunos países se disparan las tasas de desempleo, la adaptación a la
sociedad del bajo coste se hace pero, a cambio se paga mucho coste como, por
ejemplo, la carencia de puestos de trabajo seguros, empleo flexible, volátil,
trabajos mal pagados, precariedad en una palabra-, Estados que privatizan
algunos de los recursos considerados, hasta entonces, patrimonio de la
humanidad: la educación, la sanidad, los transportes públicos, las
infraestructuras, la rebaja de las pensiones, las dificultades de la seguridad
social, entre otros.
La justificación es siempre la misma: el Estado con sus
recursos no puede enfrentarse a todas las peticiones que se hacen. El sistema
fiscal, los medios de recaudación y la redistribución se quedan cortos para
atender el efecto de compensación que se espera de estas instituciones. La
conclusión es la siguiente: hay que repensar el Estado, sus atribuciones y, muy
en especial, la política expansiva, aquella que decía que el estado puede
hacerse cargo de todos los servicios que habían ido surgiendo y atender, en
consecuencia, las necesidades creadas. El efecto compensador es consustancial
al Estado, pero ya no se puede ejercer como los manuales del bienestar habían
previsto. La consecuencia de este planteamiento es obvia: hay que revisar las
funciones, atribuciones y el coste del patrimonio de la humanidad. Hay que
clarificar el por qué, el para qué y el cómo de la revisión y, en su caso, del
desmontaje a poner en marcha.
Había antes de las crisis, gobiernos y partidos que ya se
habían puesto manos a la obra. La influencia de las doctrinas Reagan-Thachter
habían dado un golpe a la tradición socialdemócrata. Ésta quiso enfrentarla con
la denominada tercera vía- invento o del avispado T. Blair, con el
acompañamiento de teóricos como A. Giddens, U. Beck…- al influjo del
liberalismo radical en el gobierno de las sociedades occidentales. La
denominada “falta de complejos” de la tercera vía, resultó un refrito mal
interpretado, y para una figura carismática en ciernes como pretendía ser T.
Blair, un gran fracaso político.
El resultado fue un laborismo sepultado por el peso de la
novedades- especialmente llamativo las relaciones (¿nuevas o novedosas?) entre
Estado y mercado, entre Estado y servicios sociales y entre Estado y políticas
públicas, con la privatización de muchas de estos servicios, entregadas a la
causa de la eficiencia y la eficacia. El espectáculo es estremecedor: la
privatización es el escaparate para adelgazar el Estado, pero sobre todo, para
quebrar la relación de confianza con el socialismo de los universos electorales
tradicionales: la clase trabajadora y las clases medias. El “descubrimiento” de
la política que lleva a cabo la sociedad Blair S.L. resultó ser lo contrario de
lo que se pretendió. El espíritu de Marx en el Manifiesto Comunista reaparece
para recordar que: “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
La socialdemocracia europea en los gobiernos respectivos
queda atrapada entre la incapacidad para entender el cambio, la corrupción de
sus líderes, la crisis de los aparatos de los partidos desde los que se opera y
el agotamiento de sus promesas. El resultado es que mandó a casa a un partido
tras otro- ocurrió en UK, en España, en Portugal, en Francia, en los países
nórdicos….-.
. Hay que clarificar tres lecciones a tener en cuenta:
El legado socialdemócrata. El manual de contenidos de esta
tradición y el libro de instrucciones está vivo.
Los partidos tradicionales, socialistas, están en quiebra,
en prácticamente todos los países europeos. La geografía política de Europa
dice que se han quedado sin un sitio claro. Lo que demuestra que la crisis no
es tanto de ese patrimonio, sino de los agentes que se encargan de hacerlo
posible.
Cuando todavía-el caso de Francia es el más llamativo- se
mantiene o conquista el poder, el quehacer en el que se embarcan vuelve a
reiterar los viejos errores, con lo que demuestran que una de dos: o no tienen
sitio y su diferencia con la derecha liberal es retórica, de palabras o no han
entendido las posibilidades que abre el nuevo tiempo.
Los partidos tienen una gran tarea: aceptar el juego que les
proponen el nuevo tiempo: globalización, conocimiento tecnológico, nuevas
formas de empleo, nuevas maneras de educar, formas nuevas de participación,
nuevas maneras de expresarse, el poder de las redes, el rol de la educación y
la participación tecnológica, la construcción, en una palabra, de una nueva
voz. Tienen un patrimonio, lo que no saben es qué hay que hacer con él y este
sí es su drama.
Hay que enfrentar los hitos del cambio como: las ideas
fuertes del relevo generacional, las formas tecnológicas de vida, las nuevas
maneras de estar y participar, el rol del Estado, las relaciones entre
gobierno-sociedad civil- mercados-, el papel de las políticas públicas, las
nuevas formas de enfrentar la corrupción, el cambio en las formas de empleo, el
nuevo papel de las ciudades, los nuevos sentidos del trabajo, los roles de la
educación. Hay, en definitiva, un nuevo cuadro de problemas que aprenden que no
pueden enfrentarse a ellos con la misma voz, con similares maneras o con la
utilización de los mismos partidos desgastados por su ineficacia y enrocados en
peleas intestinas que nadie entiende, a veces ni los que las propagan, pero
donde demuestran lo difícil que es desaprender lo aprendido y la probable
inutilidad de sus gestos, sonrisas o voces.
No sé donde lo nuevo y lo viejo se entrecruzan, se
encuentran, a veces colaboran y otras se rechazan, pero donde el juego casi puede decirse que “ya está“, no lo creo.
Me da la impresión que estamos ante un
proceso de aprendizaje que conlleva nuevas formas de experimentar y donde
veremos, como fruto de la experimentación, nuevas formas de hacer política, lo
que no significa que la política tradicional y los partidos que la representan
vayan a desaparecer. Estamos ante tiempos híbridos donde lo nuevo y lo viejo se
entrecruzan, se encuentran, unas veces colaboran y en otras ocasiones se
rechazan, pero donde el juego se produce por la necesidad de la adaptación
necesaria al nuevo trasfondo de cuestiones, que no son sino el resultado de las
dos grandes revoluciones que cito- la provocada por el significado y las
consecuencias de la sociedad del conocimiento, las repercusiones de la crisis
económica y en España la crisis del sistema político e institucional de la
transición. Nada de lo que salga desde aquí será lo mismo.
Quién mejor y más rápido lo entienda, y sobre todo, quién
genere más marcos de certidumbre, provocará más seguridad con sus iniciativas,
más conformidad con el futuro y estará mejor situado que los demás.
La socialdemocracia y los agentes -partidos especialmente-
que la representan deben decidir si acudir al cementerio de la historia para
depositar el legado y que otros lo utilicen o si podrán seguir teniendo algún
papel en este nuevo ciclo. Hay muchos, demasiados, signos de que la implosión
“termina” con estos partidos y quizá otros, más adaptados a las nuevas formas
de experimentación tomen su lugar. Ya ha pasado en algunos países y seguirá
pasando. No será, en todo caso, ni el fin del socialismo ni de la
socialdemocracia, será, en todo caso, el final de algunos partidos que han
querido representarla. El camino ya ha empezado en algunos países, en otros
está por ver.
Hay partidos socialistas en Europa que han comenzado el
camino hacia la irrelevancia, que es el territorio de la implosión y el lugar
donde comienza la desaparición. Insisto no es el fin del socialismo, sino de
las instituciones en las que confió, quizá en exceso. Creyeron que tenían un
lugar bajo el sol, y no contestaron sino que obedecieron a las leyes del
colapso, pensaron que ellos eran la voz y que sin ellos el mensaje no
funcionaba: se equivocaron. La historia les cogió de la mano y puede
conducirles al cementerio de celebridades. No muere lo que representan, sino
los soportes formales -los partidos- que se creyeron inmortales y
desobedecieron las regla de oro de la evolución. Otros ocuparán su lugar y
releerán sus mensajes, experimentando de otras maneras y aprendiendo a crear
conocimientos de otra formas y a transferirlos de otras maneras por otros
cauces y canales.
www.convivenciaysolidaridad.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario