Jorge Vilches…vozpopuli
OPINIÓN
La enfermedad
infantil del podemismo
Los cargos podemitas se han convertido en autómatas
intercambiables que repiten una y otra vez en los medios la misma argumentación
usando conceptos inventados. La política, creen, debe girar a su alrededor
marcando la agenda y los términos que se usan en los debates.
27.04.2017 -
Lenin publicó en 1920 un librito de batalla destinado a
meter en cintura a los disidentes, titulado “La enfermedad infantil del
izquierdismo en el comunismo”. El dictador soviético sentenciaba que planear o
ejecutar mal un plan para agitar, movilizar y llegar al poder era por
“infantilismo”, por no haber “madurado” las condiciones políticas, sociales,
económicas y culturales de la sociedad sobre la que se actuaba.
Hoy, la Tercera Internacional no existe como en 1920, no hay
un gran arquitecto del comunismo que quiera planificar la destrucción del orden
burgués. Sí hay ejes desestabilizadores, como Cuba en la América española
–véase el control que ejercen sus servicios de inteligencia en Venezuela-, pero
nada más. Las izquierdas de cada país deben pergeñar por su cuenta una
estrategia para cumplir su teoría del poder, que no es otra que conseguir el
gobierno y cambiar el Estado. Vamos, el camino clásico de autoritarios y
totalitarios.
Hoy, la Tercera Internacional no existe como en 1920, no hay
un gran arquitecto del comunismo que quiera planificar la destrucción del orden
burgués
El “infantilismo” de Podemos, siguiendo la nomenclatura
leninista, tiene dos orígenes: el populismo latinoamericano y su adopción de
los métodos de los movimientos sociales. A esto es preciso añadir una causa muy
leninista: sus dirigentes nunca gestionaron nada; es más, algunos ni siquiera
tenían vida laboral reseñable, salvo el “activismo”.
El argentino Ernesto Laclau, y los autores de su vulgata,
plantearon que el marxismo como ideología definitiva, científica, debeladora
del mecanismo real de la Humanidad, tendría éxito si adoptaba el estilo
populista: un líder redentor que acaudillara un partido-movimiento que, como un
embudo, recogiera todas las demandas sociales contra el sistema y les diera un
único sentido y una única solución.
Sí; leninismo redivivo, porque Vladimir –que así le conocía
su madre, de quien vivió sin trabajar hasta que fue útil al Segundo Reich
alemán en plena guerra- utilizó el populismo para desestabilizar a la recién
nacida República rusa de 1917.
¿Qué exige hoy ese populismo? Está claro: que el mensaje
llegue a una sociedad infantilizada, absorta en el espectáculo. Mensajes cortos
y sencillos, emitidos por un actor con el que la masa, el pueblo, la gente, se
puede identificar. Es la clave de la política: conseguir la empatía. Esto ha
llevado a Podemos a predicar durante ya tres años eslóganes infantiles, con un
estilo emocional, iracundo, de odio calculado. Lo hizo el chavismo en Venezuela
y funcionó.
Los cargos podemitas se han convertido en autómatas
intercambiables que repiten una y otra vez en los medios la misma argumentación
usando conceptos inventados. La política, creen, debe girar a su alrededor
marcando la agenda y los términos que se usan en los debates. La complicidad de
los medios afines y la ingenuidad de los políticos, sobre todo los catalogados
como de la “nueva política”, es imprescindible en este plan. La imagen la
completaban sus bisoños propagandistas, en el mismo culto a la juventud como
símbolo de “lo nuevo”, que tanto encandiló a los intelectuales de los
totalitarismos hace cien años.
La apuesta siempre ha pasado por convertirse en “movimiento
nacional”, y por eso absorbieron a la Izquierda Unida de Garzón
La apuesta siempre ha pasado por convertirse en “movimiento
nacional”, y por eso absorbieron a la Izquierda Unida de Garzón, quien entendió
la estrategia de infantilización de inmediato: su campaña electoral se llenó de
corazoncitos y bochornosos memes tuiteros, junto a loas a los sanguinarios
héroes de la izquierda, como Fidel Castro o el Che, tan propicios para la
mercadotecnia.
La necesidad de ser el centro de atención mediática debían
saciarla a cualquier precio. De ahí los espectáculos en las instituciones,
señaladamente en el Congreso de los Diputados, donde Bescansa apareció con su
bebé, los escaños se llenaron de camisetas-anuncio, los diputados aparecían con
pancartas, las tribunas se poblaban de “invitados”, y los insultos groseros y
amenazas físicas resonaban en el hemiciclo. Y de ahí también los vídeos
ridículos –como el del líder hablando con un tronco- y el patinazo cómico del
“tramabús”.
Los podemitas creyeron que era posible pasar a la política
las técnicas de los movimientos sociales, el “marketing de guerrilla”. La
técnica consiste en montar un espectáculo que tenga repercusión en los medios,
a pesar de que sea poca gente y de la exageración del mensaje. De ahí las
últimas campañas de agit-prop podemitas: un autobús con caricaturas y una
cacerolada.
La clave es aprovechar el hambre de los medios por la
audiencia para colocar un concepto o un debate dándoles imágenes impactantes.
Entonces se puede una presentar en sujetador o sin él en una parroquia,
manifestarse en plan carnavalesco, posar con camisetas de colores o pasear un
autobús. La TV saca el reportaje y los periodistas afines repiten las
consignas. A esto le añaden una campaña tuitera, cuanto más infantil y básica
mejor. Y ya hay presencia.
Bajo toda esa tramoya podemita no existe talento. No
constituyen una élite política o intelectual capaz de pasar del ruido a la
música
Sin embargo, bajo toda esa tramoya podemita no existe
talento. No constituyen una élite política o intelectual capaz de pasar del
ruido a la música, que vaya del “¡Abajo lo existente!” a la presentación de un
orden alternativo objeto de debate, cuyas propuestas respondan a su objetivo declarado
y no solo a desestabilizar o a su deseo de salir en la TV.
Únicamente resta saber si esa “enfermedad” de la que hablaba
Vladimir va a seguir rentando en las urnas.
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