AGENDA
POLÍTICA
Firmado por: Beatriz Mesa jueves 15 noviembre 2018
MARRUECOS/ESPAÑA:
UNA VECINDAD DE SOBRESALTOS
España y Marruecos atraviesan un momento
de incertidumbre. Tanto medios de comunicación en ambos lados de la orilla como
actores políticos y de la sociedad civil se preguntan: ¿Cuándo viajará el rey
de España, Felipe VI, por primera vez como jefe de Estado a Marruecos? ¿Cuándo
el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, realizará su primer viaje oficial al
país vecino? Parece que las visitas reales e institucionales son las que vienen
sirviendo de indicadores clave para definir el momento de las relaciones
bilaterales, a las que suelen referirse metafóricamente como etapas de luna de
miel o conflicto temporal. Tanto es así que los aplazamientos del viaje del rey
español y el presidente del Gobierno levantan sospechas sobre la coyuntura
actual.
Éste es el momento, el de dos países que
han sido incapaces de adaptar sus agendas para que Felipe VI visite a su
homólogo real en tres ciudades capitales y modelos de desarrollo económico
(Casablanca, Rabat y Tánger) en donde el Tren de Alta Velocidad (TAV) echará a
andar muy pronto. Esta nueva locomotora supondrá una revolución tecnológica de
la que participa España desde la retaguardia; es decir, contribuye en la
infraestructura subcontratada por Francia, que igualmente marcará un punto de
inflexión en la geografía de ambos países. Si bien antes España y el norte de
Marruecos disfrutaban antes de la proximidad, en pocos meses la distancia se
acortará con respecto al resto del país. El trayecto desde el norte de
Marruecos hacia el sur supondrá una hora escasa que servirá como señuelo para
inversores, expatriados y turistas. Cada vez más estrechos y cada vez vecinos
más directos.
El TAV es sólo un ejemplo de cuántos
proyectos de inversiones, exportación e importación, unen a las pequeñas y
medianas empresas de ambos países, así como el interés que sigue despertando
Marruecos para la internacionalización de sus compañías a pesar de ser hoy un
mercado muy concurrido y menos competitivo comparado con antaño.
La economía ha permitido que la sintonía
de los dos países baile al mismo son, siendo ya España el primer socio
comercial de Marruecos de toda la Unión Europea. Queda atrás la costra de Ceuta
y Melilla y el grano negro del conflicto del Sáhara Occidental. Precisamente,
los cambios políticos dentro de España, con un Gobierno apoyado por filas
próximas a la autodeterminación de la población saharaui se ven directamente
como una amenaza y esto es lo único achacable -según fuentes del Estado- al
Gobierno español y presumible argumento para posponer el viaje de Pedro
Sánchez. No obstante, Marruecos sigue pensando que la economía y la seguridad
es lo que construye la interdependencia de ambos y en esto se emplean más allá
de las diferencias. “Buscar lo que nos une y no lo que nos desune” ha sido una
de las frases más empleadas por políticos a ambos lados de la orilla. Y ésta es
la dinámica, la de un país como Marruecos que por su situación geográfica puede
servir a los intereses estratégicos de España en su proyección hacia el África
Occidental.
La última vez que Don Felipe y Doña
Letizia pretendían viajar a Marruecos, el rey marroquí participaba en una
cumbre entre la UE y la Unión Africana (UA) que se celebraba en Costa de
Marfil. Desde hace dos años, Mohamed VI impulsa una frenética agenda en el
continente africano tras su retorno a la UA, desmarcándose de los socios
clásicos europeos y mirando hacia otros aliados en su vecindad del sur.
“Marruecos es una nación africana” es la retórica recurrente del rey Mohamed VI
en su nueva diplomacia exterior, enfocada hacia los países del África
occidental y que está siendo estudiada con interés por la diplomacia española;
porque una relación estrecha con Marruecos supone una colaboración cercana con
países terceros, sobre todo cuando se trata de controlar flujos migratorios
procedentes de estas regiones.
Marruecos desembarcó en el mercado
africano, pero también se posiciona en el plano de la seguridad regional
proponiendo un modelo de reforma religiosa para los países vecinos que albergan
una visión desviada del Islam suní de rito malikí. En este sentido, Rabat se
postula como escenario idóneo para exportar un modelo de un Islam au milieu (en
el medio). O lo que es lo mismo, un Islam tolerante, pacificador y modélico
para países que se inscriben en el rigorismo religioso y empiezan a enviar
señales de radicalismo, como está ocurriendo en Níger o Malí.
Este modelo de Marruecos de protección
espiritual es una nueva bocanada de aire fresco para sus socios europeos y,
concretamente, para España, que mira al país vecino como referente en el campo
religioso. País islámico y abierto. En este sentido, España y Marruecos se dan
la mano y no toleran una desviación del Islam moderado hacia derroteros
extremistas. Tanto es así que trabajan conjuntamente en el marco de la
prevención del extremismo violento y continúan llevando a cabo operaciones
conjuntas en el contexto de la prevención y de la erradicación de células
terroristas que han hallado en las ciudades españolas de Ceuta y Melilla y en
las del norte de Marruecos (Tánger o Tetuán). La necesidad de la cooperación
policial y de los servicios de inteligencia para el control ciudadano de
cualquier operación de naturaleza yihadista ha sido esencial en las relaciones
bilaterales. No sólo en el campo de la seguridad ambos países persiguen
objetivos parecidos, por lo que suelen producirse viajes técnicos de manera
sistemática.
No nos olvidemos de otro asunto capital:
las migraciones. Éstas constituyen la piedra angular de los países vecinos que
supone otro termómetro, a ojos de los analistas, para evaluar si las relaciones
bilaterales están en momento de apogeo o no. Difícilmente se pueden explicar
las salidas en aumento de embarcaciones desde las costas marroquíes hacia
España en el último año, pero lo cierto es que la cifra es inquietante. ¿Qué
está pasando? A ojos de determinados analistas, un problema bilateral supone la
“apertura arbitraria de la verja por
parte de fuerzas marroquíes o el simple descuido en el control fronterizo”. Sin
embargo, la situación es mucho más compleja y el problema es más estructural,
porque las migraciones se movilizan según la situación interna de los países
exportadores de migrantes, según el contexto socioeconómico y global. Y
precisamente ahora el incremento de la violencia, de la inseguridad, el cierre
de la frontera libia y la profundidad de la guerra en ese país han provocado
desvíos de las rutas que hacen que Marruecos vuelva al primer plano como
territorio de tránsito y sufra una importante presión migratoria.
La realidad es que la llamada crisis de
las embarcaciones no tiene fin y no sólo responde a problemas con el vecino,
suponiendo así una relajación de los cuerpos y fuerzas de seguridad de
Marruecos. Aunque de la llave depende la puerta de España en la acogida de
flujos migratorios, lo cierto es que el país magrebí también se enfrenta a la
gestión de inmigrantes en su suelo que no buscan saltar al otro lado. Para
Marruecos, cerrar la frontera sur de Europa significaría que también lo
hicieran Argelia, Mauritania o Senegal. En este sentido, Rabat apostó por una
regularización masiva de emigrantes aunque controlada. Y este control debiera
suponer la no represión de los sin papeles, la aceptación de las migraciones
legales y un cambio del modelo de la sociedad árabo-musulmana que entienda la
diferencia y la diversidad. Los papeles sin integración aventuran otro fracaso
de la diversidad en un país que necesita dar un giro en su estrategia nacional.
España contribuye a través de un programa vivre ensemble en la transformación
del paisaje migratorio en Marruecos porque implica el acceso a la educación, a
la sanidad u a otras políticas públicas. Así las cosas, Madrid echa mano a su
reciente pasado para acompañar a Rabat en su futuro de diversidad.
En el campo de las migraciones, este
verano se produjo un hecho inédito cuando Pedro Sánchez, por primera vez,
recurrió al protocolo bilateral de 1992 con Marruecos para ejecutar una
expulsión de más de 100 migrantes desde Ceuta. La advertencia era clara: “No
aceptaremos migrantes violentos”, y ése fue el pacto alcanzado con Marruecos.
Se trata de rasgo de la estrecha cooperación en el control de las fronteras
entre ambos países que ha suscitado una aluvión de interrogantes sobre las
violaciones de los derechos fundamentales de los migrantes. Esto parece
importar menos; se trata de mantener en alza una relación bilateral en la que
todo está en juego: seguridad, movilidad, agendas económicas, geopolítica y
sociedad. Cada uno de estos expedientes hacen que España se consolide como la
voz de Marruecos en Europa, implicando también notables riesgos. No sólo hay
que ver del país amigo y vecino sus fortalezas sino también sus debilidades,
que son muchas, para acompañarle en la futura consolidación de un proceso de democracia
real.
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