Artículo por su interès actual en lo referente
al Populismo
El
momento pluralista
Ya no hay una división única y antagónica
izquierda-derecha o progresista-conservador
AURORA NACARINO-BRABO
14 JUN 2016 –El País
La filósofa belga Chantal Mouffe. ( estuvo
casada con Ernesto Laclau,ideólogo y padre del Populismo procedente del
Peronismo Argentino)
CLAUDIO ÁLVAREZ
Chantal Mouffe, referente ideológica de
Podemos, ha defendido recientemente en estas páginas que vivimos un momento
“pospolítico”, en el que la globalización ha desdibujado la frontera entre
derecha e izquierda. Esta pérdida de antagonismo entre los dos polos que
sostenían la democracia liberal ha degradado el demos a categoría de “zombi”, y
su lugar ha sido ocupado por el capital financiero. Para devolver al pueblo la
voz confiscada por las élites, Mouffe propone el populismo, apelando a “la
movilización de los de abajo frente a los de arriba”.
Caben varias objeciones. Es cierto que las
fronteras tradicionales entre izquierda y derecha se han transformado, pero de
ello no se colige que el capital haya tomado el poder que antes ostentaba el
pueblo. El día 26, España celebrará unas nuevas elecciones que hace pocas
semanas muchos analistas descartaban porque los partidos estaban sometidos a la
presión de los mercados, los organismos económicos internacionales y la Unión
Europea, y al final tendrían que ceder para poner en marcha un Gobierno.
Sucedió lo contrario. Los partidos demostraron que gozaban de soberanía y
autonomía, antepusieron sus incentivos políticos y mandaron la conspiración al
diablo.
Donde Mouffe dice pospolítica, es mejor hablar
de escenario posmoderno. La posmodernidad ha diluido los clivajes ideológicos
tradicionales, pero no ha llevado a la homogeneización del pueblo. Al revés, la
división izquierda-derecha ha dado paso a un escenario pluralista, que es el
reflejo de una sociedad individualista. Las sociedades modernas han
experimentado un poder creciente de decisión en todas las esferas vitales, del
consumo de ocio al cultural o de medios de comunicación. Y esa demanda se ha
llevado también a la política: no es que la democracia haya menguado ante el
avance del capitalismo, es que el individualismo exige ahora un papel mayor en
la democracia.
Ya no hay una división única y antagónica
izquierda-derecha, hay decenas de divisiones que han fragmentado el demos y el
sistema de partidos. Las clases sociales se han multiplicado y la conciencia de
clase se ha mitigado. Los votantes ya no quieren comprar el paquete ideológico
completo tradicional (progresista o conservador), sino tomar un puñado de
cerezas de cada árbol político. La paradoja es que este empoderamiento
posmoderno del individuo lo convierte en un votante volátil y, por tanto,
difícil de representar.
Ante esto, el populismo retoma la vieja
política de bloques. Mouffe sostiene que la democracia liberal se asentaba
sobre la pulsión antagónica de dos principios “irreconciliables”: la libertad,
que defendía la derecha; y la igualdad, que abanderaba la izquierda. Y que,
diluida la frontera izquierda-derecha, urge encontrar una nueva división en
sujetos políticos antagónicos. Sin embargo, la democracia no se sostiene sobre
la idea de una libertad y una igualdad irreconciliables, sino complementarias y
necesarias.
La democracia no se sostiene sobre la idea de
una libertad y una igualdad irreconciliables, sino complementarias y necesarias
Montesquieu define la libertad como el derecho
a hacer “todo lo que las leyes permiten”. Afirma que “los hombres nacen
iguales, pero no podrían conservar esta igualdad (...) si no es en virtud de
las leyes”. Es decir, que igualdad y libertad no son irreconciliables, sino
premisas necesarias del estado de derecho.
Además, libertad e igualdad son los cimientos
de la democracia pluralista. Y el pluralismo no se ve amenazado por la
globalización ni el capitalismo. En cambio, parece que el populismo sí
encuentra difícil encaje en la democracia plural. Con los ideólogos del
populismo sucede, de algún modo, como con los del comunismo. Sus patrocinadores
aseguran que la teoría es virtuosa pero, por algún motivo, cada vez que se
lleva a la práctica, degenera en una aberración monstruosa. Ocurre, claro,
porque la teoría no era tan virtuosa.
Mouffe afirma que hay un populismo malo, de
derechas, xenófobo, que excluye a los inmigrantes; y un populismo bueno,
progresista, que defiende “la igualdad y la justicia social”. Pero no hay tal
diferencia. En tanto que el populismo se construye cavando un abismo moral
entre el pueblo y el antipueblo, ha de ser siempre excluyente. Los excluidos
pueden ser los inmigrantes, las élites económicas, los judíos o los que no son
de mi clase social, pero el populismo necesita excluir a una parte de la
sociedad para hacerse fuerte.
Es la dialéctica amigo-enemigo de la que
hablaba Carl Schmitt, en la que el pueblo se construye por oposición a un
“enemigo político”. Una lógica contraria al principio pluralista de la
democracia que tiene consecuencias políticas y sociales fatales. Manuel Álvarez
Tardío cuenta, en El precio de la exclusión, cómo el discurso del odio en la
Segunda República hizo de los adversarios políticos el enemigo del pueblo,
contribuyendo a un clima de crispación e inestabilidad.
Afortunadamente, existen diques contra la
exclusión. Íñigo Errejón ha explicado las dificultades que encuentra el
populismo para avanzar en un Estado donde la sociedad percibe sus instituciones
y sus partidos como legítimos. Efectivamente, el descontento político en España
no se ha traducido en una crisis de legitimidad de nuestra democracia. Esto es
lo que nos diferencia del país que éramos en los años treinta y de los Estados
latinoamericanos donde triunfa el populismo. Por eso es el momento de
actualizar y reformar nuestras instituciones: son nuestra coraza contra la
exclusión, nuestro gran baluarte del pluralismo.
Aurora Nacarino-Brabo es politóloga.
@auroranacarino
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