martes, 30 de julio de 2019


AGENDA GLOBAL Firmado por: Joaquín Sabaté Díaz de Entresotos  martes 30 julio 2019
ÁFRICA Y LA DEMOGRAFÍA COMO PROBLEMA
El principal problema en los países en desarrollo es el crecimiento demográfico excesivo. La afirmación es inexacta, pero busca ser efectiva para hacer comprender una idea fuerza que viene ganando terreno en el mundo de la Ayuda al Desarrollo.
a) PIB, PIB ‘per cápita’ y empleo
En los países desarrollados, el crecimiento del PIB se ha multiplicado por 43, mientras en los del África subsahariana lo ha hecho por 52. Esto no necesariamente significa convergencia, pues los primeros partían de un nivel de PIB más elevado que los subsaharianos.
Sin embargo, el PIB per cápita de los países desarrollados se multiplicó por 26, mientras que en los del África subsahariana sólo por 10. El elemento diferenciador es el crecimiento de la población (véase el gráfico).
La diferencia entre PIB y PIB per cápita ha ido disminuyendo sistemáticamente en el caso de los países desarrollados, mientras que en los subsaharianos se ha mantenido más o menos constante.
Si observamos los datos proporcionados por el Banco Mundial, mientras que en la OCDE el crecimiento de la población desde 1961 es del 61,8%, en el África subsahariana fue del 353,5%.
Estas cifras también tienen su reflejo sobre la población activa y el desempleo: mientras que en la OCDE la primera creció un 27% (el desempleo, un 7,2%) desde 1991, en África lo hizo un 117% (el desempleo se ha doblado). En general, entre 2000 y 2007 la población en edad de trabajar en África creció a un ritmo del 2,6% anual, generando 96 millones de personas; pero sólo se crearon 63 millones de puestos de trabajo. Una brecha significativa. Además, en la actualidad hay entre 10 y 12 millones de jóvenes que se incorporan anualmente al mercado laboral, pero sólo se crean 3,1 millones de puestos de trabajo, lo que deja a un gran número de ellos desempleados.
b) La tendencia
La tendencia, según Naciones Unidas, es que de los 20 países más poblados en 2100, la mitad serán africanos. Por este orden: Nigeria (tercero, sólo por detrás de India y China), República Democrática del Congo, Tanzania, Etiopía, Uganda, Egipto, Níger, Angola, Kenia y Sudán. Hasta 2050, 26 países africanos duplicarán su población. Hasta 2100, seis lo harán por cinco: Angola, Burundi, Níger, Somalia, Tanzania y Zambia. Esto implica que para 2100 habrá 4.500 millones de habitantes en el continente africano, el 40% de la población mundial (Hoy, el 16%).
La explicación de esta explosión demográfica es el resultado, por un lado, del descenso de la mortalidad, pero por el otro, y a diferencia de otras partes del mundo, de la alta tasa de fertilidad en África. En los países subsaharianos, está en 4,8, mientras que en el planeta es del 2,5 hijos por mujer. Un ejemplo paradigmático es Níger que, con una tasa de fertilidad de 7,2 hijos (la más alta del mundo), pasará de 20 millones de habitantes a 200 para 2100. Para poner estas cifras en perspectiva, podemos compararlo con lo que ha pasado en otras partes del mundo donde, desde los años 60 del siglo XX, la tasa ha descendido, como en Asia Meridional (de 6 a 2,5 hijos por mujer), Asia oriental (5,4/1,8) y América Latina y Caribe (5,9 /2,1).

c) Los efectos
Este fenómeno demográfico provoca cambios sustanciales al medir el PIB per cápita. Por ejemplo, mientras que la diferencia entre los países desarrollados y los países del África subsahariana en 1961 era de 1.267,63 dólares per cápita, 56 años después se ha multiplicado por casi 28 (35.328,62). Dicho de otro modo, el crecimiento de esta variable ha sido del 0,78% de media, mientras que el del PIB total ha sido del 3,53%.
Este aumento demográfico afecta a la economía de muy diversas formas. Por ejemplo, si no viene acompañado de creación de empleo, genera descontento en la población, que puede derivar en conflictos sociales (e incluso bélicos) que generan incertidumbre y, con ello, desincentiva la atracción de inversión extranjera. Mucho desempleo provoca actitudes negativas ante el trabajo y el emprendimiento y dependencia de la caridad externa.
Las causas
Las causas del crecimiento demográfico exhuberante son variadas y atienden tanto a motivaciones internas como a factores externos. Además,  se interrelacionan y refuerzan entre ellas, haciendo que el problema sea extremadamente complejo de resolver. Pueden incluso relacionarse con explicaciones que, a priori, aparecían en la literatura -y en la práctica- como dadas de antemano, como son la corrupción y la debilidad institucional o el nivel cultural. Otras, cada vez con más peso, vienen dadas por realidades que no nos son tan ajenas como los sistemas de pensiones (su ausencia) o la falta de empoderamiento o estatus de la mujer. Como punto final, veremos cómo los incentivos perversos generan un problema de perpetuación del statu quo.
a) Causas tradicionalmente esgrimidas
La primera, y casi siempre más socorrida, es la corrupción y debilidad institucional en gran parte del África subsahariana. Tradicionalmente, ha sido la esgrimida para explicar la ausencia de una estructura institucional que asegure continuidad en políticas de largo plazo.
Con la llegada de la democracia, el crecimiento poblacional se convirtió en un valioso activo para alcanzar el poder generando estructuras clientelares. Un activo que hay que sostener y que, a menudo, conlleva un alto riesgo de un uso privativo e interesado de las herramientas que sólo ofrece la organización estatal y su nueva e incipiente burocracia autóctona. Adicionalmente, esto alimenta la desconfianza hacia el Gobierno y el desarrollo de economías informales que impiden bienes públicos como la educación (en manos de las instituciones religiosas), la sanidad (promoviendo una alta tasa de enfermedades endémicas, de mortalidad evitable y de falta de control de la natalidad) o sistemas de pensiones (perpetuando la necesidad de prole como mano de obra futura) que ulteriormente acaba influyendo en la demografía de los países.
La segunda causa es cultural. . Para la cultura endógena –los hijos son el resultado de un hecho natural que escapa a cualquier decisión humana– y para la exógena, fruto fundamentalmente de la difusión religiosa –los hijos son una bendición de Dios–.
A esto hay que unirle el fuerte sentimiento de comunidad, propia de sus particulares sistemas de parentesco y sus normas: que aquel miembro de la familia/comunidad que gane algún dinero con su trabajo tiene la obligación de compartirlo con el resto. Se crea una cultura de la dependencia y del vivir del otro que ahoga la mentalidad emprendedora.

b) La mujer y los mayores en África
Adicionalmente, cabe mencionar la falta de un sistema de pensiones formal y el bajo nivel de empoderamiento de la mujer.
La primera es una de las principales razones que lleva a los africanos a tener hijos. En efecto, la prole se convierte en mano de obra para cuando el patriarca pierde, con la edad, su capacidad de trabajar para sustentar a la familia. Es la descendencia el sistema de pensiones informal.
Quizá la creación de un sistema de pensiones panafricano gestionado por una institución supranacional, más la mejora económica y sanitaria, podrían abrir una imaginativa puerta de esperanza para eliminar esa necesidad de tener familias numerosas.
Por otro lado, el empoderamiento de la mujer debiera ser una pieza central, y no accesoria como hasta ahora, de los programas de AOD y la política de cooperación. Sin él, la mujer africana, motor y alma del continente, carece de capacidad de decisión acerca de la cantidad de hijos que desea tener. En el mejor de los casos es el hombre quien decide cuándo y cuántos tenerlos, cuando no es sencillamente una casualidad meramente natural.
Esto tiene implicaciones económicas y demográficas porque existe una elevada correlación entre elevadas tasas de desempleo e inactividad con la cantidad de hijos que tienen las mujeres, así como tienden a dedicarse a actividades de sustento familiar y/o en la economía sumergida difícilmente fiscalizables.
Una manera de corroborar esa relación entre empoderamiento de la mujer y crecimiento demográfico podría ser utilizando el Índice de Desigualdad de Género (Gender Inequality Index, GII) de Naciones Unidas y compararlo con la tasa de fertilidad de cada país. Existe una fuerte correlación positiva entre ambas variables.
c) Camino a la perpetuación del ‘statu quo’: los incentivos perversos
Finalmente, todas estas causas no serían sostenibles si no existiesen incentivos perversos en los gobernantes, tanto de países africanos como europeos, que hiciesen de la demografía una fuente de poder apropiable y utilizable.
Para entender esto, es necesario conocer una realidad política que viene dándose en casi todos los países del África subsahariana: los sistemas democráticos no se basan en la ideología, sino en la etnia del candidato. Es decir, en la (poca) democracia africana, el criterio del votante se basa en apoyar al candidato de su misma etnia. Si a esto se le une que el Gobierno siempre se ha visualizado como fuente no sólo de poder, sino de rentas, los gobernantes han tendido a utilizarlo para beneficiar a su comunidad, cuando no a sí mismos. El voto es esencialmente racional, basado en la expectativa de que el candidato de mi etnia favorecerá a mi comunidad en mayor grado que a otros.
La demografía como fuente de poder interna ha trascendido las fronteras de los países en vías de desarrollo e influye en empresas y países europeos. La sobrepoblación permite tener abundante mano de obra, lo que abarata el de la producción de bienes que, generalmente, son exportados para ser procesados.

Pero no sólo eso. En los últimos tiempos la ayuda al desarrollo ha venido condicionada, implícita o explícitamente, al control de la inmigración. Cuanto mayor es la presión demográfica en Europa, más financiación existe para proyectos de desarrollo en los países origen de los emigrantes. Existe, además, el convencimiento de que la manera de frenar la inmigración es mediante la creación de oportunidades en los países de origen. Así, la cooperación al desarrollo ha pasado a tener un componente geopolítico y de control de los flujos migratorios, en la creencia de que invirtiendo en ellos desaparecerían los incentivos a emigrar a la vieja Europa. La presión demográfica en el Mediterráneo se convierte en un arma negociadora para los dirigentes de países del África subsahariana.
Conclusiones
Si se busca reducir las presiones demográficas en el norte de África, lo que hay que hacer es llevar a cabo una verdadera estrategia global de desarrollo. Hablo de financiación, sí, obviamente, pero no sólo. Es condición necesaria, pero ni de lejos suficiente. Hablo de medidas económicas y no económicas que van más allá de la mera financiación; de un verdadero esfuerzo potente y voluminoso que encaje con las teorías de desarrollo del Big Push; de generar casos de éxito que produzcan efectos imitación, externalidades positivas y economías de arrastre; de la lucha contra el cambio climático como una necesidad práctica y de supervivencia.
Hablo de un verdadero empoderamiento de la mujer africana; no como un anexo en un proyecto de cooperación, sino como el elemento central de la estrategia. Sin él, la población seguirá creciendo exponencialmente y se comerá todos los esfuerzos por sacar a África de la pobreza.
Hablo de la educación y la sanidad no como aspiraciones loables, sino como exigencias prácticas que hacen que el africano pueda mirar más allá del día a día; hablo de un futuro digno para los mayores africanos, que puedan dejar de trabajar sin la necesidad de hacer recaer en la prole la responsabilidad de su mantenimiento.
Los tiempos del ‘doy dinero y me olvido’ se han acabado. La globalización va más allá de la mundialización de la economía. Es la toma de conciencia de que en el mundo no sólo estamos nosotros, de que lo que le pasa al de al lado me afecta, de que somos interdependientes y no estamos aislados. Es el tiempo del ciudadano global, de la heterogeneidad como norma, de la diversidad como ley y del vecino a 5.000 kilómetros.
AUTORÍA
JOAQUÍN SABATÉ DÍAZ DE ENTRESOTOS

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