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TECETIPO:revista Contexto CTXT
Papeles en las ventanas de Arizona
Declararse ganador de un proceso fraudulento es una
incoherencia que, a estas alturas del trumpismo, ya no es noticia. El éxito del
fascismo de nueva ola radica en ni siquiera molestarse en intentar vestir los
bulos con un traje de seriedad
Gerardo Tecé 6/11/2020
En mitad de una pequeña tarima que no levanta más de dos
palmos de altura está el atril de la sala de prensa de la Casa Blanca. El
centro de esa tarima es el metro cuadrado comunicativo más caro del mundo.
Desde allí y ante la presencia física de unos 40 periodistas sentados y
apretujados por las pequeñas dimensiones de la sala, habla 48 horas después del
día de las elecciones el presidente de la que es la nación más poderosa del
planeta. También una de las de mayor tradición democrática. El que sale a dar
su mensaje institucional es el 45º presidente de EE.UU. El primero en denunciar
fraude electoral en 230 años de democracia norteamericana. La expectación en la
sala de prensa es relativa a pesar del momento histórico y la tensión social.
El mensaje que va a dar Donald Trump ya se conoce porque lleva días
repitiéndolo con letras mayúsculas en Twitter. Desde el mismo momento de la
jornada electoral, con un resultado apretado y millones de votos aún por
contabilizar, Donald Trump se declara campeón del mundo y denuncia un fraude
masivo. Declararse ganador de un proceso fraudulento es una incoherencia que, a
estas alturas del trumpismo, ya no es noticia.
Desde el atril, un Trump más improvisado de lo habitual
denuncia el pucherazo que se está produciendo en Estados Unidos. Lo hace sin
aportar ninguna prueba, pero ahora esto también es irrelevante. Meses antes de
las elecciones, Donald Trump ya se declaraba ganador de las mismas y anunciaba
un posible fraude si el resultado fuese distinto al de su victoria. Se puede
acusar a Trump de ser un mentiroso compulsivo, pero nunca de disimular sus
mentiras. El éxito del trumpismo, el éxito del fascismo de nueva ola en
general, radica en ni siquiera molestarse en intentar vestir con un traje de
seriedad los bulos que se suelta por la boca o en las redes sociales. Desde el
metro cuadrado comunicativo más caro del planeta, el 45º presidente de la
nación más poderosa del mundo dice que “le han dicho que en Arizona –un estado
del tamaño de Italia– se han puesto papeles en las ventanas para que desde
fuera no se pueda ver cómo se cuentan las papeletas”, lo cual demostraría –qué
más pruebas queréis– que hay fraude en la victoria de Biden. A pesar del
pucherazo en Arizona, el equipo de Trump no ha solicitado la paralización del
voto por correo en este Estado porque allí es Biden quien va a la cabeza y el
voto por correo podría aún suponer una oportunidad de remontada para Trump. En
los lugares en los que la situación era la inversa –Trump en cabeza y votos aún
por contar–, el equipo del presidente sí ha solicitado que se paren de contar
los votos. Esto genera imágenes que serían divertidas si todo esto no fuera muy
peligroso: seguidores del presidente protestan en Michigan porque se siguen
contando votos al mismo tiempo que seguidores del presidente gritan “contad
todos los votos” en Arizona. Lo dicho, a Trump y al trumpismo se le puede
acusar de mentir, pero no se le puede acusar de no ir de frente con sus
mentiras ni de ser temerosos ante el ridículo.
La fórmula de Trump, aunque pierda estas elecciones, ha
funcionado. Dejar 70 millones de personas capaces de votar a un tipo que
utiliza el atril de la Casa Blanca para denunciar sin pruebas un fraude
electoral con argumentos que darían risa si no fueran peligrosos es una gran
victoria. Un amigo, andaluz en Colorado desde hace años, me cuenta que su novia
americana y él hablaron días antes de las elecciones de la posibilidad de
comprarse un arma. No te planteas en tu vida tener un arma en casa hasta que
ves que todos tus vecinos votantes de Trump tienen una. La conversación
doméstica, me dice, duró unos segundos, el tiempo de mirarse a la cara y decir
“pero de qué estamos hablando”. Una pequeña derrota para el trumpismo que, como
el fascismo de nueva ola en general, se alimenta de sacarnos de quicio, de
atacar al indefenso, de llevarnos a todos al terreno de la falta de valores,
del todo vale para salirte con la tuya por muy miserable y bochornoso que sea
el método. No vamos a tener una guerra civil, pero estoy seguro de que a Trump
se le pondría dura si la hubiera, me dice mi amigo. Espero que acierte en su
pronóstico. Espero, sobre todo, que haya acertado no comprándose un arma.
Gerardo Tecé
www.convivenciaysolidaridad.blogspot.com
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