viernes, 6 de noviembre de 2020

 

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Papeles en las ventanas de Arizona

Declararse ganador de un proceso fraudulento es una incoherencia que, a estas alturas del trumpismo, ya no es noticia. El éxito del fascismo de nueva ola radica en ni siquiera molestarse en intentar vestir los bulos con un traje de seriedad

Gerardo Tecé 6/11/2020

En mitad de una pequeña tarima que no levanta más de dos palmos de altura está el atril de la sala de prensa de la Casa Blanca. El centro de esa tarima es el metro cuadrado comunicativo más caro del mundo. Desde allí y ante la presencia física de unos 40 periodistas sentados y apretujados por las pequeñas dimensiones de la sala, habla 48 horas después del día de las elecciones el presidente de la que es la nación más poderosa del planeta. También una de las de mayor tradición democrática. El que sale a dar su mensaje institucional es el 45º presidente de EE.UU. El primero en denunciar fraude electoral en 230 años de democracia norteamericana. La expectación en la sala de prensa es relativa a pesar del momento histórico y la tensión social. El mensaje que va a dar Donald Trump ya se conoce porque lleva días repitiéndolo con letras mayúsculas en Twitter. Desde el mismo momento de la jornada electoral, con un resultado apretado y millones de votos aún por contabilizar, Donald Trump se declara campeón del mundo y denuncia un fraude masivo. Declararse ganador de un proceso fraudulento es una incoherencia que, a estas alturas del trumpismo, ya no es noticia.

Desde el atril, un Trump más improvisado de lo habitual denuncia el pucherazo que se está produciendo en Estados Unidos. Lo hace sin aportar ninguna prueba, pero ahora esto también es irrelevante. Meses antes de las elecciones, Donald Trump ya se declaraba ganador de las mismas y anunciaba un posible fraude si el resultado fuese distinto al de su victoria. Se puede acusar a Trump de ser un mentiroso compulsivo, pero nunca de disimular sus mentiras. El éxito del trumpismo, el éxito del fascismo de nueva ola en general, radica en ni siquiera molestarse en intentar vestir con un traje de seriedad los bulos que se suelta por la boca o en las redes sociales. Desde el metro cuadrado comunicativo más caro del planeta, el 45º presidente de la nación más poderosa del mundo dice que “le han dicho que en Arizona –un estado del tamaño de Italia– se han puesto papeles en las ventanas para que desde fuera no se pueda ver cómo se cuentan las papeletas”, lo cual demostraría –qué más pruebas queréis– que hay fraude en la victoria de Biden. A pesar del pucherazo en Arizona, el equipo de Trump no ha solicitado la paralización del voto por correo en este Estado porque allí es Biden quien va a la cabeza y el voto por correo podría aún suponer una oportunidad de remontada para Trump. En los lugares en los que la situación era la inversa –Trump en cabeza y votos aún por contar–, el equipo del presidente sí ha solicitado que se paren de contar los votos. Esto genera imágenes que serían divertidas si todo esto no fuera muy peligroso: seguidores del presidente protestan en Michigan porque se siguen contando votos al mismo tiempo que seguidores del presidente gritan “contad todos los votos” en Arizona. Lo dicho, a Trump y al trumpismo se le puede acusar de mentir, pero no se le puede acusar de no ir de frente con sus mentiras ni de ser temerosos ante el ridículo.

 

La fórmula de Trump, aunque pierda estas elecciones, ha funcionado. Dejar 70 millones de personas capaces de votar a un tipo que utiliza el atril de la Casa Blanca para denunciar sin pruebas un fraude electoral con argumentos que darían risa si no fueran peligrosos es una gran victoria. Un amigo, andaluz en Colorado desde hace años, me cuenta que su novia americana y él hablaron días antes de las elecciones de la posibilidad de comprarse un arma. No te planteas en tu vida tener un arma en casa hasta que ves que todos tus vecinos votantes de Trump tienen una. La conversación doméstica, me dice, duró unos segundos, el tiempo de mirarse a la cara y decir “pero de qué estamos hablando”. Una pequeña derrota para el trumpismo que, como el fascismo de nueva ola en general, se alimenta de sacarnos de quicio, de atacar al indefenso, de llevarnos a todos al terreno de la falta de valores, del todo vale para salirte con la tuya por muy miserable y bochornoso que sea el método. No vamos a tener una guerra civil, pero estoy seguro de que a Trump se le pondría dura si la hubiera, me dice mi amigo. Espero que acierte en su pronóstico. Espero, sobre todo, que haya acertado no comprándose un arma.

 

 

Gerardo Tecé

www.convivenciaysolidaridad.blogspot.com

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