POLÍTICA
El antídoto a los antisistema
Publicado el 13 de Octubre de 2018
MARTA GARCÍA ALLER
Hace 20 años los antisistema que salían
en las portadas de los periódicos eran jóvenes que apedreaban McDonalds, de
Seattle a Génova, pasando por Porto Alegre, en protesta contra las cumbres del
G-8 y la enemiga globalización, acusada entonces de oprimir al tercer mundo.
Los nuevos antisistema de los que hablan
ahora los medios, quién lo hubiera imaginado entonces, están llegando al poder
en el G-8 precisamente agitando la nueva antiglobalización, más preocupada por
cerrar fronteras.
En Génova manda La Liga de Matteo
Salvini, que amenaza con sacar a Italia del euro y expulsar del país a todo
aquel que carezca de papeles y a los gitanos, ha dicho, si pudiera. Y en el
Brasil que antes albergaba los Foros Sociales anti Davos, ahora el favorito en
llegar al poder es el ultraderechista Bolsonaro, que arrasó en la primera
vuelta de las elecciones con consignas abiertamente racistas. Admira Bolsonaro
al presidente Trump, que ya lleva dos años en la Casa Blanca. A ella precisamente
llegó el multimillonario declarándose enemigo del sistema y de la inmigración
ilegal, un mensaje que ha creado escuela más allá de sus fronteras.
POLITICA
Salvini, un ultra sin piedad con los
inmigrantes
La llegada de Matteo Salvini (Milán,
1973) al gobierno de Roma marca un antes y un después en Italia. El líder
ultranacionalista y euroescéptico, que ocupa la cartera del Interior[...]
“Son antisistema aquellas fuerzas
políticos que ponen en el centro de su programa las críticas al sistema
político en el que operan”, explica el politólogo José Fernández Albertos. “Eso
tienen en común desde Trump a Podemos, el Movimiento 5 Estrellas italiano y los
populistas xenófobos del centro y este de Europa”. No comparten las recetas
para el cambio, pero sí querer cambiarlo todo.
Este doctor en Ciencias Políticas por la
Universidad de Harvard y científico del CSIC, acaba de publicar Antisistemas
(Ed. Catarata, 2018), un libro en el que analiza el resurgir en nuestras
democracias de estas fuerzas populistas. Evita llamarlos así “porque populismo
se ha vaciado de significado de tanto usarlo”. Lo crucial en su análisis no
responde a las tradicionales izquierdas y derechas, sino a dónde puede
llevarnos el desapego a los partidos tradicionales en las democracias occidentales,
cómo hemos llegado aquí y, lo que es más inquietante, dónde puede llevarnos.
También Carmen González Enríquez,
investigadora del Real Instituto Elcano experta en migraciones y Opinión
Pública, opina que “populismo es una palabra inútil por el uso excesivo de los
últimos años. Aunque advierte de que “no es buena idea meter en el mismo saco a
Bolsonaro y la extrema derecha sueca, no tienen nada que ver”.
De Italia a Suecia
Esta semana, Salvini se reunió en Roma
con la francesa Marine Le Pen para crear una alianza de ultraderechas a escala
continental con la que llaman, como todo populista que se precie, a una
“revolución democrática”. No están solos. En Holanda, la extrema derecha sin
remilgos la dirige Geert Wilders; en Hungría, su primer ministro Víctor Orban.
Y también la extrema derecha avanza por el este en Rumanía y Polonia, y por el
norte en Alemania y Suecia, donde los Demócratas Suecos, abiertamente
xenófobos, pasaron en las recientes elecciones de ser una fuerza residual a la
tercera fuerza en el Parlamento.
“Estos partidos antisistema están
causando terremotos en las democracias parlamentarias occidentales, que tenían
sistemas de partidos fuertes pero están en plena redefinición”, advierte
Albertos. “Y estos terremotos van a seguir sucediendo, porque el núcleo de
votantes del que se nutren estos partidos para ser exitosos son ciudadanos que
se sienten excluidos del sistema político, como consecuencia en parte de la
crisis económica de la última década y la crisis de sus instituciones”.
Los oprimidos de la globalización resulta
que estaban en occidente, no fuera. Y tienen un enfado que los convierte en lo
que Albertos llama “precariado político”, una masa de votantes que siente que
no tiene nada que perder y a medida que se defrauda le va perdiendo el miedo a
un cambio radical.
En el sur los populismos culpan a la
globalización, y en el norte al extranjero. Buscan un enemigo externo”
“En el sur los populismos echan la culpa
a la globalización y en el norte al extranjero”, explica Víctor Lapuente,
doctor por la Universidad de Oxford y actualmente es profesor de Ciencia
Política en la Universidad de Gotemburgo, “pero comparten la idea de un enemigo
externo culpable de todos los males contra el que luchar con recetas simplistas
y difusas”.
Es la consecuencia colateral del
empobrecimiento de las clases medias, que tradicionalmente han sido siempre
políticamente adversas a cambios bruscos y el desorden. A medida que ha crecido
el desencanto, lo ha hecho también el desapego al sistema. La teoría de
Albertos para explicar el creciente apoyo a estos partidos extremistas en las
democracias occidentales está en los coletazos de la crisis económica. “No
siempre los más agraviados económicamente dan apoyo a estas políticas, pero hay
una correlación entre la percepción de un mercado laboral incierto y la
percepción de falta de oportunidades”, apunta Albertos.
En Europa, el caso más preocupante es el
italiano. No en vano es uno de los países fundadores de la Unión Europea en el
que “Gobierno de Salvini está tomando medidas contestatarias con el orden
establecido, uniendo la extrema derecha y la extrema izquierda contra la UE, con un apoyo popular cada vez mayor y
sostenido”, advierte Albertos.
Vox, la excepción a la excepción española
En España, a diferencia de Italia, hay un
alto apoyo al sistema para la virulencia de la crisis que hemos sufrido. “Tanto
el apoyo a las instituciones como a la Unión Europea sigue siendo alto”, apunta
Albertos. En España, los únicos partidos que entrarían en su definición de
antisistema son Podemos y el incipiente Vox, aunque reconoce que este último,
pese a la reciente atención mediática, es demasiado minoritario para estar en
el radar.
“Ahora mismo no es muy preocupante”,
apunta Albertos. “No parece que Podemos tenga la capacidad ni la voluntad de
alterar el orden político actual y no hay ninguna otra fuerza antisistema que
aspire a ser relevante en las próximas elecciones”.
Sin embargo, las últimas encuestas
apuntan a un avance de Vox que, pese a ser todavía un partido residual, podría
llevarlo al Parlamento Europeo en las próximas elecciones. “También llegó Ruiz
Mateos en 1989”, apunta González Enríquez relativizando el fenómeno de Vox, un
partido cuyo líder aseguraba la semana pasada en un mitin con 10.000 personas
en Vistalegre que le llamen facha “es una medalla”.
POLITICA
“Que no hay un partido de ultraderecha
tan fuerte como en Europa, es porque partidos como PP han integrado a grupos
marginales nostálgicos del fascismo”, afirma Ángeles Díez, profesora de
Sociología de la Universidad Complutense, experta en movimientos sociales y
conflicto político. “Con el conflicto catalán, han emergido todos estos sectores
hasta ahora muy marginales, nostálgicos del fascismo que no se encuentran
cómodos con que el Estado haya optado por la vía legal del 155 y les parece
poco dura. Ni PP ni Cs contentan a este electorado, y Vox puede canalizar
grupos marginales que hasta ahora eran residuales”.
Una de las claves sociológicas de por qué
tienen éxito los partidos de discurso xenófobo es porque, “a diferencia de
discursos de otros tipos de antisistemas contra el capitalismo o contra la UE,
el discurso anti inmigración en el corto plazo no genera miedos”, apunta
Albertos. “Es un activo electoral para los antisistema de derechas frente a los
de izquierdas”. Eso explicaría por qué en Europa están triunfando los primeros
como reacción al malestar, pero no por qué son tan minoritarios en España.
Sin embargo, el apoyo a la extrema
derecha abiertamente xenófoba no tiene en España el apoyo electoral que ha
logrado en otros países europeos. “La extrema derecha se alimenta tanto de un
rechazo a la inmigración como en la incertidumbre laboral y económica del
votante”, afirma Víctor Lapuente. “En España, gracias en parte a que la familia
ha hecho de red, hay menos desarraigo que en el norte y, además, el recuerdo
del franquismo es relativamente reciente”. Además, los españoles tienen
reciente cuando los inmigrantes éramos nosotros. Ser un país suficientemente
próspero como para ser receptor es algo relativamente reciente (aún no hay una
tercera generación de inmigrantes como en el norte de Europa) y al haber sido
mayoritariamente latinoamericana, continente con el que además de lengua se
comparte religión, el choque cultural es menor.
“Si Vox logra salir del papel marginal
que tiene actualmente, dependiendo de cómo le vaya en las elecciones europeas,
veremos si es un partido de extrema derecha clásico que se nutre de las clases
medias pequeñoburguesas de las ciudades o si se convierte en un partido
populista xenófobo al estilo de la Europa continental, que atraiga antiguos
obreros que se sienten expulsados del sistema”. Es decir, veremos si Vox crece
en la dirección de Frente Nacional (obrero de clase media baja que representa a
los perdedores de globalización), o al Brasil de Bolsonaro, que está seduciendo
según muestran las encuestas a las clases medias acomodadas urbanas y blancas, contrarias
a las políticas de izquierdas, en busca de un orden liberal que les promete más
orden y más mercado.
Antídoto para los antisistema
Aunque es innegable el avance de estas
fuerzas abiertamente contestatarias, tanto de lo que los politólogos consideran
en sus encuestas tanto extrema izquierda como de extrema derecha, Albertos
llama a la calma. “Es difícil que tomen el poder en las sociedades ricas,
porque hay suficiente población resistente al cambio”.
La inercia, no exenta de riesgos para la
democracia liberal de natural tolerante, es esperar a que el sistema meta en
vereda estos partidos por sí mismo. A la larga, dicen los más optimistas, sus
propuestas chocarán con la realidad y a la hora de la verdad acabarán no siendo
tan antisistema como prometían.
“¿Podrá Trump llevar su agenda rupturista
a dejar cicatrices en el largo plazo en el sistema democrático estadounidense y
la separación de poderes?”, se pregunta Albertos, “¿O será simplemente una
presidencia vista a la larga como una anomalía en las formas que no haga
tambalearse el sistema?”. Todavía no tiene la respuesta, pero reconoce que en
Estados Unidos el debate está a la orden del día entre los politólogos. También
en Europa, donde la separación de poderes va desapareciendo en países como
Polonia y Hungría, que ha llevado a la UE a temer por la deriva autoritaria de
sus mandatarios.
La desaparición de la separación de
poderes en Polonia o Hungría preocupa a la Unión Europea
En España, el caso paradigmático de los
antisistema de boquilla sería el de Podemos, “que ya es izquierda tradicional”,
afirma González Enríquez. El partido de Pablo Iglesias acaba de firmar con el
presidente Pedro Sánchez unos presupuestos socialdemócratas prometiendo que cumplirán
con la senda del déficit que exige la disciplina de Bruselas, de la que
renegaba cuando entró en política. “Los partidos en la oposición olvidan el
principio de realidad y hacen promesas imposibles para atraer votantes
insatisfechos, pero cuando llegan al poder tienen que limitarse a lo posible”,
apunta la politóloga del Instituto Elcano. “En las regiones en las que gobierna
el Frente Nacional francés, también han terminado por gobernar en los
parámetros del stablishment“.
A medida que van ganando poder los
partidos más alejados del centro político, continúa aumentando la inquietud de
qué pasará si finalmente alcanzan el poder y no se moderan. El antídoto más
eficiente para frenar el extremismo, según Albertos, “sería reducir la
precariedad, tanto económica como política”.
“Hay que volver al reformismo”, apunta
Lapuente. “El mayor peligro está en el inmovilismo. No me preocupa que vayan a
quebrar los sistemas democráticos como en los años 30, el problema es la
parálisis del sistema para arreglar sus problemas. Salvo Macron en Francia, que
encima está en mínimos de popularidad, no hay iniciativa para hacer reformas.
La Unión Europea debería ser la solución, proponiendo iniciativas, pero hay
falta de liderazgo”.
Paradójicamente, la Unión Europea ha pasado
de ser el antídoto de estos extremismos a uno de sus altavoces principales. Es
en las elecciones europeas en las que los partidos extremistas logran su primer
escaparate electoral y, de paso, acceso a financiación pública cuando entran en
el Parlamento Europeo. Eso hicieron primero Salvini y Le Pen, también el Ukip
británico y un largo etcétera de partidos antieuropeos que antes de lograr un
hueco en la política nacional entraron en las instituciones de la la UE para
atacarla desde dentro. En las elecciones europeas de la próxima primavera, Vox
espera sacar una representación que le sirva de trampolín, como Podemos cuando
en 2014 logró estrenarse con cinco eurodiputados (frente a los dos que obtuvo
Ciudadanos).
La UE tiene que tomarse el asunto muy en
serio, porque el problema de la inmigración no desaparecerá
Uno de los asuntos fundamentales en los
que urgen medidas a nivel europeo, según la experta González Enríquez, es
precisamente la inmigración. “La Unión Europea debería tomárselo muy en serio,
porque el problema no va a desaparecer y hace falta una acción conjunta, porque
con medidas a nivel nacional no hacemos nada.
“Se puede reenganchar a la gente a la
política dentro de los márgenes tradicionales haciéndola copartícipe de las
decisiones para canalizar la frustración”, sugiere Albertos. “Habría que
perderle el miedo a experimentar con fórmulas de democracia directa, porque los
mecanismos tradicionales de influencia no están funcionando”.
A la crisis de los partidos de centro
izquierda y centro derecha tradicionales, se suman también la pérdida de
influencia de instituciones intermedias del pasado, que en el siglo XX fueron
fundamentales en la vida política, como por ejemplo los sindicatos e incluso
las parroquias. “Creo que no le hemos dado importancia al papel que cumplían
estas instituciones”, afirma Albertos. “Estas han ido desdibujándose y no han
surgido sistemas alternativos. Aquellas instituciones puede que no sirvan ya,
pero a lo mejor hay que crear otras fórmulas para que la gente sienta que su
voz está siendo escuchada”.
El surgimiento de Vox tal vez no sea más
que un exponente más de la fragmentación del panorama político español, nueva
en el caso de la derecha que desde 1989 se fue condensando en el paraguas del
Partido Popular. “En Suecia, un país de 10 millones de habitantes, hay tres
partidos de izquierda, cuatro partidos de derecha y uno de ultraderecha”,
apunta Lapuente. A lo mejor simplemente hay que irse acostumbrando a negociar.
Sin embargo, si la desigualdad continuara
en aumento, reconoce Albertos que no es posible saber hasta dónde pueden llegar
los nuevos antisistema: “La capacidad de los rupturismos sí es fuerte para
alterar las dinámicas electorales e influir en el debate social”. La prueba es que estamos hablando de ellos.
¿Cámara de eco?
No está claro cómo frenar los
extremismos, pero lo que está más que contrastado es cómo alimentarlos. No hay
más que recordar el espectáculo mediático del que se valió Donald Trump para
llegar al poder y siendo un outsider sin aparentes posibilidades, consiguió
acaparar el protagonismo en los medios a base de decir barbaridades que
lograban titulares. También Pablo Iglesias en sus comienzos utilizó estos
trucos a los que ahora en España está tratando de aspirar Vox.
Hay dos errores que evitar para no echar
más leña al fuego populista: ni silenciarlos ni demonizarlos. “Aunque estos
partidos como Vox no sean un fenómeno relevante numéricamente, sí lo son
informativamente y, por tanto, son relevantes periodísticamente como fenómeno
emergente” afirma Yolanda Quintana, cofundadora y secretaria general de la
Plataforma en Defensa de la Libertad de Información (PDLI), experta en
comunicación y movimientos sociales en internet.
A los populistas no hay que silenciarlos
ni demonizarlos: hay que dejarlos en evidencia
Sin embargo, no tiene sentido
descalificarlos porque eso reactiva su mensaje que se alimenta el victimismo.
“La clave es hacer buen periodismo y no preguntar a los partidos xenófobos o
populistas siempre por inmigración o por la agenda que quieran imponer, sino
sobre los problemas reales de la ciudadanía: ¿Qué hacemos con la deuda? ¿Y con
los alquileres? ¿Cuál es tu receta para frenar el cambio climático? Habría que
hacerle la misma entrevista que se le haría a Pedro Sánchez o cualquier otro
político, contrastando los datos que ofrecen y no caer en la trampa de buscar
declaraciones escandalosas”.
Archivo personal..www.convivenciaysolidaridad.blogspot.com
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