OPINIÓN(PARA
REFLEXIONAR)
¿Innovar o competir?
La revolución tecnológica favorece la economía
colaborativa. Es el momento de tener en cuenta quién gana y quién pierde en el
desarrollo de oportunidades
JOAN SUBIRATS......(IDEÓLOGO DE CABEZERA DE DA COLAU.ALCALDESA DE BARCELONA)
20 MAR 2016 – El País
En la lógica que ha presidido el
funcionamiento de la economía de mercado desde siempre, la pujanza de una
empresa vendría determinada por la capacidad de presentar productos o servicios
propios, de mejor calidad y prestaciones que la de sus competidores. La
apropiación de la innovación sería la clave de su fuerza. Sobre ese principio
se organizó todo el sistema de propiedad intelectual, patentes y registro de
marcas y especificidades técnicas. ¿Cómo afecta la revolución tecnológica esos
principios hasta ahora hegemónicos?
Todo hace suponer que afecta de manera muy
directa. Podríamos estar en el punto en que la innovación más potente provenga
de espacios abiertos, que en vez de tratar de apropiarse del conocimiento y de
la inventiva propia, vean más eficaz y eficiente colaborar con otros que están
trabajando en ese mismo sector o tema. Colaborar sería más eficaz y rentable
que competir. Si llegamos a la conclusión que cuanto más abierto sea un proceso
de generación de valor, más valor generaremos, entonces el problema será quién
acaba apropiándose de ello. Sería contradictorio propiciar procesos colectivos
de generación de valor y no preocuparse por la captura privada y mercantilizada
de los resultados.
En este punto estamos cuando hablamos de
economía colaborativa o de producción abierta y en común. Llevamos años
constatando cómo la capacidad de incorporar conocimiento de manera colectiva y
abierta cambiaba la producción de software o el mundo de las enciclopedias. O
como la posibilidad de no pasar por las intermediaciones que no aportaban
valor, saltando por encima de regulaciones establecidas en otros contextos,
provocaban graves disrupciones en la industria del ocio, los derechos de autor,
el transporte y la movilidad, o la oferta de habitaciones o apartamentos en las
ciudades del mundo. Pero no en todos los casos, esas alteraciones y
disrupciones han supuesto la generación y asentamiento de prácticas colectivas
de apropiación de valor, sino que en muchos casos han aparecido nuevos espacios
de intermediación (modelo Silicon Valley; UBER, Airbnb) que logran extraer de
manera privativa lo que otros ponen en común.
Hoy, cuando las instituciones y
administraciones públicas, desde el Ayuntamiento de Barcelona hasta la UE,
pasando por la Generalitat, empiezan a querer intervenir, es el momento de
empezar a discriminar y politizar (en el sentido de tener en cuenta quién gana
y quién pierde en cada caso). Estableciendo pautas que permitan, en mi opinión,
incrementar al máximo el beneficio colectivo, el valor común de las nuevas
oportunidades, evitando al mismo tiempo la inseguridad jurídica que rodea a
muchas de esas iniciativas y a las relaciones y obligaciones laborales y
fiscales que comportan.
Las recientes jornadas sobre “Economía colaborativa
y procomún” celebradas en "Barcelona Activa" (procomuns.net), con
centenares de asistentes y muchos expertos de toda Europa, constataron la
importancia en la ciudad del sector de economía colaborativa en su vertiente
procomún (Guifi.net; Goteo…). Y sirvieron para constatar la necesidad de
aprovechar esa dinámica emergente para cambiar las políticas, propiciando
lógicas de producción y desarrollo económico que eviten los graves problemas de
desigualdad y de precarización generalizada que afectan a la economía
convencional y competitiva. Y ahí el papel de las administraciones públicas
debe ser clave, ya que pueden ayudar a que se enraizen y consoliden
territorialmente esas iniciativas, generando círculos virtuosos entre inversión
pública en innovación y retornos sociales y económicos localmente resilientes.
No es totalmente colaborativa toda la economía
que aparente serlo, ni forzosamente es sin ánimo de lucro toda la economía
colaborativa y procomún que va surgiendo. Los discriminantes son el tipo de gobernanza
que utilizan (más cerrado y opaco unos, más transparente y participativo
otros); el tipo de software y de gestión de los datos (propietario y cerrado
unos, más libre y abierto otros); la gestión del conocimiento (cerrado unos,
abierto otros); o la gestión del excedente (estrictamente privado unos, más
responsable en términos sociales, de género y medioambientales, otros).
La realidad es mucho menos binaria y más
compleja, pero sí que es importante en momentos como los actuales de ebullición
y riqueza de iniciativas, poder discutir de costes y beneficios, poder pensar
políticas en un sentido u en otro, y no quedar atrapados por lógicas que
aparentemente — solo aparentemente— nadie puede controlar.
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