martes, 25 de enero de 2011

El objeto real de las pasadas elecciones

El pasado viernes, 3 de diciembre, leía en El País un buen artículo de Lluís Orriols que recomiendo a todas aquellas personas interesadas en conocer con mayor profundidad el comportamiento electoral de los votantes socialistas. Ciertamente, los datos aportados en base a la encuesta del CIS citada por Orriols concluyen que podemos distinguir este electorado en relación a su nivel de opinión nacionalista. El artículo explica que dos de cada tres votantes socialistas no manifiestan su preferencia política con las ideas nacionalistas catalanistas. También, y es un buen dato para retener, que una encuesta del CIS anterior al 28-N concluye que este grupo digámosle españolista votaría, con seguridad, un 50% al PSC mientras que entre el otro electorado, que Orriols define más catalanista, únicamente un 20% mantendría su voto al PSC. Con estos registros, aproximadamente el 26% del electorado socialista habría optado por CiU (el 80 % del grupo catalanista) y del 33% del grupo españolista, una buena parte se habría quedado en casa y una minoría habría optado por el PP, Ciudadanos o incluso Plataforma por Cataluña. Pero lo cierto es que el PSC ha perdido en estas autonómicas casi un 30% de los votos respecto de las autonómicas del 2006. Bien podríamos hacer una proyección, cosa atrevida, de la encuesta del CIS y afirmar que ese 30% en fuga ha ido a parar en buena parte a CiU i en menor medida al PP y a Ciudadanos o incluso a Plataforma por Cataluña. En estos momentos, los grupos de análisis de las formaciones políticas estudian, con todos los instrumentos de medida sociológica a su alcance, estos movimientos electorales que han constituido, sin duda, un serio revés para las formaciones que han gobernado los últimos siete años en Cataluña.
Pero me van a permitir que abra una nueva reflexión que se sumaría a la de Lluis Orriols. En sociología política se estudia, en el marco de los procesos de participación electoral, el objeto político sobre el cual se vota, normalmente, la tipología de gobierno que saldrá de las urnas. Se busca distinguir si estamos ante un gobierno que decidirá la gran política económica y la lucha contra la crisis o los servicios públicos como la sanidad y la educación, o bien si se trata de los gobiernos municipales comprometidos con las infraestructuras de la vida cotidiana, el espacio público, los equipamientos y la convivencia. Esta mirada al objeto de la elección acostumbra a condicionar la formación de la opinión pública y la decisión electoral posterior. El artículo de Orriols se centra en analizar una parte del que ha sido el sujeto del proceso electoral que es el electorado socialista. Creo que analizar el objeto, en este caso la formación de un gobierno tan específico como ha sido la Generalitat de Cataluña, también contribuirá a la comprensión de los resultados del PSC. Un dato más y acabo de números. Las elecciones que sirven para formar parlamento y gobierno en el Estado español registran habitualmente la mayor participación En el 2008 el 71,19 % del electorado catalán fue a votar y de ellos el 45,33% lo hicieron por el PSC y el 20,98% por CiU. Muy diferente de lo que ha pasado el 28 de noviembre, de ahí que el tipo de gobierno y sus funciones constituyen un factor de influencia esencial en el electorado.
Si nos centramos en el pasado 28 de noviembre se constata un cierto consenso de que el electorado no tuvo en cuenta aquello que era básico en el proceso electoral y en cambió optó por poner sobre la mesa de sus decisiones un sentimiento muy concreto y al mismo tiempo muy trivial. No hemos visto en el debate real ni la acción del gobierno catalán pasada y futura, ni la más que importante obra del gobierno de Montilla. Lo que estuvo realmente en juego, el objeto real de las pasadas elecciones, fue la manifestación de un sentimiento entorno a la dignidad de Cataluña y su relación con España, un sentimiento que CiU maneja bien desde siempre y que ha sabido capitalizar sin necesidad de dar muchas explicaciones de su programa electoral real. Este sentimiento, que ha sido hegemónico en la formación de la opinión pública –no hay mas que ver la prensa meses atrás- , se impulsa con el debate estatuario del primer tripartito, con la sentencia del Tribunal Constitucional -no olvidemos- a petición del PP y sale a la calle con la manifestación del 10 de julio. Difícil lo tenia el PSC que se ha dedicado a gobernar, a defender el Estatuto y a hacer del pragmatismo la herramienta para lograr la mejor financiación de la historia de Cataluña, cuando en realidad lo que se votó el 28 de noviembre fue este sentimiento, tan difuso en términos sociológicos como efectivo en las urnas. Esto explica las persistentes llamadas de diversos dirigentes y ahora ex-consejeros del PSC -por cierto, algunos con una fuerte contestación a su gestión política- a proponer signos de diferenciación del PSC respecto del PSOE. Por ejemplo la idea, un poco incomprensible para la mayoría del electorado socialista, de tener grupo propio en el Congreso de los Diputados. El éxito de CiU en estas elecciones ha ocurrido dada su gran experiencia a manejar este sentimiento de sociedad vencida y perdida su dignidad. De hecho esta es la única alma del CiU, su único activo político reconocible pues el perfil liberal de sus dirigentes actuales mantiene difíciles equilibrios con sus bases conservadoras y demócrata cristianas. CiU ha sabido capitalizar bien este sentimiento que necesitaba de unas elecciones, después de la manifestación del 10 de julio, para expresar su descontento su presencia formalmente con el voto.
Pero esto ya es historia pasada. Ya se han hecho las elecciones, ya las ha ganado CiU y ahora habrá que ver si es capaz de gestionar este capital que le ha sido confiado sin generar una nueva frustración en la ciudadanía. La verdad es que las primeras declaraciones ya apuntan a las primeras decepciones. Felip Puig, el día siguiente de las elecciones, apuntaba que esto del concierto a la vasca era inviable en Cataluña, y Duran ya se refiere a un nuevo pacto fiscal y no al concierto. No parece que el éxito en las promesas de liderar este sentimiento de más dignidad para Cataluña tenga continuidad en estos primeros días. El tiempo dirá.
Pero lo evidente es que estas elecciones de la dignidad ya han pasado y las próximas son las municipales. Y aquí el objeto del proceso electoral es radicalmente diferente. Lo del grupo propio del PSC en el Congreso o el hecho de marcar un perfil más nacionalista no parece que tenga nada que ver con las elecciones de mayo, por lo que los socialistas se pueden ahorrar este debate interno y posponerlo para después de mayo.
El objeto ha de ser la vida cotidiana, la vida concreta de la gente y la calidad de los emplazamientos en que ésta se produce. Los alcaldes y alcaldesas tienen como principales responsabilidades asegurar unos entornos urbanos que hagan posible el bienestar y, al mismo tiempo, la convivencia y la cohesión social. Ésta va a ser seguramente la agenda para mayo. Y los socialistas que se manejan bien en producir políticas realistas, parten con ventaja. Este mandato ha sido, en términos generales, de una gran transformación del espacio público y de nuevos equipamientos en la mayoría de ciudades catalanas. Pese a la crisis. Y lo ha sido gracias a que se ha registrado, en estos últimos cuatro años, la mayor inversión en obra pública de los ayuntamientos gracias a los llamados Planes Zapatero y a la inversión de las administraciones supramunicipales, la Generalitat de Montilla y las diputaciones, especialmente la de la provincia de Barcelona.
Pero no va a ser suficiente. Está la convivencia y la cohesión social. Éste puede que sea el ámbito para la generación de nuevo sentimiento que pretenda colonizar el objeto básico electoral de mayo que son los ayuntamientos. El PP hace tiempo que trabaja para capitalizar la incertidumbre que todo cambio demográfico siempre produce en la población. No son gratuitas las manifestaciones de Garcia Albiol en Badalona ni el videojuego que disparaba a inmigrantes de Alicia Sánchez-Camacho. El PP ya ha empezado la campaña para intentar fijar que el objeto de las municipales sea el rechazo a la inmigración. Y aquí se equivocan, como se equivocaron impugnando el Estatuto en el Constitucional. Aunque ganen unos cuantos votos. La inmigración ha dejado de ser noticia real. Entre otras razones por la política del gobierno de España que ha marcado ya los límites a la inmigración en relación al mercado laboral. Y a la labor de los ayuntamientos, gobernados por todos los partidos, Vic aparte, que han sabido aplicar micro políticas de convivencia reconocidas por la mayoría de expertos europeos como de referencia para sus ciudades. Cataluña, de puertas afuera no parece contenta con sus relaciones con España, pero de puertas adentro, es un modelo de convivencia único en Europa desde la segunda mitad del siglo XX, y el partido político que pretenda romperlo en estas municipales se va a encontrar con una fuerte resistencia de los catalanes. El sentimiento de mayor dignidad para Cataluña respecto de España se fundamenta sin duda en el orgullo de nuestra sociedad bien cohesionada. Hasta Jordi Pujol, por ahora más sensato que Mas en estos temas, dijo en su momento que catalán era todo aquel (y aquella) que vive y trabaja en Cataluña, reforzando así el sentimiento de unidad de los catalanes, fuere cual fuere su lugar de nacimiento, en plena transición democrática. Y difícilmente ahora se va a poner en crisis, aunque le interese al PP y a algún despistado candidato a alcalde de CiU. Pero el PSC tiene que explicar también lo que ha hecho para que nuestro modelo de convivencia en las ciudades sea actualmente uno de los mejores de Europa. Cómo han apostado por la calidad del espacio público, por la contundencia que se ha aplicado contra quienes no cumplen las normas y las leyes, por los sistemas de mediación ciudadana municipales -discretos pero eficaces- y el trabajo a favor de la integración y el civismo.
La inmigración ha llegado a España como antes llegó a Europa. Y únicamente el mercado de trabajo tiene la capacidad de limitarla, no solamente desde el punto de vista jurídico como bien han aprobado los socialistas. Que el mercado de trabajo limita la inmigración es un hecho sociológico comprobado mundialmente. Pero si nuestras ciudades, Barcelona a la cabeza, han sabido gobernar este cambio social y demográfico con éxito, los socialistas lo tienen que explicar bien a la sociedad antes que otros se dediquen a sembrar incertidumbre y odio entre la población. Si en las municipales el centroderecha, -y aquí cabe considerar una cooperación estrecha del centroderecha catalán y el español hechas las paces después de las autonómicas- siguen los pasos de sus homólogos europeos, y logran ganar en las municipales, nuestras ciudades sufrirán una desaceleración en el bienestar y lo que es más importante, una desestructuración social irreversible que hará imposible la convivencia y empeorará sobremanera nuestra calidad de vida. La historia de la cohesión social catalana que se inicia en las primeras migraciones de principios del siglo XX se puede ir al traste si triunfa el centroderecha en las municipales. Caber esperar que el electorado socialista actúe de forma coherente con el objeto real de lo que se vota. La ciudadanía, el electorado socialista conoce de cerca a sus alcaldes y alcaldesas, a sus concejales y de la misma manera que hace unos días la mayoría fue para el hábil Artur Mas, el electorado socialista puede volver a sus principios y actuar en consecuencia como lo hizo en el 2008, en las generales, y en el 2007 en las anteriores municipales.

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